“Tengo 62 años, pero llevo en la feria 63 porque nací en una caseta de tiro”, dice Pedro Alfaro el algodonero más veterano de la feria de Almería. Él y sus 25 hermanos, nacieron en la feria, la matrona atendía a su madre casi que en la atracción. Vecino del Quemadero, orgulloso padre y abuelo, propietario de 5 máquinas de hacer algodón de azúcar que apostadas por diferentes partes de la feria son explotadas por cada uno de sus hijos; Carmen, Pedro y Lucía. El relevo generacional ya está preparado, aunque todavía sus nietos son pequeños ya saben mucho del oficio.
Alfaro hace más de 20 ferias al año, durante el invierno cuando no hay feria monta su algodonera en el mercado navideño de la rambla Federico García Lorca y organiza castañadas para asociaciones de vecinos. Siempre ha podido vivir de la feria, pero durante la pandemia pasaron muchas fatigas. “Fueron dos años muy malos no me da vergüenza decirlo, tuvimos que ir a Cáritas, Cruz Roja, vender chatarra o cartones, porque teníamos que comer”, dice él. Durante ese tiempo también trabajó como transportista para Mercadona, ya que puede conducir vehículos pesados, recuerda que tenía que llevarse la comida de casa porque no había ni un bar para parar a comer, que fue un trabajo muy duro.
Pero Alfaro cambia rápidamente el semblante, los gestos de las manos y la pose del cuerpo cuando pregunto qué es lo que más le gusta de la feria. “Me gusta la gente, llegar a un pueblo y que los vecinos se alegren de verme, me saludan y me preguntan por la familia. La alegría, el ambiente, me gusta todo”. Lo único que lleva mal es el no dormir tanto que el cuerpo le ha pasado factura: dos infartos, está esperando para un baipás coronario, y se ha quitado del tabaco y el café. Y ahí sigue con sus algodoneras, sencillas cajas blancas que fabrican algodones de todos los colores, también sin gluten.
Al negocio hay que echarle cuentas son 230 algodones de azúcar los que tiene que vender para pagar su puesto en la feria. Aparte el autónomo y el precio de las mercancías que llevan; gominolas y juguetes. También la suerte juega un papel crucial en hacer una buena feria porque los puestos, el lugar donde montan la caseta, se eligen por sorteo.
“Lo primero que hacemos en cuanto vemos el cielo encapotarse el tapar toda la mercancía, da igual que nos mojemos nosotros”, dice Alfaro. Antes hacía ferias de invierno en Granada, pero cuando sus hijos se hicieron más mayores se centró solo en Almería. Las razones son muy sencillas, primero puede volver a dormir a casa y segundo el frío que pasaba en aquellas ferias no lo deseaba para su familia.
Este oficio se lleva en la sangre, el padre de Alfaro le regaló su primera algodonera cuando se casó con su mujer, Carmen González, y él hizo lo mismo con sus tres hijos. También tiene un tiovivo que está guardado en una nave y que trabajó durante años, pero este hombre prefiere vivir una vida más sencilla. Aquella atracción requiere más personal y mantenimiento. Dice que el tiovivo es para su nieto, Jose Luis. El niño de ocho años revolotea cerca del abuelo y tiene muy claro que quiere ser feriante.
A pesar de su infancia itinerante Alfaro terminó los estudios primarios con la ayuda de las clases particulares que su padre costeaba. Después hizo la mili, se sacó todos los carnets de conducir que necesitaba como feriante, también trabajó en la obra como oficial de albañilería durante una década, pero nunca dejó la feria.
Su mujer, Carmen, siempre lo acompaña, ella no venía de familia de feriantes, pero ahora dice que es más feriante que su marido. Esta buena mujer ha criado a sus hijos y ahora a sus nietos en la feria. Los pequeños le pasaban las gominolas para montar el puesto y ella para no entrar en discordia le decía al nieto que pusiera las cajitas como quisiera, después Carmen con cariño reordenaba para que el puesto quedara vistoso.
Alfaro el feriante almeriense orgulloso de su recinto ferial, y no por amor propio sino porque ha vivido la evolución de la feria desde su emplazamiento en el Parque Nicolás Salmerón, después su traslado a la explanada del Puerto, luego el Maestro Padilla en los años 90 hasta su actual ubicación en la Vega de Acá. “La feria de Almería era muy pequeña, no querían venir los feriantes y ahora tenemos un recinto de lujo, la gente viene y está muy contenta. El ayuntamiento tendría que aprovecharlo más, que mínimo que hacer otra feria en invierno para darle vida a la ciudad”, dice él.
El hombre se despide rodeado de los suyos y dice que morirá con las botas puestas, como sus padres quienes murieron en la feria ganándose la vida honradamente.
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