Pepe llegó a Almería en 1962, cinco años después de la riada que se llevó ochenta y una vidas por delante en Valencia en el 57 y que vivió en primera persona. Ferroviario militar, su vida está salpicada de anécdotas sin fin que le provocan ese brillo en los ojos que solo asoma cuando se cuentan las cosas desde la emoción. Podría pasar horas narrando sus aventuras pero a sus ochenta y ocho años, la dana que ha asolado Valencia hace dos semanas le ha removido recuerdos que han permanecido intactos durante casi setenta años. Ha venido a esta entrevista orgulloso con su Cruz de Plata al Mérito Militar y un par de cartas que intercambió con su entonces capitán, Max Miguel Meyer-Thor, al que recuerda con gran cariño y a quien nombra a menudo durante esta charla.
¿Por qué estaba usted en Valencia en octubre de 1957?
Trabajaba en RENFE. Valencia tenía la estación de Alameda o de Aragón, que iba de Valencia a Zaragoza, otra que era la del Sur, y otra que iba hacia Cuenca. Nuestra unidad estaba en la estación de Alameda: era de mampostería, un edificio grande y fuerte, de techos muy altos.
-¿Viviía y trabajaba en la estación?
Sí, allí teníamos todo: nuestras literas, el comedor, las oficinas, era como un cuartel, pero claro, estábamos a cien metros del río Turia, que atravesaba el centro de Valencia.
¿Qué ocurrió los días trece y catorce de octubre de aquel año en la estación?
Me acuerdo como si fuera ayer. Estábamos en nuestras literas y un compañero se levantó en mitad de la noche para ir al baño; oyó jaleo, se asomó por unas ventanas y gritó “¡Si parece el Ebro!”. Nos levantamos todos, nos asomamos y el agua llegaba al techo de la entrada de la estación. Caía tanta agua y hacía tanto viento que en aquel momento yo pensé que era el fin del mundo.
¿Qué fue lo primero que hicieron entonces ?
Mirando hacia el exterior empezamos a ver algo moverse medio flotando en el agua y en seguida nos dimos cuenta de que era una persona: un hombre al que llamábamos ‘el abuelo’ al que todos queríamos mucho, tenía un quiosco donde comprábamos tabaco, pan, esas cosas. También vimos que bajaban en el agua animales, troncos, todo tipo de cosas. Aquello asustaba.
¿Pudieron hacer algo por él?
Alguien encontró una cuerda de varios metros y un compañero llamado Carrasco se la ató, dos íbamos sujetando la cuerda y así llegamos donde estaba el abuelo. Carrasco se lo echó a la espalda y nosotros tirando con cuidado lo sacamos. Le quitamos la ropa mojada y le pusimos ropa nuestra, lo metimos en una litera y no sabíamos qué darle para que entrara en calor. Un compañero gallego tenía una botella de orujo y eso le dimos.
Esa hazaña les valió una condecoración.
Sí. El capitán tuvo que hacer un informe después contando todo lo que había pasado y entonces nos dijeron que nos iban a condecorar y no nos lo tomamos en serio, hasta que ya nos confirmaron que era cierto. Unos meses después, en 1958, nos condecoraron por haber salvado a ‘el abuelo’.
¿Eran conscientes de lo que estaba sucediendo en la ciudad?
En esos momentos no, estábamos allí sin contacto con nadie. No podía pasar nadie, no había luz, no había agua ni nada, ni comida, nada.
¿Tampoco sabían que había muerto gente?
No. Se comentaba que había venido un barco desde Palma y el capitán había pedido a la gente que por favor se metiera en los camarotes porque por lo visto había flotando muchos cadáveres que habían llegado al mar. Cuando pasaron varios días empezó a notarse ya porque había un olor horrible, había en el fango gente muerta.
Cuando amaneciera seguramente se darían cuenta de la magnitud de aquello.
Pasamos el primer día como pudimos y bajó un poco el agua, había de lodo una barbaridad y empezó a aparecer un montón de gente en la estación, con niños, familias, de todo. Mucha gente acudió acudió porque era el edificio más grande y fuerte que había por allí y pensaron que si seguía la cosa así, allí estarían mejor. Los alojamos en nuestras camas y les dimos lo que pudimos.
¿Recuerda aquella experiencia como algo traumático?
La verdad es que no. Lo único que me sucede es que, no sé si es que seré algo supersticioso o qué porque aquel compañero, Carrasco, que se metió primero atado a la cuerda a por el abuelo, a los pocos meses murió ahogado (se emociona y no puede seguir hablando) en el canal del Ebro, en un descanso del trabajo. Es como si el destino le hubiera dicho “en Valencia te libraste pero ahora no”. Es como si estuviera condenado a morir ahogado.
¿Qué se le removió por dentro cuando vio lo que ha pasado en Valencia otra vez?
Se me saltaron las lágrimas, me emocioné. Me acordé de todo lo vivido.
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