Uno de cada tres almerienses -por decir algo- suelen caminar apresurados por el Paseo con el móvil pegado a la oreja o sostenido en la mano, mientras el índice inquieto va abriéndose paso entre mensajes multimedia. Hubo un tiempo, sin embargo, en el que el teléfono era algo distinto: reposaba con forma de góndola en el recibidor y antes aún, cuando era un artículo de lujo, negro y de baquelita, aparecía anclado a la pared del hogar como un Cristo crucificado.
Hablar por esos auriculares arcaicos en forma de tubo, que veíamos en las películas de Walter Matthau, debió de ser en el tiempo remoto de nuestros abuelos como un instante supremo, como lanzar un penalti conteniendo la respiración. Cuántas historias de amor se fraguaron por el receptor, cuántos emigrantes se enteraron por teléfono de que habían sido padres o que su madre acababa de cerrar los ojos, cuántos reclutas ponían una conferencia para oír la voz adorable de su novia.
Y aquellos estudiantes, que desde Madrid o Granada salían de la pensión y se metían en la cabina, introducían las monedas, giraban con paciencia la rueda de los números y, como por ensalmo, sonaba la voz materna que siempre aconsejaba abrigarse mucho, mientras la gente que hacía cola tras el cristal, miraba con mala cara si se alargaba más de la cuenta la plática. Las cabinas han sobrevivido hasta hace poco como fósiles callejeros.
Y en los pueblos, antes de que llegaran las centralitas automáticas, había que pasar por la eterna telefonista que solía saberlo todo de todo el mundo: “Carmela, póngame con mi padre”. Y Carmela: “No contesta, Paquita, ¿quieres que lo llame al bar de Mariano?”; “Mariano, ¿está Blas, el padre de Paquita?” Y Mariano: “Por aquí está, se pone”. Y Carmela: “Blas, te paso a tu hija”. O cuando se pedía una conferencia con Murcia o con Barcelona y había que esperar y esperar o cuando se llamaba a cobro revertido: “Le llama fulano, ¿acepta la llamada?
Parece que ha pasado mucho tiempo, pero en realidad, todo eso que nos parece ahora tan lejano, ocurría más o menos antesdeayer: hasta 1995 no empezaron a popularizarse los móviles con el servicio GSM, a través de marcas antediluvianas como Motorola o Alcatel. El ingenio telefónico, que fue presentado en Filadelfia en 1876 por el escocés Graham Bell, llegó por primera vez a Almería, de forma muy rudimentaria, en 1878: en el Villa de Madrid, un comercio textil situado en la calle Real número 4.
Los propietarios, señores Giménez y Martínez, adquirieron dos auriculares para el servicio de los dependientes que funcionaban mediante una línea interna, entre la primera y la segunda planta. A partir de los años 80 del XIX empezó a desplegarse una embrionaria red urbana, concesionada a Dominguez López, y ya disponían de teléfono los principales comercios y periódicos como La Crónica Meridional, que lucía en portada el número 7.
En 1884 se produjo una comunicación telefónica pintoresca entre Vera y Cuevas, relatada por el erudito Antonio Molina Sánchez, que posiblemente se tratara de la primera conversación interurbana en la historia de la telefonía en la provincia: el director del colegio de Cuevas, Anselmo Jordán, se trajo dos aparatos de Cataluña y colocó uno en el Ayuntamiento de Vera y otro en el de Cuevas. A las cinco de la tarde dio comienzo el experimento entre patanos y rabotes, bajo los acordes de sendas bandas de música. Se saludaron los alcaldes que, estupefactos, escuchaban la voz de su homólogo a seis kilómetros de distancia.
La prueba sonora fue un éxito gracias a que los aparatos se enchufaron a la línea telegráfica entre ambas ciudades. En Garrucha también hubo una prueba similar años más tarde, en 1902, a través del hilo telefónico tendido junto a la línea férrea de la compañía minera Chávarri Lecoq, que puso en comunicación la Estación Tres amigos de la Sierra de Bédar con la de Marina de la Torre, en la playa.
Almería dispuso en 1890 de una primera central telefónica urbana en la Glorieta de San Pedro, 9, con no más de medio centenar de abonados y una tarifa de ochenta reales. En 1908, el médico Eduardo Pérez Cano, junto a Guillermo López Echevarría y Juan José Pardo constituyeron una sociedad para tender una red de telefonía que acrecentó el número de clientes.
Otro hito fue el de la llegada a Almería de la Compañía Peninsular de Teléfonos, que inició la construcción de la línea interurbana en 1910, dirigida por Magín Baldevay, e inauguró unos meses después una central en la calle Ricardos, dirigida por Miguel Moya, desde donde se pudieron celebrar por primera vez conferencias con Madrid entre el júbilo de la muchedumbre que se apostaba en la puerta. En 1915, la estación se quedó pequeña y se trasladó al Paseo del Príncipe, 38, junto al Café Colón, con una plantilla ya de más de una docena de señoritas telefonistas y recaudadores, dirigidos por Cesáreo Contreras. La Compañía Nacional Telefónica se constituyó en 1924 y asumió el monopolio del servicio en toda España.
Empezaron a abrirse centralitas manuales por municipios con potencial demanda como Vera, Cuevas, Huércal-Overa, Garrucha o Vélez-Rubio. Y en 1935, Almería dio el salto de abrir una nueva central telefónica con servicio automático en Navarro Rodrigo, cuando en la ciudad había ya unos 4.000 líneas. Fue inaugurada por el alcalde José Alemán y por el jefe del centro, Modesto Nieto, con la asistencia del director de Radio Almería, Miguel Soto. Durante la Guerra, María Villanueva fue la telefonista que resistió como una heroína dando servicio a la República al lado del cuadro de mandos, entre bombardeos y averías frecuentes.
En 1965 se abrió una nueva central telefónica acorde a los tiempos en Hermanos Pinzón, dirigida por Aníbal Garcia, y en 1975 se habilitó la actual Central Alborán, en González Garbín, bajo el mando del delegado provincial entonces, Ricardo Delgado. Hoy la Telefónica, a nivel nacional, está presidida por un oriundo almeriense, José María Alvarez-Pallete, quién lo iba a decir un siglo después.
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