Qué importantes nos parecían los señores de la prensa deportiva que tenían el privilegio de estar en posesión de un carnet que les permitía entrar gratis a todos los partidos.
El paradigma de la felicidad para los niños futboleros eran poder ver todos los partidos sin pagar, y hacerlo además en un lugar de privilegio, como lo era en los primeros años setenta la improvisada ‘tribuna’ que se montaba en uno de los terraos de la grada principal del estadio de la Falange. Entonces no existían las cabinas ni los palcos VIP, pero poder ver el espectáculo desde un puesto elevado y sentado en una silla era todo un privilegio en aquella época, un pequeño lujo que disfrutaban los señores de la prensa, con los que los directivos solían tener buenos detalles, ya que a veces tenían en sus manos y en sus voces la palanca que permitía que fueran más aficionados al campo.
Las crónicas de los partidos que salían en el periódico, con dos días de retraso, tenían un aroma casero que no ofrecía ninguna duda. Los periodistas escribían con la camiseta puesta y no dudaban en poner contra las cuerdas al árbitro sin ningún rodeo ni ninguna contemplación cuando consideraban que había perjudicado a su equipo.
Envidiábamos a los periodistas que se ganaban el pan escribiendo de fútbol y también a los fotógrafos que unos minutos antes del partido podían saltar al terreno de juego y colocarse delante de los equipos, que tenían la costumbre de formar para que el retratista hiciera su trabajo.
Los niños de mi generación le debemos mucho a la radio más que a los periódicos: a los programas de discos dedicados que nos refrescaban interminables siestas del verano, a las novelas cargadas de dramatismo que nuestras madres escuchaban con lágrimas en los ojos, a los consejos que cada tarde nos regalaba Elena Francis desde su enigmático consultorio.
Mi radio infantil fue también la de los partidos de fútbol: el Carrusel nacional con los anuncios del coñac Fundador, el anís de la Asturiana, el marcador simultáneo ‘Dardo’ y las inolvidables retransmisiones que en Radio Juventud hacía José Miguel Fernández, contándonos con detalle todo lo que ocurría en escenarios tan remotos como ‘el Clariano’ de Onteniente o el estadio ‘Álvarez Claro’ de Melilla.
Todavía, la radio deportiva local conservaba ese toque de calidez, de instrumento familiar, que había caracterizado a este medio en épocas anteriores.
Era una radio muy complicada porque los medios técnicos eran limitados y los recursos humanos tampoco sobraban, pero con mucha fuerza debido a que no tenía tanta competencia como la que tiene ahora. El fútbol apenas aparecía por la única cadena de televisión que existía y la prensa escrita no tenía el carácter popular que sí alcanzaba la radio.
En los años de oro de la A.D. Almería jugaron un papel fundamental tanto la radio como los locutores que hicieron causa común para implicar a la ciudad en torno a un club y a una idea. En aquellos tiempos de fiebre futbolística, el principal medio de contagio fueron los programas radiofónicos en los que además de informar se establecía una relación tan estrecha con el equipo y con la afición que contribuyeron a hacer socios y a llenar el campo en más de una ocasión.
De todos los programas de la época destacó, al menos para mí, el de ‘Noche Deportiva’, que se emitía por las ondas de Radio Juventud. Lo dirigía José Miguel Fernández (1942-1993), uno de los grandes comunicadores del periodismo almeriense y maestro de muchos locutores que empezaron a su lado como colaboradores.
‘Noche deportiva’ se convirtió, a mediados de los setenta, en el programa más escuchado. El secreto del éxito fue contar con un gran comunicador como José Miguel Fernández, que supo hacer una radio muy cercana al público y adaptada a la demanda de sus oyentes. Le dio a la afición el programa que querían escuchar. Convirtió, el pequeño auditorio que existía en Radio Juventud, en un teatro donde cada noche se daba una función de radio en directo, haciendo crecer una ola de ilusión en torno a unos colores.
En el verano de 1976, miles de almerienses se sacaron el carnet del Almería y compraron acciones del campo que se estaba construyendo, a través de las ondas. Llamaban y daban su nombre, comprometiéndose con el club al calor de la radio y de un proyecto que anunciaba éxitos seguros.
Con su programa, José Miguel supo aprovechar el tirón sentimental del momento. Unas semanas antes, al Almería le habían quitado, en un golpe bajo que le dieron en los despachos, la posibilidad de ascender a Segunda División debido a la alineación indebida del portero Hierro que originó el llamado ‘caso Tarrasa’. La gente estaba herida y en torno a esa gran injusticia, que entonces se tomó como una afrenta hacia toda la provincia, nació un sentimiento desbocado de cariño hacia un club que se había convertido en el máximo exponente de la ciudad. De ese germen cargado de patriotismo deportivo supo sacar tajada radiofónica el excelente comentarista de Radio Juventud.
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