El inglés que abrió El Barril del Parque

Ginger llegó a Almería como operador de cámara en Lawrence de Arabia y ya nunca se quiso ir

Ginger en la puerta del Barril, un particular santuario de jarras de cerveza fría en la Almería de los años 70, hoy La Favorita.
Ginger en la puerta del Barril, un particular santuario de jarras de cerveza fría en la Almería de los años 70, hoy La Favorita.
Manuel León
14:36 • 13 ene. 2024 / actualizado a las 20:00 • 13 ene. 2024

Ginger Gemmell, a quién muchos almerienses recordarán por sus platos de cacahuetes en El Barril del Parque, llegó a Almería para hacer algo grande. Era 1962 y fue seleccionado por el majestuoso David Lean para filmar camellos y árabes con turbantes deambulando sobre las dunas de Almería. Llegaba ese londinense de 35 años y pelo pajizo a la nueva Tierra de Canán de los rodajes como cámara de una de la producciones más gloriosas que ha dado la industria del cine, aunque aún nadie lo supiera. Se empleó a fondo, Ginger, tomando planos de los atochares carboneros de los Fuentes, convertidos en un simulacro de la jordana Aqaba, se fajó recogiendo para la posteridad con su aparato las gotas de sudor de Peter O’Toole, sus ojos azules oteando el horizonte, el aire cetrino de Omar Sharif, el tren que cabalgaba como un potro por las arenas antes de estallar; pensaba, entonces, Ginger, “a ver si acaba pronto todo esto y vuelvo a Chelsea”, atormentado por un calor para él inédito hasta entonces. Pero no solo no volvió, aquel perito de la lente, sino que se quedó en Almería y siguió filmando películas de cowboys en la emergente Tabernas, cuando llegaban los gitanos a vestirse de indios, cuando el Habichuela empezó a forjar su leyenda, cuando Diego el taxista no daba abasto, cuando el Ayuntamiento vio que había que empezar a hacer hoteles para dar cobijo a tantas estrellas. Almería era también una Dictadura, un rincón adocenado por tantos años de orden y Nodo, entre misales y agua bendita; pero Almería, al mismo tiempo, como el haz y el envés de una moneda, también era una nueva Hollywood; cuando Granada seguía anclada en procesiones del Corpus y el florido pensil estudiantil, Almería era la nueva libertad, el tabaco americano, el acento italiano del Spaguetti Western; era Claudia Cardinale o Brigitte Bardot por las acera del Paseo o Anthony Queen comprándose botas en Curtidos Ruiz. Fue en ese tiempo mágico, irrepetible desde entonces, cuando Ginger decidió convertir Almería en su Londres del sur; y a falta de películas para rodar, decidió hacerse camarero. Y así nació El Barril,  en 1971, fruto de la querencia de un cameraman por esta tierra del sol, como aquel ojeador de escenarios que fue Eddy Fowlie que se quedó en Carboneras para montar su célebre restaurante Eldorado.



Ginger alquiló el bajo de un viejo palacete de Antonio García Alonso esquina con Arapiles y lo convirtió en un nuevo bar de culto, donde en vez de vasos de cerveza, se servían jarras acompañadas de panchitos, con las paredes forradas de retratos de astros del celuloide, muchos de ellos firmados por los protagonistas para ese mago de la cámara reconvertido en barman. Allí estuvieron durante años, las fotos de El Viento y el León, de Sean Connery, de Briggite Bardot, de los poblados del oeste asaeteados por indios comanches, contemplando todos desde su pedestal a la parroquia fiel del Barril en esos mediodías soleados en los que muchos almerienses preferían la paz del Parque para tomarse una cerveza fría en vez del fragor de los garitos de la calle Real.



Era 1971 cuando Ginger inauguró el Barril en lo que antes había sido un almacén de bebidas y antes aún un despacho de los exportadores de uva Francisco y Trinidad Alonso Martínez oriundos de Terque, que hicieron mucho dinero en aquellos tiempos de la barrilería. De ahí tomó Ginger prestado el nombre para ese nuevo local ungido frente a los tinglados de un Puerto, aún libre de barreras y de vallas.



Por allí aparecía de pronto José Galera Balazote con sus cartucheras y sus pistolas de mentirijillas para que Ginger lo invitara a un trago. Un Ginger que cada vez se iba pareciendo más al abuelito de Heidi, con las barbas y con el pelo armiño, más orondo al haber dejado de hacer el ejercicio que le suponía ir detrás de las escenas en los exteriores. Alguna vez, tuvo que encaramarse a un helicóptero, por exigencias del director para rodar los planos requeridos. 



No solo fue Lawrence de Arabia, el londinense también estuvo inmortalizando con su cámara escenas de Superman, La Isla del Tesoro, Riata, Los Mosqueteros, El Viento y el León y muchas otras. 



La aventura de El Barril le duró siete años, hasta 1978, en que Ginger decidió traspasarlo y darse una vuelta por su tierra natal, a ver qué había pasado con su ciudad, con su barrio, con sus amigos, con sus tabernas y pubs de cerveza negra de su primera juventud. Allí siguió un tiempo haciendo películas, hasta que una vez jubilado, en 1989, decidió de nuevo volver a su Tierra Prometida, junto a su esposa Anna. Ya había pasado el furor de los rodajes almerienses y optó por irse al norte de la provincia, al rincón  más parecido a sus campiñas infantiles. Así se avecindó durante años en Laujar, entre aguas cristalinas y pinceles, entre vasos de vino del Andarax y paisajes a los que miraba y luego pintaba torpemente en sus lienzos que estuvieron expuestos algún tiempo en varias salas de Almería. “Son los cuadros de Ginger”, decían, pero no había cola de compradores. Lo suyo fue la cámara, no el óleo: filmar, rodar, inmortalizar, grabar para siempre la astucia de un forajido, la nobleza de unos ojos, el gesto de una mujer enamorada del protagonista de la historia. Ese era Ginger, el tipo que por quedarse en Almería, no le importó ponerse a tirar pintas de cerveza frente a los árboles del Parque. Falleció este lejano y ya casi olvidado almeriense de adopción durante una estancia en Menorca, en 2011, cuando sumaba 84 años bien vividos, bien disfrutados, con una vida trufada de aventuras de cine y de platillos de cacahuetes. 





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