Cuando Lucía Fernández Noguera tenía 10 años visitaba a su abuela materna, Juana García, en la residencia Santa Luisa de Marillac en Cuevas del Almanzora donde residió hasta sus últimos días. La pequeña se sentía tan bien en el centro que aceptó la misión de hacer felices a los mayores que llevan a cabo las hermanas de la Caridad, responsables de la residencia.
Fueron tiempos difíciles con una pandemia que no nos permitió ver a nuestros mayores. En aquellos días Lucía y sus hermanos veían a su abuela Juana por videollamada. Hicieron un dibujo con un arcoíris gigante para agradecer al personal de la residencia su labor. La pintura todavía cuelga en la pared de la entrada del centro y las hermanas prometen dejarla allí hasta que se caiga a trozos.
La madre de Lucía, Ana Noguera, recuerda cómo empezó todo y lo sorprendidos que estaban de que una niña tan pequeña quisiera ser voluntaria en una residencia de ancianos. “Cuando Lucía empezó el voluntariado estaba en el colegio. Fue el párroco del pueblo, quien organizó un grupo de voluntariado en el instituto, pero Lucía se enteró y quiso participar también. Tenía 10 años, era la más pequeña del grupo, compuesto por jóvenes de 17 años. Aunque nos sorprendió mucho a todos le dije que probara y lleva dos años como voluntaria, es la única que queda del grupo que empezó”, dice la madre de la niña.
Lucía pone su despertador cada sábado por la mañana, se levanta ella sola para ir a visitar a sus abuelos. Cuando llega a la residencia participa en los talleres de manualidades, pinta las uñas de las abuelas, asiste a aquellos que necesitan ayuda para comer o ir al baño. Pero su voluntariado no se ajusta a un día en la agenda.
La directora del centro, Sor Maria Jesús Dancauce Fernández dice: “una peculiaridad de Lucía Fernández es que su voluntariado no se ciñe al sábado por la mañana, que es el día asignado. Su voluntariado va más allá, cuando los abuelos se ponen enfermos Lucía llama por teléfono para preguntar por su salud. Cuando los abuelos fallecen la niña acompaña en el sepelio a las familias y, siente el dolor de la pérdida del mayor. Cuando la persona comparte la misión y no solamente es una acción más al cabo del día, el voluntariado va más allá, lo hace desde otro nivel más interior.”
Sor María Jesús ¿cómo se propone a una niña para candidata al Premio Nacional de Voluntariado?
Todos los años Lares, que es la entidad de residencias sin ánimo de lucro a la que pertenecemos, propone un concurso nacional con dos categorías el primero para las personas voluntarias y el segundo a los proyectos. Nosotras como residencia presentamos a nuestras dos voluntarias que además son tocayas. Les pedimos que escribieran una pequeña redacción donde ellas expresaran qué les suponía venir y realizar este voluntariado con los ancianos. Posteriormente entregamos la solicitud y las cartas de las dos jóvenes al concurso. La contestación desde la fundación que organizaba el premio fue que Lucía Fernández era mención al Premio Nacional de
Voluntariado. Lares nos comunicó que había sido muy difícil no premiar a Lucía por lo entrañable que era su historia.
¿Qué contenía aquella redacción que hizo Lucía para la convocatoria del Premio Nacional de Voluntariado?
Le dije a Lucía que escribiera la redacción desde el corazón. Cuando los voluntarios vienen a la residencia les explico que es una misión compartida por las trabajadores, las religiosas y las voluntarias, somos una sola familia. Nuestra misión es hacer felices a las personas mayores. Lucía expresa en su carta que para ella es una alegría poder venir, dar vida y compartir esa vida con los mayores. La verdad, que emociona escuchar a esta niña tan pequeña y con ese testimonio de entrega, generosidad, alegría y constancia.
La protagonista de esta historia cuya labor nos recuerda que nuestros mayores importan mucho no esperaba recibir una distinción de tamaña altura. Cuando llega por la residencia es como un lucero que ilumina la cara de los mayores, quienes la reciben con su mejor sonrisa, abrazos y gestos de cariño.
Lucía ¿qué es lo que más te gusta de tu voluntariado?
Hacer manualidades, jugar a juegos, pasear por el parque y que los abuelos me cuenten cosas de cuando eran jóvenes.
En la residencia Santa Luisa de Marillac viven 36 ancianos, la mitad de las plazas están concertadas para personas necesitadas. Sor María Jesús dice que son como una gran familia y no le falta razón, si hasta el canal que se ve en la tele se elige democráticamente en cada una de las tres plantas de la residencia.
Para despedirnos una señora muy amable y chistosa, Pepi, dijo: “gracias por venir y sacarnos en los medios. Nos hacéis sentir que estamos vivos”. Y es que no hay nada tan humano y que humanice más que el encuentro con el otro.
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