18 de Julio: el día más largo del año

Desde la vega llegaban de madrugada las familias con los carros buscando un hueco en la playa

La Voz
Eduardo de Vicente
19:29 • 17 jul. 2024 / actualizado a las 19:35 • 17 jul. 2024

El 18 de Julio era el día de fiesta por antonomasia. La fiesta no estaba en la bandera, ni en los mensajes triunfalistas, ni en las inauguraciones de las grandes obras que aparecían ese día en los titulares del periódico. La fiesta no pasaba por las palabras del Gobernador civil cuando vestido de gala recordaba los triunfos del régimen, ni por el himno nacional que sonaba con puntualidad en la radio a la hora de las noticias.




La fiesta del 18 de Julio era la de los mecánicos, la de los albañiles, la de los pintores, la de los carpinteros, la de las familias de la vega que descansaban de sus faenas una vez al año y la de los tenderos que como mi padre cerraba hasta la puerta trasera por la que vendía a escondidas los domingos.
Almería cerraba cuando llegaba el 18 de Julio para transformarse en una ciudad fantasma. Desaparecían los coches y las motos y un silencio de sepultura tomaba las calles, como si la vida también se hubiera ido de vacaciones. Las puertas y las ventanas de las viviendas se cerraban a cal y canto y el corazón de la ciudad se trasladaba a la playa, en un éxodo masivo que comenzaba de madrugada.




El día más largo del año era entonces el 18 de Julio porque empezaba la tarde anterior, cuando las familias hacían acopio de víveres en las tiendas y en los bares de los barrios. Entonces no habían llegado todavía los supermercados y la gente compraba en la tienda de enfrente. En la de mi padre había tres días marcados con un círculo rojo en el calendario: el 24 y el 31 de diciembre, y como no, el 18 de Julio, o para ser más exacto, la tarde del 17, en la que el negocio permanecía abierto hasta que en el reloj de la Catedral sonaban las campanadas de las diez de la noche. Para evitar conflictos con los municipales, se cerraba a esa hora la puerta principal, pero se dejaba medio abierta la trastienda porque siempre había algún rezagado que se le había olvidado llenar la garrafa de agua de Araoz, imprescindible para pasar el día en la playa.




Recuerdo que a comienzos de los años setenta, antes de que la celebración empezara a declinar,  lo primero que se agotaba en mi tienda eran las pilas de los transistores y las cajas de la crema Nivea. Las radios formaban parte del equipaje de las familias para ir a la playa y escuchar debajo de las sombrillas las canciones de moda de aquel verano y las épicas retransmisiones del Tour de Francia.




La Nivea era tan familiar en aquel tiempo como la radio. Aquella crema que regalaba balones de playa la utilizábamos para todo: si te quemabas te curabas con Nivea; si te hacías un rozadura con el zapato echabas mano de la Nivea y si te tostabas más de la cuenta a la orilla del mar esa noche te metías en la cama tan resbaladizo como un pez, envuelto en una capa de crema Nivea. El 18 de Julio empezaba de madrugada, cuando se iniciaba el desfile de las familias, que cruzaban las calles a oscuras con las casas a cuestas. Había quien llevaba los portaequipajes de las bicicletas cargados de cajas y había quien aprovechaba los carros de madera para afrontar aquel ensayo de mudanza colectiva y para llevar a la playa al abuelo o a la abuela que ya no estaban para largas caminatas y querían participar en la fiesta.




A mí nunca me gustaron aquellas expediciones masivas al mar, aquellos empachos de sol y arena, y prefería quedarme en mi casa, metido en la pila, jugando con los indios y con los barcos de plástico o haciendo carreras en las losas del suelo con los ciclistas que vendían en la tienda de Alfonso. Ya por la tarde, cuando se iba el sol, me gustaba salir a la calle para ver cómo llegaban las familias después de la fiesta, todas envueltas en ese aire fatigado que les dejaba en el alma la intensa jornada de playa y de sol.




La noche del 18 de Julio era la noche de las farmacias de guardia, de ir a buscar las pastillas de Aspirina para el dolor de cabeza o los polvos de sulfatiazol que eran mano de santo para evitar que las quemaduras del sol se infectaran. Si el 18 de Julio era el día de la fiesta total, el día siguiente era el de los quemados por Dios y por España.




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