Espacio reservado a los peatones. Esta es la definición que la Real Academia de la Lengua hace de una calle peatonal, es decir, se trata de un espacio por el que se encuentra vetado el tránsito de vehículos. Pues bien, esto que es algo que todos hemos entendido siempre y que tanto se defiende en los centros de las ciudades que están en pleno proceso de ganarle la batalla al coche para ser más amables, es algo que no se comprende o no se quiere entender o no se cumple en Almería. Nosotros tenemos calles peatonales en las que los peatones deben ir con mil ojos por si algún vehículo se lo lleva por delante al menor descuido.
No me refiero yo a aquellas calles que ahora ha venido a denominar como de ‘tráfico restringido’ el Ayuntamiento de Almería. Es decir, no les hablo del Paseo que ahora comienza su andadura hacia la transformación para que solo pasen personas, transporte público, carga y descarga y vehículos de emergencia. No, no me refiero a eso. Me refiero a aquellos espacios que claramente en su día se establecieron como zona peatonal y que ahora, a cualquier hora y por cualquier motivo, se llenan de coches que pasan a gran velocidad (por eso de no ser pillados en plena infracción) o de quienes incluso usan esta calle como aparcamiento.
Se pueden poner mil ejemplos, pero tengo que elegir la última situación que me hizo temer por mi seguridad por eso de hablar de aquello que le pasa a una. Fue el jueves. En un paréntesis de la actividad laboral decido parar a tomar un café en una terraza ubicada en una calle peatonal del centro, la calle Trajano.
Rondaban las once y media de la mañana y lo cierto es que ya había poco personal desayunando aunque sí estaban las mesas colocadas de todas las cafeterías/bares de la zona. Preparando el día estaban los bares que estaban recibiendo género. Hasta cuatro camiones pasaron por allí en unos 20 minutos. A ellos se le sumaban varias furgonetas aparcadas de gente haciendo gestiones o lo que fuera también en la calle. Patinetes a todo gas… Mientras están parados la imagen impacta, pero poco más. El problema es cuando esos vehículos deciden marcharse por la única salida posible, rozando las terrazas -exactamente mi silla-, pitando al grupo de abuelillos del IMSERSO que bajaban desde la Catedral hacia el Paseo, y dejando claro que eso es una calle pero no peatonal.
Esto que podría ser un hecho aislado es algo que se repite en otras calles en las que solamente deberían pasar los residentes. Ocurre en Marqués de Heredia que algunos utilizan como aparcamiento en horas de trabajo, pasa en la Plaza Careaga en la que se cuelan ‘vecinos’ de la ciudad aunque no de esta renovada zona, o en el entorno del Hospital Provincial que en solo seis meses ya ha visto como las bonitas losas con las que se realizó el Paseo de San Luis y la calle La Reina, están destrozadas por el paso de vehículos que para nada viven allí.
Le sumamos a esto calles como Las Tiendas en la que, salvo algún coche perdido -ha pasado, hay testigos y fotos- lo más peligroso es el paso permanente de los patinetes eléctricos que los peatones van esquivando.
Y es que la peatonalización de las calles de la ciudad tiene consecuencias, y así debe asumirse tanto por el ciudadano acostumbrado a llegar en coche a la puerta de la casa/tienda/colegio/… como por la administración pública a la que le corresponde la desagradable labor de hacer cumplir la ordenanza y sancionar a quien no la respete.
Otro debate es el de la carga y descarga. Pero este confío en que está por llegar gracias al trabajo con la nueva app de movilidad y el establecimiento de un horario para el reparto como ocurre en el 90% de las ciudades. No puede uno estar con la tostada y el zumo temiendo que el retrovisor del camión le pegue una leche. Eso es así.
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