El 28 de julio Venezuela tembló. Casi 30 millones de personas repartidas por todo el mundo pegaron la nariz a las pantallas de sus televisores con la esperanza de que tal vez en esa ocasión sería diferente, con la ilusión de que quizás en esas elecciones se impondría, por fin, la democracia. Mil detenidos, un centenar de heridos, al menos 24 muertos y decenas de desapariciones forzosas después, esa esperanza, aunque vacilante, aún sigue en pie.
De los ocho millones de venezolanos que viven en el exilio, casi 500.000 se encuentran en España y más de 1.700 en Almería (nacidos en Venezuela). Algunos ya nunca más pisarán su país. Otros aún albergan el deseo de que se reconozca la derrota de Nicolás Maduro en las elecciones presidenciales. Solo así podrían regresar al que consideran “el mejor lugar del mundo”.
Desde la distancia
Solo 6.500 venezolanos pudieron inscribirse y actualizar sus datos en el Registro Electoral para poder votar en el extranjero, una cifra paupérrima si se tiene en cuenta la ingente cantidad de ciudadanos que intentaron ejercer su derecho.
“Evidentemente yo no pude votar. Me traté de inscribir en el Consejo Nacional Electoral (CNE) para cambiar mi dirección, pero no había manera de entrar al portal”, cuenta Neuro, un venezolano que llegó a España en 2019 y que hoy reside en Roquetas de Mar. Lo mismo le ocurrió a Evelyn, una mujer que, junto a su marido, regenta el D&S Café Bar, una cafetería venezolana en la ciudad de Almería.
Por otro lado, a Mauricio, quien lleva desde 1999 asentado en España, le daba miedo “que estando inscritos en el consulado español” supieran dónde estaban su mujer, sus hijas y él mismo; ya que sus propios familiares en Venezuela les han llegado a pedir en algunas ocasiones que no les escriban para “evitar problemas”.
Ninguno pudo depositar su voto, pero todos vivieron el domingo de las elecciones como una convocatoria distinta. “Algo había cambiado. Se veía a la gente saliendo a ejercer su derecho, pero también muy atenta. Muchos no se iban a casa después de votar. Se quedó un gran número de testigos que estaban muy interesados en que estas fueran las elecciones realmente buenas para Venezuela”, cuenta Mauricio.
“Al principio toda la gente estaba escéptica, pero cuando vimos que tantas personas salían a la calle, marchando con la oposición, protestando, te dices que igual esta vez sí sea la definitiva. Al final fue lo mismo de siempre”, lamenta Neuro, antes de añadir que, al menos, quedó en evidencia que lo que tienen allí “es una dictadura”.
El nerviosismo y el estrés marcaron su gesto a lo largo de la jornada. “Aún hoy lo pasamos fatal”, reconoce Evelyn, quien, al terminar su turno en su local, llega a casa todos los días con la idea de ponerse las noticias: “Es más, algunas veces estoy trabajando a la vez que me pongo YouTube en mi tableta para ver lo que está pasando”.
Mientras que Neuro se fue a dormir angustiado para amanecer al día siguiente con “la mala noticia”, la Plaza del Educador, en Almería, albergó sobre sus losas a los venezolanos que quisieron vivir el día junto a los suyos. Entre ellos, se encontraba Mauricio: “A las ocho de la tarde de aquí ya se podían ver muchas caras decepcionadas, todo el mundo sabía lo que podía pasar, porque no es la primera vez que se amañan unas elecciones allí”, recuerda. Con los ojos húmedos y la voz temblorosa, intenta expresar una realidad que es difícil de captar con palabras: “Imagínate nuestra frustración ¿Qué te puedo decir que no me haga llorar como un niño?”.
Un país desolado
Dos semanas después de un “fraude electoral” mastodóntico, como lo señala una importante parte del globo terráqueo, las actas continúan sin ser publicadas; unos documentos automatizados que podrían corroborar que el verdadero ganador es Edmundo González, candidato opositor, hoy escondido para no sufrir las represalias de Maduro. Mientras tanto, Venezuela sigue en pie de guerra por su libertad y por salvar a un país cuya tumba es cada vez más profunda.
La hija de Neuro contrajo una enfermedad que, teóricamente, llevaba 30 años erradicada. “Fue por las malas vacunas que envían a Venezuela. El doctor me reconoció que había una epidemia”, rememora el treintañero, quien quiso comprar medicina y, al no encontrarla, tuvo que buscarla más allá de las fronteras venezolanas. Aquel fue el punto de inflexión que lo impulsó a emigrar: “Dije: por el bienestar de mis hijas, no puedo seguir aquí”.
Evelyn y su familia se convirtieron en inmigrantes por la radicalización del Gobierno de Chávez tras el intento de golpe de Estado en 2002, pero al igual que Neuro, esperan a que la situación en Venezuela mejore para poder regresar. Mauricio, en cambio, quien lleva media vida fuera de su país, ya no le ve sentido: “La última vez que pisé mi hogar fue allá por 2008, en un viaje. Pasé tanto miedo que no he vuelto”.
“El chavismo está por toda Venezuela, el país es muy violento, pero hay que vivirlo para entenderlo. Allí te subes a un taxi y tienes que vigilar que no se te acerque ningún motorista que te baje del coche y te robe -o algo peor-”, narra.
Con él concuerda Neuro, que suma la ausencia de servicios básicos a dicha inseguridad: “De pronto te quitan la luz o el agua una semana y no puedes reclamar a nadie. Todo el mundo allí tiene pozos de agua y tanques para poder tener agua diaria, porque si no, puedes pasar dos o tres meses sin una sola gota”. Irónicamente, también ocurre con el petróleo: “Siendo un país productor, no hay gasolina. Tenemos que comprarla de contrabando y mucho más cara”.
“Viven el hambre y la paralización del país”, añade Evelyn. Y es que desde que los venezolanos tomaron las calles a raíz de las elecciones, los vuelos al país se han restringido y los pasaportes, bloqueado. “Están incomunicados totalmente, los medios de comunicación no existen”, asegura la mujer, que se ve obligada a informarse a través de redes sociales y medios extranjeros cibernéticos.
Lo mismo ocurre con la que un día fue la red del pájaro azul. “Hace nada cerraron Twitter para todos los venezolanos. Supuestamente la han bloqueado por diez días, pero estamos seguros de que no es verdad y que estará así hasta que tapen su corrupción”, lamenta Neuro.
En definitiva, no les faltan razones para irse. Esa es la conclusión a la que llegan los venezolanos establecidos en Almería. Y es que desde que Maduro se sentó en la silla, hace once años, Venezuela ha bajado 45 puestos en el índice de democracia de The Economist, del 143 al 167. Se ha convertido así en el país más autoritario de América Latina, solo después de Nicaragua.
Mensaje para el resto del mundo
Los venezolanos están siendo asesinados, están desapareciendo, pero la coerción y el terror no los frenan. Tampoco amedrenta a los que hoy viven en Almería, quienes han lanzado un mensaje al resto del mundo conscientes de que solo ellos pueden poner voz a la lucha que desde su país se intenta silenciar.
“Que no quepa duda de que en Venezuela se vive una dictadura. Nada ha mejorado, todo va a peor”, sentencia Neuro. “Todos los países que nos apoyan saben que siempre han contado con Venezuela para sus inversiones y negocios. Nunca les hemos cerrado las puertas. No nos las cerréis ahora a nosotros”, añade Mauricio. “Lo que queremos los venezolanos es que a nivel internacional tengamos un apoyo leal y sincero. Que no piensen en sus intereses personales, sino en la sociedad que está siendo maltratada, torturada, asesinada y acallada por luchar por su libertad”, sentencia Evelyn como punto final de una llamada de auxilio que, espera, trascienda el papel.
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