Durante la postguerra que nunca acababa en Almería, entre el racionamiento y el estraperlo, entre la misas de campaña y los ejercicios espirituales, se colaban los desfiles militares que llenaban de uniformes las calles de la ciudad. Entre ellos los de la Guardia Civil, con estampas como la de su escuadra de batidores con uniforme de gala a la altura de la Plaza de Leche; los desfiles del Benemérito Cuerpo haciendo sonar tambores y cornetas por la Ciudad Jardín; la escuadra de caballería repicando en los adoquines del Paseo, dejando atrás un rastro de boñigas recogidas por el atento barrendero con un saco; los gastadores con el fusil sobre el hombro y el charol reluciente de las botas en paso marcial.
Aún se guardan imágenes en la memoria de inauguraciones de casas cuarteles como la de Vera en 1960 y en tantos otros municipios con el emblema de Todo por la patria; las maniobras de la VI Flota Americana en 1959 con guardias a caballo junto a los tanques en la playa; las travesías a nado en el puerto siempre con un guardia de verde oliva dando la salida con el cronómetro; las romerías a Torregarcía con guardias a lomos de caballos blancos; la parada del 12 de octubre en la Plaza San Pedro, frente a la peluquería de señoras de Antonia Granados, Radio Sol, Figueredo y el callista del barrio.
Y después estaba el Cuerpo de Vigilantes de las costas solitarias como el Molino de San José o la casa de André Bloc o El Algarrobico de Carboneras o el Pozo del Esparto de Cuevas o el dorado Playazo de Rodalquilar, donde siempre había una pareja del Cuerpo mirando la inmensidad del mar; tiempos en los que los civiles hacían lumbre para calentarse mientras vigilaban el contrabando; tiempos en los que gente como el cabo Vence en las tinieblas de la noche vigilaba el Cañarete, el Palmer y todos esos ramblizos intrincados y secos como calaveras; tiempos de maquis por La Ballabona preguntando el santo y seña, en noches eternas para esos guardias sentados en un repecho, abrigados hasta el cuello, con el tricornio reposando en el vientre, ya sin el sable prusiano ni la tercerola de los tiempos del Duque de Ahumada, pero sí con pistola y ojo avizor.
Eran servicios de sol a sol, aliviados solo por el café negro y un pitillo tras otro, con los ojos bien abiertos, porque nunca pasaba nada hasta que pasaba; un pleito de lindes con navajas, un estraperlista que intentaba burlar el fielato, un ladrón de gallinas como el Lute en noches sin luna o alguna trifulca de vino y faldas en la Venta Eritaña o algún crimen como el de la Venta Ramírez.
Esa vida trashumante de las familias de guardias civiles impregnó durante décadas a esta provincia, a este país, cuando las casas cuarteles de los pueblos eran como micromundos, territorios cerrados en los que se mezclaban las familias, el trabajo y la jerarquía, entre personas que compartían letrinas y el efluvio de los guisos saliendo por las ventanas.
La historia de la Guardia Civil en Almería se ciñe a sus inicios, como heredera de la Santa Hermandad: en 1845, un año después del decreto de Fundación, ya realizaban servicios algunos números destinados a la provincia, integrados en el VII Tercio de la Cuarta Compañía.
El semanario El Caridemo informaba en 1848 de que dos agentes dieron escolta a la comitiva que recibió en el Puerto al nuevo obispo Anacleto Meoro.
En esos años iniciáticos estuvieron dedicados a controlar el bandolerismo heredado de la Guerra de la Independencia y a partidas de forajidos por la sierra como la Banda de Fondón, la del Sangre Viva o la del Peperre. Tiempos en los que los contrabandistas, con una recua de mulas cargada de trigo, cebada o judías, tenían ante sí el doble peligro de ser atajados por los bandoleros de la serranía que les asaltaban con la escopeta cargada o descubiertos por una pareja de civiles que les echaban el alto y les requisaban la mercancía de estraperlo. También fueron protagonistas en la colaboración para las pesquisas de casos mediáticos como el del Sacamantecas de Gádor o el Crimen de Níjar.
Tuvo una especial relevancia la Guardia Civil de la Postguerra en la lucha contra los maquis que se escondían en la sierra de Almería con nombres legendarios y tan temidos como Antonio Manchón el Carbonero, el Espadilla, el Cuco, los hermanos Matías o Manuel Pérez Berenguel alías El Mota, natural de Benahadux. Fue capturado en 1945 y llevado a los calabozos de San José donde días después fue fusilado.
La Guardia Civil ha estado presente siempre como auxilio necesario en grandes catástrofes en la provincia como las lluvias torrenciales de 1891 o la de la gran riada de 1973 que se cebó con Zurgena, Albox, Cuevas del Almanzora y Adra. La Benemérita ha protagonizado servicios humanitarios y rescates casi imposibles en la provincia a lo largo de 177 años, como el de una menor que estuvo seis días secuestrada en la sierra de Laujar en 1984 o el del mojaquero que se cayó a un pozo y se alimentó durante más de una semana de higos o el del Caso Gabriel, que dio la vuelta al mundo.
Los primeros cuarteles que se crearon en la provincia fueron los de Albox y Cuevas, Tíjola, Vera y Serón.
Hasta principios del siglo XX, Almería no contó con comandancia propia -uno de sus primeros jefes fue Emilio Díaz de la Guardia allá por 1901- con una veintena de agentes instalados en la Plaza de San Pedro y posteriormente en la Puerta Purchena, calle Reyes Católicos, hasta su ubicación actual, desde 1968, en la Plaza de la Estación. Hubo que esperar hasta 1992 para ver en Almería a la primera mujer Guardia Civil. Toda una vida consagrada a ser los ojos de Almería, con mejores y peores grados de popularidad, pero siempre presentes, desde hace 177 años ya.
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