Los dos negocios de la calle más solitaria

El estanco de Mari Loli y la refresquería de Nieto, los únicos comercios de La Almedina

-El estanco es el único negocio que abre por las tardes cuando la calle se queda vacía.
-El estanco es el único negocio que abre por las tardes cuando la calle se queda vacía. La Voz
Eduardo de Vicente
20:11 • 20 ene. 2024

La vida se detiene todas las noches a la misma hora, cuando se cierra la persiana del estanco de Mari Loli y se apagan las luces del escaparate. El estanco, quizá el más antiguo de los quedan en Almería, es el faro que alumbra por las tardes a los pocos que cruzan por la calle de la Almedina como naves perdidas en medio de la niebla insoportable que deja la soledad.



María Dolores Fernández, la estanquera, ha sabido resistir el temporal que desde hace una década azota a una de las arterias principales del casco antiguo. Lleva toda la vida detrás del mostrador, en ese punto estratégico que forma la esquina con la calle Narváez. Allí transcurrió su infancia, aprendiendo el oficio de despachar, viendo como a sus padres se les iba la juventud contando la calderilla que dejaban los Celtas Cortos. En aquellos tiempos, allá por los años sesenta, el estanco era un mostrador de madera y las viejas estanterías que había dejado el abuelo. El negocio lo generaba el tabaco, las cajas de cerillas y los sellos cuando casi todos los hombres fumaban y cuando las familias se comunicaban por carta antes de que en el barrio se democratizara el teléfono.



Cuando la estanquera empezaba, la calle de la Almedina tenía tanta fuerza comercial como cualquier avenida principal del centro. Tenía un bar, Casa Juan, que hacía los mejores churros madrileños de Almería. Tenía una confitería, una farmacia, un taller donde arreglaban bicicletas, un fontanero que nunca cerraba, una droguería, la de Balta, que abastecía a todos los pintores y blanqueadores del distrito. Tenía dos barberos: Luis y Ángel, y un portal profundo y sombrío donde Juanico el caca vendía caramelos, frutos secos y las novelas y los tebeos usados que se iban marchitando de mano en mano. En el último tramo, pegado a la calle de la Reina, estaba la panadería de Paquita, donde por las mañanas, los alumnos del colegio de San José se compraban las tortas de manteca para comérselas en el recreo. La calle de la Almedina eran tan importante que tenía hasta un colegio, el de los cagones, donde las madres mandaban a los niños que aún no habían alcanzado la edad oficial de escolarización. Cuando yo era niño todavía quedaban en la calle los restos de la que había sido la fábrica de caramelos Rosita y de los helados de la Violeta. En esa época funcionaba a toda máquina la carnicería de Gloria, donde íbamos los niños del barrio a mirar la exuberancia de la carnicera, que movía todo su cuerpo con una gracia caribeña cada vez que se ponía a cortar las grandes piezas de carne.






El estanco, que había sobrevivido a los años de la guerra civil, fue esquivando temporales: las épocas de crisis económica, la competencia de los bares y de las tiendas que se unieron al negocio del tabaco, y el gran apagón que sufrió la calle de la Almedina cuando los comercios que le habían dado la vida tuvieron que cerrar. Ahora ya no quedan bares, ni peluqueros, ni escaparates que llenen de luz el barrio en las noches de invierno. La calle de la Almedina, cuando oscurece, se transforma en un páramo por el que pasa un coche de vez en cuando, sin más referente que el estanco de Mari Loli donde los vecinos rellenan sus boletos de la suerte soñando con hacerse millonarios. Por las tardes, es la única vida que queda, ya que el otro establecimiento que se mantiene en pie en la misma calle, la refresquería de Juan Jesús Nieto, solo abre medio día. Nieto es otro superviviente de la Almedina. Lleva treinta años instalado en ese último tramo que desemboca en la tapia lateral del Cuartel, aguantando el chaparrón y contando los días que le quedan para jubilarse.



¿Qué le ha pasado a la calle de la Almedina? ¿Por qué tanta soledad? La única explicación coherente es que se fue quedando aislada a medida que fue perdiendo negocios y que el cese de la frenética actividad que tenía el Cuartel de la Misericordia cuando todavía existían los soldados le terminó de cortar ese hilo de vida diaria que le quedaba. Todo ese río de vida que caracterizaba a la Almedina, vía principal entre el centro de la ciudad y los arrabales de poniente, se trasladó hacia el sur, a la calle Pedro Jover, que lleva veinte años funcionando a toda máquina bajo el abrigo de buenos comercios y la presencia del Hospital Provincial.





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