Fue Trino José Sánchez César al que se le ocurrió la idea de rescatar del olvido del tiempo a algunos de aquellos niños y niñas que junto a él formaron parte de la primera promoción de alumnos del Colegio Nacional Francisco de Goya.
La iniciativa cuajó y en un par de semanas, echando mano de las redes sociales, consiguió reunir a un grupo de treinta que acabó festejando el reencuentro con un banquete conmemorativo en el que hablaron tanto como comieron, en el que sacaron a relucir los recuerdos que aún conservaban de aquella etapa de sus vidas en la que atravesaron juntos, a bordo de la EGB, la etapa fundamental de su infancia.
Repasaron las anécdotas, las ilusiones cumplidas, las que se quedaron en el camino, y los nombres de los compañeros que formaron parte de aquella aventura. También tuvieron tiempo de recordar a los profesores, a aquellos maestros con nuevas formas de entender la enseñanza que llegaron en plena juventud a los colegios modernos cuando la Transición no había comenzado aún a dar sus primeros pasos. José Guisado, Francisco López Andrés, José López Andrés, Francisco Martínez Carballo, Manuela Guerrero, Luciano, Juan Sotillo, Juan Sola, formaron parte de aquel equipo de maestros de los primeros años del Goya.
Fue un almuerzo donde la nostalgia estuvo a flor de piel. Juntos vivieron años intensos, fundamentales en sus vidas por los cambios propios de la edad, e importantes también por las revoluciones sociales que ocurrieron en aquel periodo entre 1973 y 1976 que culminó con la democracia para el país y con el título de Graduado Escolar para ellos. Siendo alumnos del Goya vivieron el asesinato de Carrero Blanco y la muerte del General Franco, que dejó huella en todos los escolares de aquel tiempo ya que el luto decretado por el Estado les permitió tener una semana de vacaciones con la que nadie contaba, un ensayo de la Navidad sin luces ni villancicos.
Durante la comida de hermandad, los ex-alumnos del Goya hablaron de la transcendencia que aquel centro escolar tuvo en sus vidas. El Colegio Nacional Francisco de Goya fue uno de los más importantes de aquella época. Nació en tiempos de grandes cambios y llegó con una pedagogía renovada como bandera y con unas instalaciones adelantadas a su tiempo. Tenía unas pistas polideportivas modernas, con sus porterías de hierro y sus canastas de baloncesto y un gimnasio techado donde muchos tuvieron que sufrir en sus carnes la tortura física de las espalderas y de los potros. Además, contaba con laboratorio de ciencias y con un comedor de gran nivel para los niños que venían de barrios lejanos.
Los que pertenecimos a aquella primera generación de niños tanto del Francisco de Goya como del colegio Cruz de Caravaca, que formaba parte del mismo recinto, disfrutamos de un primer curso, el de 1973-1974, irrepetible. Aquel aspecto de decorado de película, aquellas obras que parecían interminables, aquellos accesos primitivos donde la civilización acababa en la Carretera de Granada, le daban al colegio un aire de informalidad que a muchos niños nos ayudó a digerir mejor el cambio. Como casi nada estaba terminado, como para llegar a la altura del colegio había que subir una gran cuesta de tierra y piedras por donde no podían acceder los autobuses escolares, como el comedor aún estaba incompleto, en ese primer curso hubo que adaptarse a las circunstancias y se optó por un horario de jornada única.
Los niños que veníamos de lejos, echábamos a andar desde nuestros barrios con la cartera en la mano y después de atravesar el cortijo de Fischer y la Rambla de Belén, nos internábamos en el maravilloso entorno de la Molineta, que en aquellos tiempos todavía conservaba su esencia rural, con todo su universo de cortijos, de huertas cultivas y de establos que inundaban el lugar con los olores de la verdura fresca, de las vacas y del estiércol.
La Molineta fue para muchos alumnos nuestra segunda casa. Muchas tardes, como no había colegio, engañábamos a nuestras madres y con el pretexto de tener que ir a la escuela a hacer trabajos manuales, nos perdíamos en la soledad de aquellos parajes donde disfrutamos de nuestros primeros cigarrillos y de nuestros primeros escarceos amorosos.
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