La creciente lacra del suicidio está dejando una marca dolorosa huella para todas aquellas personas en Almería que lo sufren. Un recordatorio sombrío de la fragilidad de la vida y la necesidad urgente de apoyo y prevención. Mientras la cifra de suicidios en la provincia aumentaba el pasado año, el impacto en la sociedad se siente de manera aguda, impulsando a las autoridades, como a la sociedad civil a continuar aportando esfuerzo y trabajo para encontrar una solución a la problemática.
En Almería, el año 2023 fue testigo de un aumento alarmante de 14 suicidios, alcanzando los 73 casos, un incremento notable frente a los 59 registrados en 2022. Además, las tentativas de suicidio también han escalado: se contabilizaron 335 incidentes en urgencias hospitalarias durante el último año, comparado con 304 en 2022. Las estrategias para reducir el riesgo de suicidio dependen de identificar con eficacia a los pacientes en alto riesgo.
A pesar de que se conocen diversos factores que contribuyen a este riesgo, como antecedentes familiares, trastornos mentales, traumas infantiles y marcadores biológicos, los algoritmos actuales aún no logran predecir con precisión suficiente quiénes están en mayor peligro. Para arrojar luz sobre estas cuestiones y ofrecer una comprensión más profunda del duelo, el impacto en los supervivientes y la necesidad de desafiar los tabúes y estigmas es conveniente escuchar a quienes conviven con ello. La VOZ ha contactado con Sergio Fernández Miranda, doctor en psiquiatría para conocerlos.
¿Podemos hablarlo?
El Dr. Fernández Miranda sostiene que una de las formas en que las personas con pensamientos suicidas pueden encontrar alivio es a través de la conversación. El psiquiatra almeriense subraya que compartir la intención de acabar con la propia vida con familiares o amigos puede ser emocionalmente desafiante, pero crucial para recibir el apoyo necesario y aliviar parte del peso que llevan estas personas. “La cuestión es hacerlo bien, sin estigmatizar ni juzgar”, afirma Fernández Miranda, reconociendo que pensar en la muerte es una experiencia "profundamente humana", aunque muchas veces se evita. "Ya no pensamos en ella".
Quienes contemplan el suicidio están sufriendo intensamente y buscan en la muerte una salida a ese dolor. Sin embargo, surge la pregunta: ¿puede ese dolor ser expresado, o se perpetúa el tabú del silencio? “Imagina decirle a tus familiares que no te sientes querido o que no son suficientes para ti. Eso ya es un estigma”, dice Fernández Miranda, aludiendo a los llamados ‘supervivientes’.
Duelo
Para quienes quedan en duelo tras un suicidio, las experiencias pueden ser abrumadoras y dolorosas en su intensidad.
El Dr. Fernández Miranda observa que el duelo en los supervivientes es continuo, a menudo agravado por sentimientos de culpabilidad persistente. Además, el estigma del silencio puede complicar aún más el proceso de sanación emocional. “¿Cómo voy a contar que mi padre se ha suicidado?” es una pregunta que refleja el dolor y la dificultad de enfrentar el estigma asociado con el suicidio. "No es una cuestión de curar, es cuestión de acompañar y que la persona pueda rehacer su vida."
Las cámaras del eco
Un alto porcentaje de personas que deciden acabar con su vida se encuentran en el rango de edad de 15 a 29 años. Un perfil consumidor de redes sociales.
Para Fernández Miranda, estos canales de comunicación pueden ofrecer una alternativa para romper tabús, pero "nunca sustituirán le contacto humano". Asimismo, con buen ojo clínico, el psiquiatra tiene a las redes sociales como una cámara de eco que puede ser un "lugar terrible" donde existe mucha crítica y mucha exposición.
Los estudios sobre asociación entre suicidio y RRSS son contradictorios. La mayoría señalan la existencia de beneficios) y también riesgos como la ansiedad, depresión, adicción y cyberbulling) elementos que pudieron incrementarse, con una posible asociación secundaria de conductas suicidas.
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