En aquellos tiempos de descafeinada Postguerra almeriense, hasta un arquitecto tenía que trabajar casi a destajo para alimentar a cinco bocas: Emilia, Carmen, Pilar, Antonio y Luis; después, en aquellos tiempos en los que la estética empezaba a navegar entre dos aguas -la tradición y la modernidad- hubo un agrimensor que supo aplicar siempre la plomada del sentido común.
Más de 40 años estuvo Antonio Góngora Galera moviéndose en las procelosas aguas de la edificación, lo que duró su carrera profesional, siempre amando lo que hacía, permitiéndose el boato de inventar para la historia de la arquitectura local, junto a su hermano Emilio, un tipo de viga que patentaron con el nombre de Emán (Emilio y Antonio). Se le denominó en su época viga tipo Góngora, que permitía, debido a la carestía de esos años, reducir el porcentaje de hierro y cemento y la vendieron por toda España. Gran parte de las casas de Almería de la época que aún se mantienen en pie, tienen en sus techos este tipo de vigueta.
Antonio Góngora, el patriarca de esa dinastía de arquitectos, que aún navega a toda vela, nació en 1911 y contribuyó, en un principio, a hacer una Almería que ya no es: una ciudad provinciana y horizontal que él trazó junto a Guillermo Langle y después Javier Peña, como herederos de Gabriel Padral y de Antonino Zobaran y, antes aún, de esos dioses del Olimpo que fueron Cuartara y López Rull sobre cuya herencia escupió el desarrollismo posterior. Fue Góngora el autor de aquellas viviendas minimalistas, pero dignas, de los tiempos del hambre; viviendas sociales para los menesterosos, por ejemplo en Ciudad Jardín o en el antiguo barrio de pescadores cuyo modelo fue replicado en distintos pueblos de la provincia a través de la Administración franquista.
Góngora nació en una familia de dinámicos comerciantes de la Puerta Purchena, en un hogar de diez hermanos. Estudió en la escuela de José Cañizares, en la Plaza Careaga, y después con los Salesianos, en Utrera, terminando el bachiller en Cádiz. Estudió Ciencias Exactas y lo cambió por la arquitectura porque su hermano Facundo le convenció de que dibujaba muy bien. Se matriculó en la Escuela de Arquitectura de Madrid, donde conoció a López Redondo, que hizo el edificio del Gobierno Civil en la calle Arapiles y le dejaba los apuntes a Juan Castañón de Mena, que después fue nombrado ministro del Ejército con Franco. La Guerra, como a tantos de su generación, quebró la trayectoria de Antonio. Pudo haberse graduado en 1937, pero tuvo que esperar a 1940. Pasó la contienda fraticida en Almería, de prisión e prisión. Primero en Gachas Colorás y después en el Ingenio, donde le obligaron a construir una cocina para hacer de comer y el capataz le amenazó con fusilarle si se caía la obra.
Acabada la Guerra, Antonio volvió a respirar, con toda una vida profesional por delante. Lo primero que hizo, por orden del Gobernador, fue diseñar el barrio de Pescadores. Durante un breve periodo sustituyó a Langle como arquitecto municipal y después aprobó unas oposiciones al Catastro, que alternó con su actividad privada en su estudio de la Plaza Flores, al principio, y después en Dolores Sopeña, San Leonardo y Marqués de Comillas. Hizo todo el levantamiento catastral de la provincia porque hasta entonces se carecía de representación gráfica, indispensable para poder cobrar la Contribución por los ayuntamientos.
En la provincia subsisten huellas indelebles con la firma de este estajanovista arquitecto que, como refiere el estudioso Alfonso Ruiz, tuvo que desprenderse de la horizontalidad de la inmediata Postguerra para adaptarse a los nuevos tiempos de la verticalidad por cuestiones de mercado. Fue el arquitecto del Instituto Nacional de la Vivienda y una de sus obras cumbres es el Edificio Sindical de 1952, que forma parte del Catálogo del Patrimonio Histórico Andaluz. Fue también autor del anteproyecto del Museo Arqueológico que nunca llegó a realizarse, en la Carretera de Ronda. Diseñó Gongora con su plumilla los colegios de postguerra de media provincia, el Instituto Laboral de Vera, el pueblo de Chercos Nuevo con las cenizas del viejo con los maquis apostados en las breñas. Pero si algo distingue a Góngora es su fecunda labor en las viviendas obreras y de pescadores, mediante una técnica elemental; grupos viviendas sindicales levantadas en los 50, repartidas por toda la trama urbana de la ciudad, como prontuario del flujo de población campesina que llegaba a la ciudad de Almería procedente de los pueblos, como el Grupo Fernández Bueso en el Tagarete. Y también diseñó la Escuela de Maestría, el Instituto Sierra Alhamilla, el sanatorio 18 de julio, la Escuela de Comercio, el Hotel Costasol, Marín Rosa, talleres Cabezuelo, el poblado minero de Rodalquilar y El Arteal. Dejó de trabajar en 1986 para dedicarse en exclusiva a lo que más le apasionaba después de la arquitectura, la caza de la perdiz en las estribaciones de Sierra Alhamilla. Falleció Antonio Góngora casi centenario, en 2010, como fundador de una dinastía de acendrados arquitectos almerienses que conservan el estudio en tercera generación.
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