En la barbería de Miguel Bisbal, en la calle de la Reina, hay una silla que le pertenece a Ángel Pageo. Era su trono, el lugar sagrado donde se tejían a diario los pequeños momentos de felicidad que compartía con los amigos de toda la vida en aquellas tertulias de dos horas que transformaban el negocio en una asamblea permanente donde lo mismo se discutía de política, sin ofender a nadie, que se repasaban los últimos fichajes del Almería.
Mientras el peluquero se ganaba el jornal, los contertulios formaban un corro donde destacaba la figura del amigo Ángel, que con paso sereno llegaba todos los días sobre las once de la mañana, desde su lejano barrio del ferrocarril, dispuesto a colaborar en la difícil tarea de poner las cosas del mundo en su sitio. Allí se sentaba, con su manzana en la mano, para echarle un ojo a la prensa y disfrutar de esos intantes irrepetibles entre compañeros.
Ángel Pageo Benete nació en Almería en 1953. Pasó su infancia en esa manzana que va desde la Catedral al barrio de la Almedina. Pertenecía a una generación de jóvenes que aunque no vivieron los años más críticos de la posguerra, sí les tocó crecer escuchando las historias de supervivencia de la gente y aprendiendo por su propia experiencia la dureza de la vida, lo mucho que costaba abrirse paso. A Ángel nadie le regaló nada. Creció en el seno de una familia humilde y apenas tuvo tiempo de saborear la adolescencia, ya que como solía ocurrir en aquellos tiempos, los jóvenes tenían que pisar pronto el acelerador para buscarse la vida.
Su primer trabajo fue en la Farmacéutica del Sur, repartiendo los pedidos por las farmacias a bordo de una bicicleta, hasta que le llegó la oportunidad de entrar como aprendiz en los Talleres de Oliveros. Como al niño le gustaba la electricidad, como tenía habilidad para tratar los asuntos de los cables y los enchufes, no tardó en ir progresando hasta convertirse en un profesional. Le tocó vivir tiempos difíciles, la crisis de la fábrica y el traumático cierre definitivo de Oliveros que dejó a tantas familias sin trabajo.
En 1980 emprendió una nueva aventura, esta vez en la empresa de electricidad de Gómez Pomares, donde Ángel trabajó durante más de veinte años, alcanzando el grado de oficial y ocupando el cargo de delegado sindical.
Cuando le llegó la jubilación y empezó a saborear el tiempo libre se convirtió en un caminante vocacional, junto a su esposa, y le dedicó una parte de las mañanas a esas reuniones impagables que se organizaban en la barbería de Bisbal. El pasado mes de mayo, Ángel empezó a ausentarse. Lo que parecía una ausencia pasajera se fue convirtiendo en un presagio de despedida. Los amigos llegaban y preguntaban ¿cómo está Ángel?, pero no llegaban buenas noticias. Como tenía alma de luchador, como su mujer y sus dos hijos, nunca bajó los brazos y en los peores momentos, cuando la derrota era irremediable, cuando con los ojos medio abiertos descansaba en la cama del hospital aguardando el desenlace, todavía tuvo un gesto cómplice con su amigo Juan Delgado, haciéndole una peineta cariñosa con el dedo.
Se nos ha ido Ángel Pageo después de haber estado batallando a pecho descubierto con el maldito destino. Nos deja el vacío de su silla en la barbería de la calle de la Reina y el recuerdo inolvidable de aquellos raticos de charla en los que siempre se acababa hablando del Almería. Será difícil encontrar un aficionado al fútbol tan fiel a su equipo como lo fue Ángel. Cómo disfrutaba con su bolsa de pipas que compraba reglamentariamente en el kiosco del Paseo, en su asiento de Preferencia, cantando los goles de su U.D. Almería.
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