El poeta y la ciudad azul

El “glamur” en este campo se limita a lo que dura el brindis del Nobel de Literatura

El Paseo Marítimo, en una imagen de archivo.
El Paseo Marítimo, en una imagen de archivo. Fran Silvente
Manuel Sánchez Villanueva
19:52 • 25 nov. 2023

Una de las pocas cosas que he aprendido es que cuando uno espera lo inevitable, ocurre lo inesperado. Y si en algún momento he experimentado esa sensación, sin duda alguna fue en el momento de entrar en la Universidad.



Unos años antes, me había costado mucho cambiar la poderosa luz y el profundo azul del mar que me saludaban casi todas las mañanas cuando salía de mi casa almeriense, por el cielo oscuro y el ambiente gris de la capital asturiana. Sin embargo, aquel sentimiento apenas duró el tiempo transcurrido hasta que empecé el curso en el Instituto Alfonso II y pude integrarme en un grupo de jóvenes asturianos con inquietudes culturales del que todavía no me he desenganchado. Juntos recorrimos una trayectoria que yo esperaba continuar en la Universidad de Oviedo, a la que Emilio Alarcos había dotado de un notable prestigio en los estudios filológicos.



Pero el destino tenía otro camino reservado para mí. Justo cuando faltaban meses para ver cumplido mi anhelo, tuve que hacer las maletas para regresar a la casa familiar a orillas del mar de Alborán. Y aunque intenté iniciar mis estudios universitarios en la Facultad de Granada, donde Sánchez Trigueros y Neil McLaren eran ya referentes en los campos que me interesaban, finalmente me matriculé a regañadientes en el Colegio Universitario de Almería.



Aquí también tardé poco en cambiar de percepción. Pronto constaté que el nivel medio de aquella generación de alumnos en mi especialidad era singularmente notable. Lo cierto es que el tiempo me ha dado la razón, porque de aquella hornada de aspirantes a filólogos ha salido un número notable de profesionales que han destacado en el campo de los estudios clásicos, ingleses y semíticos.



Sin embargo, fue en el ámbito de la crítica literaria y la literatura española en la que hubo un compañero que me marcó especialmente. Se llamaba José Andújar y me llamó la atención por aunar rasgos personales y profesionales que me hacían escucharle atentamente cuando hablaba.



En aquellos tempranos años académicos él ya mostraba una formación teórica notable, que combinaba con una obra poética en marcha. Es decir, que mientras algunos nos pasábamos el día en la cafetería, él se dedicaba a escribir de verdad, no tardando en ganar sus primeros premios. Sin embargo, lo más sorprendente no era que se hiciera con certámenes literarios mientras nosotros nos pasábamos el día divagando sobre el formalismo ruso. Lo que verdaderamente recuerdo era su talante accesible y su amor por la disciplina. Pasados los años, le perdí la pista. Pero, cuando mucho después escuché a mi hija hablar con sus compañeras de un notable profesor de literatura apellidado Andújar, en ningún momento dudé por su descripción de que se trataba de mi antiguo compañero.



Cierto es que, tanto él como los demás alumnos almerienses de aquella época, tuvimos la suerte de vivir uno de los momentos de máximo esplendor de los estudios literarios que ha conocido la provincia, al menos en los tiempos recientes. La confluencia de dos visionarios de la política cultural en las nuevas instituciones democráticas, sin olvidar la labor incesante de picar piedra en el campo de la literatura protagonizada por Antonio Serrano, hizo que disfrutáramos de un periodo de efervescencia seguramente irrepetible. Algunos gestores culturales con los que vengo debatiendo el tema desde hace tiempo afirman que experimentos como editar en tierras almerienses la revista de arte y pensamiento Las Nuevas Letras, o convocar jornadas del nivel de la de Nueva y Vieja Picaresca fueron despilfarros ligeramente elitistas que, según dicen, repercutieron poco en la sociedad almeriense.



Sin embargo, en mi ignorancia, entiendo que en el término medio está la virtud. Por eso dudo que la solución para que Almería no se quede descolgada de la creciente tendencia a aprovechar la literatura como vector de dinamización de la vida social, pase por extender cheques públicos para organizar eventos masivos supuestamente glamurosos. Salvo que alguien me demuestre lo contrario, a mí me enseñó gente que sabía mucho de esto, que el “glamur” en este campo se limita a lo que dura el brindis del Nobel de Literatura en la cena de entrega de estos preciados premios. El resto es duro trabajo solitario, esfuerzo continuo con escasos visos de recompensa y una exigencia auto impuesta que en ocasiones ronda el masoquismo.


En este sentido, se me ocurre que quizás se podría valorar si la mejor forma de apoyar la producción literaria almeriense actual pudiera ser proporcionar a los creadores y resto de personas interesadas en este campo foros de puesta en común, tomando ejemplo de los casos de poblaciones cercanas.


En los últimos tiempos, he mantenido un par de cariñosas, pero también enconadas discusiones con personas involucradas en la gestión cultural, sobre mi convencimiento de que tenemos que darnos por enterados de que los creadores almerienses pueden tener hoy por hoy como referentes a autores noruegos, mejicanos o nigerianos con vanguardistas aproximaciones que dejan obsoleto lo que creíamos saber sobre literatura. Mi tesis es que, mientras por aquí sacamos pecho por una producción de libros mayoritariamente destinada al consumo interno que alcanza números industriales entre la esfera pública y privada, las propuestas literarias que han roto esas barreras casi inevitablemente están canalizadas fuera de nuestro territorio. Y, dentro de este reducido número, un porcentaje significativo de autores han evolucionado a partir de una breve pero fructífera aventura editorial local que se basó en el cuidado de la edición, la originalidad y la apuesta por explorar nuevas fórmulas. Yo creo que esta paradoja merece que se le preste un momento de reflexión.


Por suerte, son muchos los almerienses que, como el joven Andújar en el antiguo CUA, continúan de forma numantina explorando los límites de la creación literaria o esforzándose en el cuidado de la edición (que no es sinónimo de impresión, por si alguno nos habíamos olvidado).


A ver si, entre pasarela y photo call, alguien se acuerda de proporcionarles un punto de encuentro.


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