Volaron almireces y morteros por las ventanas, al igual que el trigo del pósito de la Villa y 900 reales de sus arcas; volaron por los portillos el tabaco del estanco y el dinero de la mesada y el cura indujo a las mujeres a que tiraran por balcones y troneras todo lo que tenían en casa, desde platos a cazuelas, desde sacos de harina y cubiertos de plata. Todo eso ocurrió -o supuestamente ocurrió- en Níjar el día del Señor del 13 de septiembre de 1759, que era jueves, en una especie de locura colectiva tras dar cuenta sus habitantes esa tarde de 77 arrobas de vino y cuatro pellejos de aguardiente en brindis por la proclamación del rey Carlos III (el verdadero campechano).
Todos esa epopeya lunática acaecida -si es que acaeció así- ha sido citada por distintos intelectuales como ejemplo del poder destructor de una muchedumbre embriagada, entre ellos José Ortega y Gasset, en su obra cumbre la Rebelión de las Masas, o Juan Goytisolo, en Campos de Níjar. Pero de qué venero arranca este legendario meandro con tintes de veracidad o esta fábula con cierta música de Cuarto milenio de hace 265 años.
Todo este embrollo histórico principió con la publicación en Madrid, ese mismo año de 1759, de un librito de poemas en quintillas de tono satírico, firmado por Ventura Lucas, en el que se ridiculizaba el gran amor de los vasallos nijareños por el nuevo monarca, caricaturizando el modo tan peculiar de proclamar al nuevo rey denominándolo como “La locura más discreta que se dice se ejecutó en la Villa de Níjar, obispado de Almería, en la aclamación del católico monarca Carlos III”. Ahí relata el autor, de segunda mano ya que reconoce que no estuvo presente, la cogorza general del pueblo que provocó la destrucción de todos sus enseres en la Plaza Mayor, con mucha chanza, en una especie de enajenación etílica de todo el vecindario producto de una especie de macrobotellón del siglo XVIII. El escritor de este sainete, Ventura Lucas, era en realidad Diego Ventura Rejón de Silva y Lucas, nacido en Murcia en 1721 y muerto en Madrid en 1788. Era de familia noble, regidor de su ciudad natal con dominio del latín, francés e italiano. La mayor parte de su producción poética, de escaso valor literario, según los críticos, tiene mayor mérito como testimonio de la vida cotidiana de la época.
La publicación de esta obra desagradó en tal forma al alcalde de Níjar y testigo directo de los acontecimientos, don Gregorio Costales, quien, herido en su honra, se apresuró ese mismo año a editar en Madrid una obra de desagravio titulada ‘Quejas y satisfacción del alcalde de la Villa de Níjar por el papel intitulado La locura más discreta’, que fue escrita por Bernardo Aguilera de la Fuente, que hace constar en la misma portada del libro su condición de ‘Apasionado de dicho Alcalde’. No sabemos si fue testigo presencial de los hechos o escribió como mercenario al servicio de Costales. En esta obra de réplica se tacha a Ventura de fabular y de escribir cosas falaces de la villa de Níjar, aunque cayendo en contradicciones, puesto que confirma la borrachera vecinal al reconocer en quintillas que “Hubo hombres tan arrojados/ por el suelo, que estuvieron/ tan tendidos y pisados/ que de echar brindis salieron/ en realidad apurados.
La locura más discreta d Níjar fue replicada también en otro pequeño opúsculo por doña Francisca Moreno, oriunda de Níjar y vecina de Madrid, quien también sacudió con fuerza al tal Ventura por “escribir su obra con tanto lujo de detalles sin haber estado en el lugar, basándose en la narración que del caso le hizo alguien”. Y argumenta también que todos los excesos de amar a un Rey se transforman en virtudes y que en todos los pueblos y ciudades se bebió vino para dignificar la proclama por Carlos III.
Es de imaginar que en una sociedad como la del XVIII, donde tan pocas obras se llevaban a la imprenta el caso de la locura de Níjar y sus réplicas fuese seguido por ciertas capas intelectuales de la población.
Las quintillas originales de Ventura y sus dos réplicas forman parte de las publicaciones donadas por el bibliófilo Antonio Moreno Martín hace ahora en torno a 40 años para la creación de la Hemeroteca Provincial. Allí las encontraron los profesores Antonio Gil Albarracín y José Antonio Sabio Pinilla, quienes editaron en 1994 un delicioso compendio histórico del caso: ‘La locura de de Níjar, por Carlos III’.
La otra fuente principal de este relato más o menos veraz -ya nunca lo sabremos- es la del historiador Manuel Danvila, que en su obra Reinado de Carlos III, cita La locura de Níjar, según el manuscrito anónimo y sin fecha propiedad del ilustrado abogado Joaquín Sánchez de Toca, que difiere poco en esencia de los versos de Ventura donde se describe el frenesí etílico/borbónico de los nijareños en ese día.
Lo que aporta el documento de Sánchez de Toca es que una vez tuvieron conocimiento los alcaldes de Níjar, a cinco leguas de Almería, de que se había nombrado sucesor a la corona de España, dispusieron en su Ayuntamiento que se convocase en la plaza pública a todos los vecinos divididos en círculo y en medio el alcalde mayor. Allí, voz en grito, perjuraron su amor y vasallaje al nuevo rey llegado de Italia. A continuación ejecutaron una salva de mosquetería y repique de campanas, mandando después traer vino y aguardiente, cuyos espíritus los calentó de tal forma que, en medio de vítores, aconteció (en mayor o menor medida) lo versificado por Ventura. Nunca sabremos ya, en cualquier caso, en qué medida se les fue de manos aquella fiesta de aclamación de 1759 en la que (dicen) el pueblo entero de Níjar termino embriagado, desde el alcalde al cura, desde Agamenón a su porquero.
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