La vida es una acumulación de contradicciones. Solo así puede asumirse que la provincia más desértica de la Europa comunitaria sea una de las que menos problemas tiene con el agua. He escrito menos problemas, no que no tenga problemas importantes.
El agua se ha convertido en un bien extraordinario y al aumento progresivo de su demanda provocado por la explosión demográfica- en sesenta años hemos pasado de tres mil quinientos millones de personas en todo el planeta a más de siete mil millones- se le ha unido el impacto brutal del cambio climático. Los buscadores de oro del siglo XIX han sido sustituidos por los buscadores de agua y el rio de la lógica avanza y acrecienta la certeza de que el futuro desembocará en un mar de dificultades cada vez más amenazantes para el desarrollo.
Así las cosas sorprende que la política, que a veces hace extraños compañeros de cama según el evangelio de Fraga y los intereses de quienes las protagonizan, provoque en temas de extraordinaria complejidad y trascendencia comportamientos que nadie desea, ni quienes los protagonizan, en quienes están obligados a buscar estrategias compartidas cuando se trata de alcanzar soluciones imprescindibles por su utilidad y urgentes por su necesidad.
Esta semana, como en otras en meses y años anteriores, los dos grandes partidos han vuelto a navegar por el guadiana menor de las acusaciones cruzadas sobre quién tiene mayor o menor responsabilidad en la realización de proyectos que aminoren el déficit hídrico en Almería en particular y en Andalucía en general. Un ruido político que no contribuye a solucionar el problema, sino a deteriorar unas relaciones entre administraciones llamadas a complementarse en la búsqueda de soluciones.
Hasta ahora Almería ha sido y es un ejemplo en la búsqueda de iniciativas y proyectos para aminorar el déficit hídrico con que la climatología nos ha asediado desde hace milenios. Haciendo de la necesidad virtud se ha logrado que, frente a la amenaza de cortes de suministro que sobrevuela el verano en otras ciudades cercanas, aquí esa nube no esté en el horizonte. Quizá porque hace años nos dimos cuenta de que el futuro no dependía de la incertidumbre de las nubes ni del poder de las rogativas, sino de la abundancia infinita del mar, la inteligencia de la reutilización de las aguas residuales y la interconexión solidaria entre cuencas y territorios, la provincia está logrando atravesar el cabo de las tormentas de la sequía permanente en medio de una travesía que, aunque no exenta de dificultades, sí está a salvo de naufragios inminentes.
Con mayor o menor premura, con más o menor acierto- la ubicación de la desaladora de Villaricos que se llevó la riada hace merecedores a quienes allí la construyeron de la perpetua, por torpeza geográfica-, el trabajo realizado hasta ahora merece un honesto reconocimiento.
Todavía no se ha culminado la Autovía del Agua que un día soñó Javier Arenas y que deberá unir en un canal permanente desde el pantano de Beninar hasta el del Almanzora, y desde este hasta el Negratín. Un canal por el que no solo corriera el agua, siempre escasa, de estas dos cuencas, sino también la aportación de una red de desaladoras o aguas subterráneas que garantizaran tanto su uso como suministro a la población, como su utilización como imprescindible factor de producción en el desarrollo socioeconómico de la provincia.
El Gobierno y la Junta tienen una voluntad decidida de hacer cosas y hacerlas bien. Quizá y lamentablemente no con la urgencia que impone el tiempo socioeconómico y la ausencia de problemas burocráticos que tanto entorpecen todo y a todos. Pero nadie puede negar esa voluntad. Para Juanma Moreno el problema del agua es una obsesión, para Carmen Crespo un argumento al que regresa una y otra vez en cada una de sus intervenciones. Para los ministros con competencias en el tema, igual. Y, siendo así, la pregunta que hay que hacerse es: si todos están de acuerdo en lo principal, ¿porqué perder el tiempo y energías en derivadas accesorias?
El día que Almería logre que esa Autovía del Agua sea una realidad no solo habremos convertido una utopía en una realidad, sino que habremos diseñado una forma de solucionar uno de los mayores problemas que asombrará a todos.
Seamos inteligentes. No convirtamos un ejemplo espléndido en una tormenta de ruido sin nada dentro.
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