La Playa antes de los gimnasios

Antes de que se extendiera la moda de las pesas las playas de Almería eran una exaltación

La Voz
Eduardo de Vicente
20:08 • 04 jul. 2024 / actualizado a las 23:03 • 04 jul. 2024

Hubo un tiempo en el que ver a alguien gordo era un acontecimiento extraordinario. En mi escuela apenas había niños gordos, te podías encontrar alguno en alguna clase, pero siempre como un hecho aislado, inusual, que rozaba la anécdota. Aquel era un mundo de delgados, de delgados fuertes, que eran aquellos que no tenían un gramo de grasa pero tenían los músculos marcados, y de delgados flacos, que ocupaban el escalafón más bajo y que solían ser, como los gordos, objeto de mofa y escarnio.




El que estaba pasado de kilos destacaba a su pesar porque se sentía como un extraño entre un regimiento de delgados. La mayoría éramos canijos porque nos gustaba más la calle y sus juegos que una buena merienda. Cuántas veces olvidábamos el bocadillo encima de un tranco mientras corríamos detrás de una pelota. Los niños de hace cincuenta años no sabíamos lo que era la bollería industrial y los pasteles nos los comíamos con los ojos pegados a los escaparates. Es verdad que nos daban sobrasada, morcilla, sartenes de migas, pero todas aquellas calorías que caían en nuestras venas se evaporaban después cuando salíamos a jugar a la calle. Como nos pasábamos los días revoloteando estábamos instalados en una delgadez permanente, un estado que no era del agrado de todas las madres de aquella época, que soñaban con hijos rollizos.




A los flacos de remate nos gustaba más el invierno que el verano porque disimulábamos mejor nuestras deficiencias. Después llegaba el verano y esa pasarela que era la playa donde ya no había lugar a engaños. La playa de antes era muy distinta a la de ahora. No existía esa expresión tan venerada en estos tiempos del ‘culto al cuerpo’. El culto era el vecino que tenía la enciclopedia Larousse en la estantería y compraba todos los días el periódico. El cuerpo era el de bomberos y el de la Guardia Civil, que tanto festejábamos los niños de entonces cuando salían por las calles desfilando. Casi nadie esculpía su cuerpo. O lo traías bien hecho de fábrica o te tenías que conformar con el que te había tocado. Aquí en Almería apenas había gimnasios, salvo los que usaban los boxeadores, y eran muy pocos los que se dedicaban al culturismo, o lo que en el lenguaje de aquel tiempo conocíamos  como ‘levantar pesas’: Paco Barrilado y cuatro locos más.




La playa, antes de la moda de los gimnasios y el culto al cuerpo, era una exaltación a los cuerpos famélicos. Hoy te vas al Zapillo y te encuentras un desfile permanente de muchachos y muchachas machacados por el ejercicio, con figuras que parecen sacadas de un anuncio de yogur. Antes, ver a alguien musculosa era un suceso extraordinario y los niños lo mirábamos como si acabara de aterrizar de otro planeta.




El fuerte llamaba la atención de toda la playa cuando antes de tirarse al agua se daba su vuelta reglamentaria por la orilla para recordarnos que la fuerza era la razón en aquel universo de escuálidos. Cómo disfrutaba el ‘musculitos’ sintiéndose observado y envidiado, cómo sacaba el pecho y metía la barriga cuando se cruzaba con ese grupo de muchachas que jugaban en la arena a la pelota.
Los niños nos sentíamos tan poca cosa al lado del fuerte que cuando llegábamos a nuestra calle buscábamos latas vacías de pintura y de leche condensada, las rellenábamos con cemento de alguna obra y nos fabricábamos nuestras propias pesas creyendo que en cuatro días podíamos soñar con aquellos pectorales insultantes que habíamos visto en la playa.




Después de la gimnasia, cuando nos quedábamos en bañador en la arena del Club Náutico, nos sentíamos un poco más fuertes aunque fuera solo un espejismo, y si había alguna niña cerca no dudábamos en hacer una tanda de flexiones para llamar su atención.
La gimnasia playera nos abría el apetito, así que rematábamos la faena con uno de aquellos bocadillos de mantequilla con una onza de chocolate que tanto éxito tenían a la orilla del mar.





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