El granadino que más quiso a Almería

Francisco Javier León Bendicho fue un patricio que vino a Almería de visita en una diligencia

Francisco Javier León Bendicho, retratado por Diego Vázquez
Francisco Javier León Bendicho, retratado por Diego Vázquez La Voz
Manuel León
21:46 • 01 jun. 2024 / actualizado a las 21:53 • 01 jun. 2024

Ha escapado el hombre del cuadro -a pesar de esa mirada serena- del polvo de la historia; ha salido forcejeando del sótano oscuro en el que se encontraba arrumbado desde hace décadas en el Museo de Almería, junto al Preventorio y antes aún en algún almacén de enseres de la Plaza Vieja; se ha evadido, como el gran Houdini, del baúl en el que se encontraba amordazado con lienzas y protegido por un paño. Ha sido así gracias a Juan Manuel Martín Robles, director del Museo Doña Paquita quien lo ha rescatado para que veamos por primera vez, en más de un siglo, cómo era el rostro del mayor contribuyente de la ciudad: 3.177 pesetas anuales de las del  XIX.




Se trata de Francisco Javier León Bendicho, un patricio decimonónico que protagoniza una exposición temporal en la casona construida por Langle junto a la Plaza Circular. Ahí estará un mes el ínclito personaje y después no se sabe si volverá a las catacumbas consistoriales. El cuadro fue trazado por el artista Diego Vázquez en 1904, a los treinta años de la muerte del protagonista, por encargo del Ayuntamiento, teniendo como modelo una añeja fotografía, por el que pagó a su autor mil pesetas.




El retratado, con traje oscuro, posa solemne, sentado para la posteridad, con mirada plácida, sosteniendo un libro que comba con su mano izquierda. Porta una pinza de pipa en el pecho y  a su lado hay una mesa con una escribanía de plata con el  prototipo del Monumento a los Mártires de la Libertad que encargó el Ayuntamiento en 1868, tras la Gloriosa Revolución, al murciano José Marín-Baldo Cachía que llegó en 1859 a Almería como arquitecto provincial.




León Bendicho, con plaza a su nombre desde 1900, la que fue antes de Los Olmos y de la Princesa, fue uno de los personajes proverbiales de la Almería del XIX, una mezcla acrisolada de empresario, hombre de acción y de letras, político y bienhechor por la causa de Almería sin haber nacido en ella. Fue un rico, sí, un opulento, un adinerado, pero un adinerado con corazón, un benefactor de hechos, no de palabras.




El señor Bendicho, como se le conocía en Almería, nació en Granada en 1803, en una familia de burgueses. Su padre, Francisco León Ferrándiz Bendicho, fue alcalde de Corte y Gobernador de la Sala del Crimen de la Real Chancillería de Granada y en 1808 formó parte de la Junta de Granada para proclamar rey a Fernando VII, después de su marcha a Francia.




Su madre, Rosa Quilty y Cologán, era malagueña, hija del acaudalado Tomás Quilty y Valois, consejero general del Tesoro y pariente de la emperatriz Eugenia de Montijo, aquella que matrimonió con Napoleón III. De su familia materna, heredó Bendicho un próspero capital entre lo que se incluía un pingüe negocio azucarero -un ingenio- en el  municipio de Torrox, que vendió con los años al Marqués de Larios.




Bendicho estudió Derecho en la Universidad de Granada y trabajó en su juventud como auditor de guerra honorario y como diputado a Cortes y gobernador en Málaga. Era académico de las Buenas Letras de Sevilla y correspondiente de la Real Academia de la Historia.
A principios de los años 30 del siglo XIX, en un viaje en diligencia a Almería como jefe político de Málaga, conoció a la patricia local Dolores Puche y Sequera, poseedora de una gran fortuna y dama, como se decía en época tan formalista, de “esclarecida prosapía”. El amor o el caudal o las dos cosas a la vez -quién sabe a estas alturas- provocó que Bendicho presentara su dimisión de gobernador de Málaga a la reina Isabel II  para casarse con la acomodada Puche y fijar su residencia en la ciudad de La Alcazaba. Era un tipo mestizo Bendicho: hombre de libros, pero también de arebatos; varón noble de espíritu, bondadoso y desprendido, pero de pocos amigos si había un negocio de por medio.




En una hoja volandera de las de aquel tiempo -aún no se imprimían periódicos en la ciudad- dejó escrito su rechazo al cargo de alcalde que le ofrecieron los demás munícipes, pero sin embargo salió elegido diputado a Cortes por Almería en 1837, 1840, 1844  hasta 1850 y después fue designado senador vitalicio.


En sus inicios tuvo profundas convicciones liberales pero fue virando hacia el moderantismo y el conservadurismo. En su faceta literaria, tuvo siempre gran afición por los clásicos y tradujo por primera vez al castellano los ocho libros en latín del poema Los Argonautas, de Valerio Flaco, que le reportó  gran nombradía entre los latinistas españoles. Tuvo un profundo interés por la poesía y en Almería fundó el Liceo Artístico y Literario en 1835 que después se transformó en el Ateneo. Bendicho se hizo cargo también de las posesiones de su esposa en Rambla Morales y en Alhadra donde alumbró un manantial al que puso el nombre de Dolores, como ella.


Javier y Dolores  no tuvieron hijos y residieron casi toda su vida en la Casa de Los Puche, actual sede del Prendimiento. Su filantropía hizo al matrimonio que donara seis mil duros para edificar un hospicio y casa cuna para niños huérfanos junto al Hospital de Santa María Magdalena y posteriormente compraron el solar liberado por el baluarte de San Luis para construir la capilla adscrita al hospital, actual Museo del Realismo, que ha terminado siendo desacralizada, en contra de la voluntad   de Bendicho. Luchó para construir una Casa de Misericordia como albergue para niños expósitos, pero las necesidades de la guerra hicieron que aquel edificio, costeado por fondos municipales , se dedicara al Cuartel que aún existe con ese mismo nombre. Su último proyecto fue el de una fábrica de Tabacos en Los Molinos de Viento, pero le sorprendió la muerte estando en Madrid en 1873. Quiso ser enterrado en Almería pero su testamento no fue respetado y sus restos reposan desde entonces en el cementerio de San Isidro. Estaría bien que si no sus huesos, su retrato volviese a estar colgado en algún rincón consistorial de la ciudad a la que tanto quiso, en vez de regresar al desván de las cosas olvidadas.


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