El Ayuntamiento tiene otro frente abierto en la ciudad. Lo que era una guerra fría entre el CSIC y nuestro equipo de Gobierno por el Parque de la Hoya se ha convertido en una auténtica batalla después de los últimos conciertos de Alamar que se han celebrado en los nuevos Jardines del Mediterráneo y que según los responsables del Centro de Rescate se han saldado con la muerte de cuatro ejemplares de gacela y un arruí, debido al estrés y a la agitación que les ha provocado el volumen de la música.
Las primera consecuencia de esta disputa ha sido la suspensión de los conciertos que estaban previstos en ese mismo escenario. El Ayuntamiento ha tocado retirada y se tiene que marchar “con la música a otra parte”, en principio a la Plaza Vieja, que aunque no está para recibir a nadie, servirá de improvisado escenario para estos conciertos en el casco histórico que se han convertido en un desconcierto absoluto y en un problema no solo para los responsables municipales, sino también para los vecinos que tienen que sufrir en sus carnes las molestias de estos recitales. Hace tiempo que la ciudad está demandando un escenario estable para los actos culturales y sobre todo para la música al aire libre en un lugar lo suficientemente apartado para que no se conviertan en una pesadilla para la vecindad.
El centro ya está lo suficientemente saturado de ruido como para atropellar un poco más la tranquilidad de las familias que lo habitan, por mucho que se empeñen nuestros ocurrentes ediles en que la organización de estos espectáculos le dan vida al comercio. ¿A qué comercio? A la hora de los conciertos las tiendas ya están cerradas y solo los bares pueden beneficiarse del ir y venir de la gente, bares que en la mayoría de los casos suelen estar llenos en las noches del fin de semana haya o no recital. Nadie duda de que hay que generar vida en el casco histórico, pero sin pisotear el derecho al descanso de los vecinos que viven allí todo el año y que pagan religiosamente sus impuestos.
Este nuevo enfrentamiento entre CSIC y Ayuntamiento, además de generar polémica, ha sembrado también algunas dudas. Si los responsables de la Estación Experimental aseguran que la música es la responsable del estrés de los animales, yo como vecino de esta zona que lleva más de medio siglo viviendo allí, conociendo la realidad del entorno, elevo a quien corresponda la siguiente pregunta: ¿Cómo la música de Alamar, que no se caracterizaba precisamente por el ruido exagerado, ha podido causar tan graves consecuencias en las gacelas y sin embargo, del ruido de la música a cañón que llega de la Joya y La Chanca al Parque de la Hoya nadie se queja?
Los animales que habitan el centro llevan años padeciendo el estruendo de los altavoces que algunos vecinos de dichas barriadas sacan a la puerta de las casas cada vez que tienen ganas de fiesta, que suele ser a menudo. Es más, en fechas señaladas como la Navidad y el Año Nuevo, las rumbitas y el zumbido de la música electrónica, a todo volumen, no cesan durante toda la madrugada sin que exista ninguna barrera que separe el ruido del lugar que habitan los animales protegidos.
En medio de esta guerra solo existe un camino: que unos y otros se pongan de acuerdo y que de una vez por todas a la Finca Experimental se le encuentre un escenario más razonable donde llevar a cabo su maravillosa labor con los animales. El paraje de la Hoya que ocupa actualmente es una de las zonas de mayor belleza del casco histórico que la ciudad nunca pudo disfrutar. En ninguna ciudad civilizada se puede entender que un recinto de tanto valor monumental, que un valle que nos cuenta en cada palmo un trozo de nuestra historia, con las torres de La Alcazaba y las murallas rodeándolo, no esté al servicio de la ciudad y de sus ciudadanos.
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