El almacén de juguetes de los Segura

El 9 de diciembre de 1960, Pablo Segura abrió una gran juguetería en la calle Marín

Edificio de Almacenes Segura en la calle Marín. Fue construido expresamente por Pablo Segura para dedicarlo a gran almacén de juguetes.
Edificio de Almacenes Segura en la calle Marín. Fue construido expresamente por Pablo Segura para dedicarlo a gran almacén de juguetes. La Voz
Eduardo de Vicente
21:01 • 30 may. 2024

Los hermanos Segura reinaron en el comercio almeriense durante tres décadas. Sus tiendas estaban situadas en lugares estratégicos del centro de la ciudad y el éxito de sus negocios parecía interminable. Pocos podían pensar, allá por los primeros años setenta, que aquel imperio acabaría sucumbiendo unos años después.



Los días de gloria de la marca Segura se vivieron a finales de la década de los sesenta, alcanzando su cenit en 1969, cuando uno de los hermanos, Pablo Segura Guijarro, se embarcó en el gran proyecto de construir un edificio de cuatro alturas para dedicarlo exclusivamente a la venta de juguetes. Eligió la esquina entre la calle de Marín y la plaza del mismo nombre, a menos de cien metros de distancia de su tienda matriz, Novedades Segura, que entonces era una de los establecimientos de referencia en la calle de las Tiendas. Vendía medias, calcetines, pañuelos, hilos, lanas, guantes, productos de belleza, de limpieza, y  todos los años, por Navidad, llenaba los escaparates de juguetes. Montó hasta un taller de reparación de medias por el que pasaron casi todas las mujeres de la ciudad en una época en la que nada se tiraba, en la que unas medias o unos zapatos tenían que durar años porque no había dinero para comprar otros.



En aquellos tiempos de éxito comercial, Pablo Segura no quiso conformarse con su negocio de la calle de las Tiendas y se construyó un edificio de cuatro alturas para dedicarlo exclusivamente a los juguetes. El 9 de diciembre de 1969 los Segura inauguraron su nuevo establecimiento de la calle Marín, que se anunciaba como el Gran Bazar de la Fantasía y el más moderno de Andalucía en su ramo. 



No era un comercio más de juguetes, sino el templo de los juguetes, con un surtido tan amplio, con una capacidad tan grande de abarcar todos los gustos y las modas del momento, que no tardó en convertirse en un lugar de peregrinación de los tenderos de toda la provincia  que cuando llegaban los días de Navidad venían a la capital a por la remesa de juguetes que después ponían a la venta en sus localidades. La juguetería de Segura distribuía el género a economatos, colegios, cooperativas y comercios.



Cuando el Gran Bazar de la Fantasía abrió sus puertas el apellido Segura estaba repartido por el centro de la ciudad, con tiendas en la Puerta de Purchena, en el Paseo, en General Tamayo y en la calle de las Tiendas. No solo dominaban el mercado de la capital, sino que también extendían sus redes por los rincones más escondidos de la provincia. Los viajantes de Segura llegaban a todos los pueblos por alejados que estuvieran y en ese afán de extender sus redes sin límites, traspasaron las fronteras locales conquistando los mercados de Andalucía Oriental.



Era difícil encontrar un comercio con más trabajadores que en las tiendas de la familia Segura. Muchos llegaban al negocio siendo niños para ir aprendiendo el oficio desde abajo. Aquellos que mostraban buenas condiciones y conseguían progresar, pasaban a formar parte de una plantilla que tenía ese espíritu familiar que había conseguido darle su fundadora, Doña Andrea Guijarro. Uno de los secretos de Segura es que no se ponía límites. Tanto el comercio de la calle de las Tiendas como el de la Puerta de Purchena contaban con una sección dedicada a la venta al por mayor. Los mostradores cercanos a la  calle eran para la venta minorista y en la trastienda se atendían los grandes pedidos. Había que preparar el género para que estuviera a punto para llegar a todos los pueblos. Muchas tiendas pequeñas de barrio de Almería se nutrían de los almacenes Segura en una época donde solo se descansaba los domingos.



Aquellos tiempos dorados de la marca Segura fueron la recompensa a toda una vida de dedicación al comercio en la que no faltaron las penalidades, cuando en los días más crudos de la posguerra en los que escaseaba el género, los Segura se iban a las ramblas de Barcelona y buscaban en el estraperlo todo aquello que parecía imposible encontrar. Cuando por fin lo conseguían se venían con las maletas cargadas, sobre todo de botones, jugándose el tipo a la altura del pueblo de Benahadux, donde con el tren en marcha se bajaban para evitar tener que pasar por los temidos fielatos.




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