Tabernas era Comala en los años 30, aún no estaba de moda el desierto, ni Sergio Leone había descubierto el paisaje lunar. De allí salió para la capital, no le quedaba otra, Rafael Martínez Hernández, un barbilampiño que acababa de aprobar unas oposiciones a cartero. Pero conforme fueron naciendo hijos vio que el salario no alcanzaba para tanto pañal y decidió colgar la saca y abrir su propio negocio: una carpintería.
El tabernero se hizo, por no más razón que la de la necesidad, ebanista y abrió taller en la calle Alcalde Muñoz con el nombre que aún perdura, Serrería Almeriense, el año que la ciudad recibía con albricias la II República. Confiado en la habilidad de sus manos, vendía los muebles que él mismo manufacturaba, hasta que llegó la Guerra y le requisaron la maquinaria, como al pintor que le roban los pinceles, viendo truncado su sueño de ser carpintero.
Una vez terminada la guerra Rafael decidió no renunciar a su sueño de trabajar con la madera. Aunque había perdido su taller, montó, no sin esfuerzo, un almacén de maderas donde vendía principalmente madera de chopo procedente de Santa Fe de Mondújar.
Decidió, por eso, cuando acabó la contienda, dejar de fabricar y centrarse en la distribución de tablones, la misma actividad que siguen ejerciendo ahora sus nietos y bisnietos, 92 años después.
El abuelo siempre contaba la anécdota la de la chopera de Santa Fe, la primera madera talada que compró y que se tiró varios años aserrándola y vendiéndola en tablones, era una madera muy mala pero era la que había entonces, en esos tiempos de postguerra.
Llegó el fin de la autarquía y Serrería Almeriense pudo por fin empezar a importar madera de mejor calidad, sobre todo de los países nórdicos. Al negocio familiar se incorporó el hijo del fundador, Juan Martínez Oña, padre del actual gerente, un abogado que prefirió seguir aspirando el inconfundible aroma del serrín.
Coincidiendo con la muerte del fundador, los Martínez inauguraron en 1975 sus nuevos almacenes en la carretera de Granada y el negocio empieza a tomar cierto vuelo. Jorge Martínez se incorporó en 1979, después de estudiar Económicas en Valencia. Para la empresa fue muy importante el auge de la construcción que empezaba a repuntar por entonces y el rodaje de las películas de cine.
Juan Martínez Oña, uno de los hijos de Rafael, entró antes en escena y con él los decorados de grandes películas de Hollywood: Cleopatra, Conan, Lawrence de Arabia, Indiana Jones , son sólo algunas de las películas que se rodaron en Almería y que contaron con Serrería Almeriense para montar sus decorados en madera.
Se convirtió la Serrería en proveedores de material para decorados en las antiguas instalaciones del Mini Hollywood. Los tanques de Patton, que eran de madera camuflada, salieron del taller en Alcalde Muñoz. “Se pagaba bien este tipo de trabajos, hubo diez o doce años muy buenos”, recordaba el anterior gerente. A día de hoy, muchas productoras de cine español siguen contando con Serrería para sus rodajes en la tierra más desértica de Europa. Fue esa visión empresarial la que le llevó a ampliar su negocio, empezando a importar maderas de pino de los países nórdicos.
Serrería Almeriense, un nombre evocador que va ligado a la historia empresarial de la ciudad, se ha colocado entre las primeras empresas del sector de la distribución de maderas, conservando su sello familiar. El negocio nació como carpintería, después dando servicio al carpintero y atendiendo también al consumidor final en su centro de la carretera de Granada, donde venden puertas, ventanas, pavimentos y bricolaje, aunque la crisis hizo mella. La empresa se trasladó en 2001 a sus actuales instalaciones de 15.000 metros en el polígono del Sector 20 de la capital financiadas con la venta de almacenes en el centro. También cuentan con instalaciones en Bollullos de la Frontera, en Sevilla.
El uso de la madera tiene que ver con el poder adquisitivo del que hace décadas carecían los almerienses. En el sur se pone madera en el hogar más por estética que por necesidad, no hay mejor madera que otra, todas son buenas dependiendo del uso. El chopo es una madera mala para muebles, pero buenísima para palets, la madera más universal es el pino y el 90% de la que se consume en Almería procede de los países escandinavos.
Los grandes distribuidores tienen hasta sesenta especies, en la Serrería hay una gama de quince maderas. Mandan mucho las modas: el wengue, el cerezo, el aliso, la jatoba, aunque hay mucha imitación y que quien manda no es el consumidor, sino el diseñador, pero en este sector y en todos los demás. La madera más cara del mundo es la teka de Birmania que cuesta 4.000 euros el metro.
Serrería Almeriense vendía hace unos años 25.000 metros cúbicos anuales de madera aserrada que importaba en su mayor parte a través del Puerto de Almería y distribuye por Andalucía, Madrid y Murcia.
La empresa recibió hace unos años una oferta de una empresa israelita pero la idea es que Serrería Almeriense siga teniendo sello familiar, tal como la concibió un tabernero que cambió saca de cartero por cepillo de carpintero hace ya 85 años.
La tercera generación llegó a Serrería de la mano de los nietos Jorge y Andrés Martínez Marín, incorporándose más tarde Jorge Martínez Marino, que es ya la cuarta generación de un negocio que ya roza el siglo de vida como el primer día.
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