Fue en el verano de 1925 cuando el contratista de obras Juan Salvador Cañadas, por encargo del arquitecto municipal, Guillermo Langle Rubio, empezó a ejecutar el proyecto de reforma del puente sobre la Rambla del Obispo que unía el barrio de las Almadrabillas con la calle de Aguilar Martel.
Se trataba de acabar de una vez con la vieja y estrecha pasarela de madera existente y levantar un puente moderno que facilitara el tránsito de carruajes, automóviles y peatones, contribuyendo de esta forma a unir la zona sur del centro de Almería con las Almadrabillas y el camino del Cabo de Gata.
La prensa local llevaba años pidiendo la construcción del puente y la rehabilitación de toda aquella manzana que se extendía desde la calle Aguilar Martel (actual Parque), el puerto y el arrabal de las Almadrabillas. “En Almería la parte más miserable de la población es la que primero ven los visitantes que llegan a la ciudad por el mar”, escribía el periódico La Crónica Meridional. “A la puerta de las casuchas es frecuente ver el espectáculo de unas gallinas que saltan y picotean en las basuras o el de unas ropas míseras que puestas a secar sobre cordeles le muestran al visitante una muy relativa limpieza. ¿Hasta cuando ha de durar la vergüenza de ver a las mujeres desgreñadas espulgándose a la puerta de sus inmundos tabucos en la parte más bella de la población?”, se preguntaba el cronista del Diario de Almería.
El 19 de agosto de 1925 comenzaron las obras del nuevo puente que tenía que ser el primer paso para la reforma del barrio y para que la zona del puerto estuviera comunicada con los caminos de Levante, terrenos naturales para la futura expansión de la ciudad. De aquellas obras estaba muy pendiente el abogado Miguel Naveros Burgos, que ya tenía en marcha su proyecto de balneario en la playa de San Miguel y necesitaba unir su barrio de manera decente con el resto de la ciudad, y Carlos Jover, el propietario del balneario Diana, que estaba pidiendo a gritos la mejor de los accesos a su establecimiento.
La tarde que se iniciaron los trabajos sobre el puente la ciudad se preparaba para celebrar la Feria en honor de la Virgen del Mar. En el patio del Cuartel de la Misericordia, iluminado por la prestigiosa Casa Ferrera, se organizaba una verbena para la alta sociedad y en el Balneario Diana, ubicado en el corazón de las Almadrabillas, se anunciaba como gran acontecimiento la actuación de ‘El Hombre Guitarra’, “fenómeno bucal y gran imitador de voces y toda clase de ruidos”, y un concierto flamenco protagonizado por el notable guitarrista Antonio Sereno, ‘Niño de la Luna’.
El señor Jover, propietario del Balneario, fue uno de los empresarios almerienses que más insistió ante las autoridades locales pidiendo la construcción del puente que consideraba fundamental para la proyección de su prestigioso negocio de aguas templadas que cada verano atraía a numerosos bañistas de toda la provincia. Además de las obras del nuevo puente, el Ayuntamiento ordenó que se limpiara la estatua de la Caridad, que ofrecía un triste espectáculo por la capa de suciedad que acumulaba.
Los trabajos del nuevo puente se prolongaron durante dos meses, del 19 de agosto al 20 de octubre, siendo recepcionadas las obras el 5 de noviembre por parte del primer teniente de alcalde, don Antonio González Egea y del arquitecto municipal, don Guillermo Langle Rubio. El coste del proyecto superó las treinta mil pesetas y el resultado fue un puente moderno y consistente, hecho a base de hormigón y acero, con una longitud de 42 metros. La parte destinada al paso de los vehículos se construyó con una anchura de cuatro metros y un carril de un metro de ancho para el tránsito de los peatones.
En la Navidad de 1925, con el puente recién inaugurado, se procedió a la limpieza del último tramo del cauce de la Rambla, que debajo del puente presentaba un aspecto miserable convertido en escombrera y en basurero furtivo donde las gentes arrojaban hasta los animales muertos.
Antes de que concluyera el año, la prensa local aunó fuerzas para exigirle a las autoridades que ahora que estaba construido el puente era obligatorio terminar con el chabolismo que existía en la explanada frente al puerto y con la miserables condiciones de vida de las familias de pescadores que seguían malviviendo en casuchas hechas con tablones de madera en las inmediaciones del cargadero del mineral.
Qué barrio de contrastes era en aquel tiempo el de las Almadrabillas. Con su puente moderno recién inaugurado la estación del ferrocarril parecía más cerca y también los talleres de Oliveros, que en los años veinte formaban parte fundamental del entramado industrial de la barriada. Allí sobrevivía aún la fábrica del gas, a la orilla de una playa que estaba marcada constantemente por la actividad minera, por los vagones que cruzaban por el Cable Inglés cargados del polvo.
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