Dos horas después de abandonar el puerto de Cádiz, el Martos, un vapor mixto de carga y pasaje, en aguas de Trafalgar, empezó a navegar entre una densa niebla. El primer oficial, que se encontraba de guardia, avisó al capitán Cano, quien ordenó reducir la velocidad, haciendo sonar la sirena y la campana. La mayor parte del pasaje dormía en los camarotes y estaba compuesto por 72 viajeros más 16 tripulantes, en total 88 personas. Era el 16 de agosto de 1910 y el vapor había iniciado la singladura desde Huelva con destino a Tarragona cuatro días antes, teniendo que hacer su primera escala en Cádiz. Viajaban también un burro, cuatro perros y un gato. Entre las mil toneladas de carga que iban en sus bodegas, para Almería estaban destinados 80 arrobas de vino, 700 litros de cerveza y 500 kilos de sardina en conserva. Una parte de los pasajeros eran de origen malagueño y viajaban con la intención de acudir a las fiestas de su ciudad. Otra, eran pescadores de la almadraba, fundamentalmente almerienses de Carboneras y el Cabo de Gata, que regresaban a sus hogares una vez concluida la campaña de la pesca del atún en Barbate y Ayamonte.
Cuando dieron las dos de la madrugada, de repente apareció entre la boria, la proa amenazadora de otro vapor, el Elsa, de bandera alemana, que embistió como un Pabloromero al Martos por el costado de estribor abriéndole un boquete en plena sala de máquinas por donde empezó a entrar un torrente de agua. Muchos de los pasajeros se despertaron del tremendo golpe y contaron después los náufragos supervivientes cómo se produjeron escenas de pánico: la lucha de todos contra el ahogamiento y la muerte: la sublime abnegación de padres, esposas e hijos, que teniendo cierta su salvación, perecieron ahogados al irse en busca de los seres queridos. Uno de los almadraberos de Carboneras sujetaba con un brazo a un hijo de pocos años de edad, mientras que con el otro brazo nadaba a donde estaba su esposa, que luchaba por no ahogarse en la oscuridad y al final ninguno se pudo salvar.
A los tripulantes no les dio tiempo a dar órdenes claras para echar los botes salvavidas al agua, aunque se dispararon algunos cohetes y se encendieron luces de bengala. Aparecieron varios botes que arrió el otro vapor que contribuyeron a que hubiera menos ahogados, a pesar de la confusión que había a bordo y en el mar por la falta de visibilidad y la marejada.
Sin solución, el Martos desapareció de la superficie en menos de cinco minutos llevándose consigo el aliento de 32 pasajeros y 7 tripulantes, entre ellos el capitán Cano que no quiso abandonar el puente y desapareció con su buque.
Los tripulantes del Elsa, a pesar de todo, realizaron un buen trabajo y rescataron a 56 pasajeros. Los supervivientes fueron conducidos a Gibraltar, algunos de ellos almadraberos almerienses heridos que fueron atendidos en el Peñón, entre ellos Pedro Carmona, Antonio López Sánchez y Simón Alarcón Segura, todos ellos de Carboneras.
Tras el accidente, la naviera española acusó al capitán del Elsa de navegar a toda máquina en medio de la niebla, sin respetar las precauciones que requerían las circunstancias.
El Martos estaba valorados en 300.000 pesetas y no estaba asegurado. Las autoridades marítimas de Gibraltar abrieron un procedimiento de embargo para responder a las 16.500 libras esterlinas de indemnización solicitadas a los propietarios del buque alemán.
Los supervivientes almerienses, junto con el resto del pasaje, se alojaron, mientras se recuperaban, en fondas y se les proveyó de ropa y calzado, mientras que los heridos eran trasladados al Hospital de Gibraltar.
Los restos del Martos, por el peligro que representaba su arboladura para la navegación, fueron dinamitados un mes más tarde. Desde los primeros días del naufragio, empezaron a aparecer en los periódicos de la época algunas fotografías de los pasajeros supervivientes del Martos, los de primera clase con sus traje, chalecos y bombines y los de tercera, los pescadores de la almadraba, con sus camisas abotonadas hasta el cuello, sus pantalones de mahón arremangados y sus caras melancólicas de tristeza que ya nunca más les abandonaría de por vida.
Las reacciones de ayuda a las víctimas en toda Andalucía fueron inmediatas, entre ellas la de la Casa Fuentes de Carboneras, dedicada a la exportación de esparto y comercio de ultramar.
Cuatro días más tarde del hundimiento, llegó a Almería el vapor San Sebastián, transportando a los numerosos supervivientes almerienses. Era la feria de Almería y a pesar del júbilo callejero, un nudo en la garganta estremeció a más de un espectador al ver aparecer por la cubierta a esos marineros rotos y harapientos, con la tragedia reflejada en sus ojos, con el horror de las olas aún punzando en sus carnes debilitadas, recordando a compañeros muertos, que se hundieron sin que nada pudieran hacer por ellos.
Unos días más tarde se publicó en la prensa de la época la lista definitiva de los almerienses muertos en esa tragedia del Estrecho: Andrés Albarracín Forte y su tío Miguel Forte, del Cabo de Gata; de Carboneras: María Hernández Carmona y sus hijos Agustín y Simón López Hernández; Pedro Alonso Lozano; Juan Hernández Ruiz; José Alarcón Segura; Agustín García Segura; Dolores López García; Angustias Carmona; Blas Carmona Carrillo; María López López; Pedro López López; Bartolomé Hernández Hernández; Bartolomé Hernández Ruiz y Miguel Díaz Segura.
También perecieron los jóvenes hermanos Antonio y José Bans Picazo, hijos del que había sido jefe de Aduanas de Garrucha, Antonio Bans Mañés, que, desde Huelva, iban a visitar a su cuñado, el hacendado cuevano Francisco Soler y Soler y a pasar allí una temporada. No pudo ser.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/12/almeria/267396/los-almerienses-que-se-ahogaron-en-gibraltar