Hay un momento en la vida en el que uno piensa que una ciudad es lo que es -o lo que termina siendo- no solo por la audacia o pazguatería de sus gobernantes, por la disponibilidad o no de medios de transporte para llegar o salir con comodidad, por el disfrute de anchas avenidas, de espacios verdes o de óptimas instalaciones sanitarias; hay un momento en la vida en el que uno piensa, echando la vista atrás, que tan importante como disponer de un AVE o de aviones con rutas a todas partes, es también, para una ciudad, atesorar -haber atesorado- un plantel de buenos maestros que hayan hecho mejores a los almerienses y por ende a esta ciudad y a esta provincia. Como se dice en La lengua de las mariposas, “Un buen maestro es una bendición, un mal maestro, una maldición”.
Los maestros de escuela fueron durante décadas de la historia de España los parias del sistema educativo, esa gente de letras y números que pasaban, en algunos casos, hambre pura; esos que lidiaban, a fuerza de paciencia, con esos proyectos de hombres y mujeres cargados de futuro, los responsables de su porvenir, de su sabiduría, de su conocimiento.
En 1900, el 80% de la población almeriense era analfabeta, según los datos recogidos por la investigadora Pilar Ballarín, a pesar de que fue una de las primeras ciudades en contar con una Escuela Normal de Maestros, uniéndose a una corriente que principió en Francia, como ‘Norma’ o ‘Método’ para formar a los futuros docentes. En Almería, la Escuela Normal de Maestros empezó a funcionar en un remoto 1846 y así lo relata el geógrafo Pascual Madoz, compartiendo instalaciones con el Instituto de Segunda Enseñanza (actual Escuela de Arte y Oficios). Esta primitiva escuela de maestros sería suprimida en 1848 hasta que volvió a abrir sus puertas en la calle Campomanes en 1860. La Escuela Normal de Maestras, a pesar de todos los escritos oficiales y campañas en prensa, no se constituiría hasta 1914, gracias sobre todo al empuje del abogado Carlos Pérez Burillo y del editor de La Crónica Meridional Guillermo Rueda.
Entre los primeros directores de estas escuelas de Maestros y Maestras estuvieron Pedro Pleguezuelo, Irene Castro, Calixto Tinoco, Domingo Lozano, Gabriel Callejón y Mariano Tamayo. La Normal de maestros se trasladó, a principios del siglo XX desde la calle Campomanes a la de Arráez, ocupando la casa de los Marqueses de Cabra o de Jover (actual Archivo Municipal) y posteriormente a un caserón de la calle Sagasta, rebautizada tras la Guerra Civil como General Tamayo.
La Escuela Normal de Maestras estuvo también en la calle Arráez y en la calle Pescadores y posteriormente en la casa de don Fernando Roda que daba a la calle Atarazanas, dirigida por Bernabela Melgarejo.
Esas sedes, con los años, se fueron quedando obsoletas y en 1943 el Ayuntamiento de Almería solicitó al Ministro de Educación Nacional la construcción por el Estado de una nueva Escuela Normal de Maestros y Maestras con una escuela graduada aneja de 16 secciones, facilitando el consistorio el solar. Esta petición almeriense tardó 13 años en hacerse realidad. Fue en el curso de 1956-57 cuando se inauguró en un nuevo espacio diáfano la nueva Escuela Normal de Magisterio diseñada por el arquitecto Antonio Góngora Galera con un coste de edificación de ocho millones de pesetas. Era un espacio abierto a los nuevos ensanches que se barruntaban en la ciudad junto a la Carretera de Ronda, junto a lo que entonces aún era campos de labranza y establos con animales. Allí germinó esa nueva escuela que inauguró el ministro Jesús Rubio junto al gobernador Ramón Castilla, donde hoy está el actual centro educativo Freinet. Era ya una moderna instalación de tres plantas para el magisterio masculino y femenino. Contaba con un salón de actos convertible en capilla, salas de laboratorio, jardín con estanque que luego se convirtió en piscina, campo de deportes y sala de trabajos manuales.
La sección de maestros estaba dirigida por José María Artero Pérez, padre del creador de la Editorial Caja, que había sustituido a Felix Alonso. Artero padre había venido procedente de Castellón como catedrático de física y química de la Normal donde fue profesor durante 50 años. La de Maestras estaba dirigida por Rafaela Fernández y las anejas de niños y niñas, donde los estudiantes de magisterio hacían prácticas, por Francisco Urbano y Joaquina Aráez.
Hubo durante décadas entrañables y queridos profesores -los maestros de los futuros maestros- que colaboraron, al igual que el invernadero o el aeropuerto, a que Almería fuese saliendo de su letargo formando a las nuevas generaciones.
Entre ellos, la recordada vallisoletana Concha Zurita, Arturo Medina, Bartolomé Marín, Antonio Relaño, Marino Alvarez, Carmen Marín (amiga de Celia Viñas), Federico Vals, Angel Frigolía, Luis Navarro, Pedro Tirado, María Domínguez o Rosario Gallego.
También fue profesor y director, el inquieto José María Artero García, como su propio padre, quien bautizo la Escuela con el nombre de Almotacín y dirigió las obras de remodelación en 1968.
Durante décadas, la Escuela de Magisterio fue el único aliento universitario que tenía una ciudad de provincias como Almería, como satélite de la Universidad de Granada. Y antes de quedar integrada en la actual UAL, en ese espacio de la Carretera de Ronda, se respiró uno de los primeros soplos de libertad que iban a empezar a calar en toda España con la llegada de la Transición.
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