Aquella noche no llevaba su inseparable bufanda que le daba cierto aire de bohemio del Madrid del 98. Umbral, el escritor que unos años después alcanzaría la gloria como articulista del diario El País, llegó a Almería vestido de diario, con una chaqueta gris, jersey oscuro y camisa blanca, alejado todavía de esa estética dandi que el novelista se fabricó unos años después.
Francisco Umbral vino a Almería en el invierno de 1973 para participar como miembro del jurado del Premio de Novela Café Colón. Aquello fue un gran acontecimiento y una sorpresa que nadie esperaba. Antonio Torres González, hijo del propietario del café más famoso de Almería en aquel tiempo, decidió darle a su ciudad y a su negocio un empuje cultural creando un certamen de novela que tuviera repercusión nacional y fuera una referencia entre los escritores.
Con esta iniciativa le daba un giro a la propia vida del establecimiento. Hasta entonces, la cultura en el Café Colón se resumía en las tablas de su escenario por donde durante dos décadas habían pasado las grandes voces del momento. El Colón fue, junto al Español, el gran café de la posguerra, donde en las tardes de invierno el humo del tabaco y el vapor del café caliente iban dejando en el ambiente ese vaho de melancolía tan característico de aquel tiempo. Las tertulias se alargaban hasta la caída de la tarde, cuando la voz del presentador de sala anunciaba: “Con todos ustedes, el gran Quinteto Castillo y sus bellas señoritas”. Tres actuaciones cada tarde y los festivos, cuatro, para que no faltara la música.
Allí tocaba la prestigiosa orquesta Alba, dirigida por el maestro Rafael Barco, acompañando a una vocalista que interpretaba las canciones de amor de la época. Cuando se acercaba la primavera, el local contrataba a la orquesta ‘Alas’ de Madrid, que llegaba con la aureola de haber actuado en las salas más importantes de la capital de España. Ofrecía dos funciones diarias y los domingos, a las 12.30 horas, amenizaba lo que se llamaba entonces ‘sesión vermut’ a la que acudían los matrimonios y las parejas de novios después de Misa.
El Colón tenía un ambiente mañanero: tumultuoso, ajetreado, como de paso, de café rápido y ojeada a las noticias del Yugo, y otro ambiente de tarde que era mucho más reposado, más de mesa de camilla y tertulia serena, que se repetía cada día como se repetían los mismos rostros, el mismo humo de tabaco que envolvía el escenario en una niebla sugerente; los mismos cafés que se eternizaban encima de los veladores hasta la última actuación, las mismas canciones y los mismos gestos de las vocalistas. “Distinguido público, el Café Colón tiene el gusto de presentar a la joven artista almeriense Mary Ortiz, que llega de Madrid donde acaba de cosechar importantes éxitos”, anunciaba la voz del presentador de sala antes de que empezara la actuación.
Tan célebres como sus actuaciones en directo fue la sala recreativa del Café Colón donde la juventud de Almería encontró el refugio perfecto para emplear el tiempo libre. La sala de billares era un centro de reunión permanente. Bajo una espesa niebla de humo de cigarrillos se organizaban grandes partidas donde los dioses de la carambola se jugaban su cetro cada fin de semana. El Café Colón fue también uno de los primeros escenarios donde llegaron las mesas de futbolín, conocidas oficialmente como mesas de fútbol de salón.
Un poco hartos, tal vez, de ese ambiente monótono de los cafés, las tertulias y las partidas de billar, los propietarios del Colón optaron por darle ese giro cultural que pedían los nuevos tiempos y nada mejor que instaurar un premio de novela dotado con 100.000 pesetas para el ganador.
Con la idea recién parida en el bolsillo, su promotor, Antonio Torres, se presentó en el Ayuntamiento buscando la ayuda institucional. Era una buena oportunidad para el municipio, una estupenda promoción turística de cara al invierno, la estación del año donde Almería no encontraba competidores.
El Premio Café Colón reunió en Almería a escritores de la talla de Umbral, y de Martín Descalzo y Antonio Prieto, que habían sido premio Nadal, todos arropados por esa figura de las letras que era José Manuel Lara, director de la editorial Planeta, al que nuestro Gobernador civil, señor Gias Jové, le impuso el Indalo de plata.
Cincuenta y dos obras se presentaron al concurso, resultando ganadora la novela ‘El canto de las sirenas de Gaspar Hauser’, del escritor Jaime del Amo, que se fue como un rey de Almería con sus veinte mil duros en el bolsillo.
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