Allí sigue, en el número 26 del Camino de la Sismológica (Almería). Pero la actividad ya no es la misma que hace varias décadas cuando la Estación Sismológica y Meteorológica recogía los datos de los terremotos que se producían no solo en la capital y provincia, sino incluso en otras ciudades y hasta países de alrededor. Luego pasó a llamarse Instituto Geográfico Nacional. LA VOZ de Almería y Cadena SER hacen un viaje en el tiempo para encontrar a dos grandes protagonistas, José Navarro Cazorla y Mariano Martínez. Porque ellos realizaban una labor tan imprescindible para los trabajadores y el resto de almerienses que merecen un reconocimiento. Ambos ya fallecieron.
Todo empieza en el año 1911. Almería levanta una Estación Sismológica y Meteorológica en la parte alta del Barrio de Los Ángeles. José Navarro era aparcero de una finca. La época dorada llegó en los años 20, ya que había incluso un taller para arreglar o elaborar piezas de la estación, lo que convertía a Almería, junto con Toledo, en un referente nacional en el estudio de los terremotos. Se construyó incluso una casa para el conserje hasta que el Estado expropió la finca contigua para levantar los muros y cercar la zona, porque había un material muy costoso y además sensible para realizar las comprobaciones. Esto ya ocurrió en los años 40 y 50. Luego se hizo un pabellón de magnetismo con aparatos de mediciones complejos para la época.
La familia
En la finca vivían José y su madre. Se le añadió al cortijo una nueva casa que sería para el ingeniero, mucho más moderna. Por allí pasaron tres generaciones. Era autosuficiente, con cereales legumbres, verduras, árboles frutales y multitud de animales. El Estado se quedó con el terreno para la Estación Sismológica y Meteorológica y el resto continuó siendo cultivado por José Navarro y posteriormente Mariano Martínez. A finales de los 50 José se jubiló y fue Mariano Martínez Martínez quien tomó el mando de las operaciones para que la finca luciera como siempre, espectacular. Su cargo era ordenanza. La labor era de mantenimiento y conservación del terreno para que continuara en producción hasta que con el paso del tiempo fue siendo menos rentable. Fue entonces cuando se centró más en cambiar las bandas magnéticas de los aparatos, el registro del anemómetro, el pluviómetro; y hasta hacer las mediciones para la toma de datos.
Sin duda lo que más destaca de este terreno, que continúa en pie, es la balsa, de 16x16 metros y 7,5 metros de profundidad, con 2.300 metros cúbicos de capacidad. “Allí aprendimos todos a nadar”, señalan Luis y Mariano a este medio. Ellos son dos de los hijos de Mariano. Actualmente esa balsa se puede ver desde diferentes puntos de la zona.
Terremotos
Las primeras bandas para registrar los terremotos en Almería se revelaban por humo en una pequeña habitación en el sótano “donde hacía un pequeño fuego. Luego se le daba un fijador y se conservaban”. El pabellón de magnetismo tenía aparatos tan sensibles que hasta se tuvo que instalar otro para quitar la humedad. Hubo una época donde se registraban temblores de tierra de forma continua en las zonas de Níjar y el Poniente y se colocaron puntos de medición en la montaña, por encima de El Quemadero, en el llamado el Pico Blanco, otro en El Palmer; y hasta un mareógrafo en el espigón de San Miguel cuyos datos también se recogían en el observatorio para vigilar las mareas y posibles riesgos de tsunami. “Nuestro padre ayudó a colocar los aparatos”, relatan Luis y Mariano.
El 29 de febrero de 1960 tuvo lugar en Agadir (Marruecos), un terremoto de 5,8 grados en escala de Richter que se cobró la vida de más de 12.000 personas, casi un tercio de la población en aquel momento, y que llegó a registrarse también en Almería. Ese fue el más famoso desde que se tenían datos en la capital.
Labor crucial
Había una línea de teléfono con el Instituto que los trabajadores derivaban a las casas de la finca cuando se marchaban de sus puestos. “Por las noches, cuando había un terremoto en Almería, el teléfono no paraba de sonar durante horas. Personas mayores que llamaban preocupadas, medios de comunicación, como LA VOZ de Almería, querían resolver dudas y nuestro padre les decía que calma, que había sido solo un pequeño temblor. Él era el consuelo de miles de almerienses”, apuntan Luis y Mariano.
El director
Don Luis Valbuena fue el último director que pasó por el Instituto Geográfico Nacional de Almería que vivió en la finca. Le explicó a Mariano y a la familia las características que tiene nuestra provincia en cuanto a los terremotos. “Es muy difícil que haya uno de gran magnitud, porque aquí los desplazamientos son leves y es como una olla exprés que va liberando presión poco a poco. Si eso no fuera así entonces sí que tendríamos un problema”, comentaba a Mariano. “Entonces nuestro padre trataba de tranquilizar a los que llamaban por teléfono a la finca. Lo recordamos con mucho cariño porque lo hacía todo siempre con la intención de ayudar a la espera de que al día siguiente llegaran los trabajadores del Instituto con más información”, reflejan sus hijos. Con el tiempo se fue digitalizando todo hasta el punto de que con las obras del ya desaparecido campo de fútbol de Los Ángeles hacían que se registraran microseísmos al estar tan cerca del edificio.
Decadencia
Por desgracia, este lugar ya dejó de tener uso sismográfico hace alrededor de una década, se llevaron todo el material y pasó a la Subdelegación del Gobierno sirviendo para la venta de planos, el catastro. Los hijos de Mariano nacieron en esa finca, junto a la Estación Sismológica, y allí se criaron. Precisamente recuerdan que “a nuestro padre le dejaron seguir en el cortijo hasta que murió. Un miércoles estaba quitando hierba, porque le gustaba tenerlo todo perfecto, y ese fin de semana falleció”. La viuda también continuó hasta que por enfermedad tuvo que marcharse a una residencia. También murió. A partir de ahí intentaron que el Estado les dejara con el terreno pero lo denegó y todo tenía que ser bajo oposición. Luis Martínez explica que “hicimos escritos para que yo siguiera con la tradición, ocuparme del cuidado de la finca y vivir allí", pero no pudo ser. "Hace décadas los directores estaban destinados en Almería y pasaban los días con nosotros, eran de la familia y por eso nos daban facilidades en todo. Con los años eso fue cambiando”.
“Es una pena que aquello esté abandonado, de hecho nos cuesta ir porque se nos saltan las lágrimas. Nuestro abuelo y nuestro padre lo tenían limpio, perfecto. Nos decía que si el Estado le dejaba seguir allí, en casa, en el terreno, debía mantenerlo espectacular hasta el último de sus días”, señalan. Ahora hay un conserje que se encarga de vigilar la zona y que se jubilará este verano.
Nuevos usos
La Asociación de Vecinos sigue luchando para que esto tenga un nuevo uso para los ciudadanos de Almería. “Son muchos metros y el edificio se podría utilizar como museo sismológico, para otras asociaciones, biblioteca, salón de actos, y hasta de Centro de Día de Mayores”, resalta Luis Martínez. Tanto él como su hermano Mariano han contado emocionados lo que hicieron sus familiares para mantener una de las fincas con más historia de Almería y que además sirvió como punto crucial para recoger mediciones de terremotos. Pero más allá de los datos, lo importante era atender a aquellas personas que llamaban angustiadas cada vez que la tierra temblaba en la provincia.
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