Crónicas (almerienses) de ayer. Y de hoy

“Los periodistas de hoy nos movemos poco, es una señal de los tiempos”

El periodismo de hoy ha cambiado, y mucho.
El periodismo de hoy ha cambiado, y mucho. La Voz
Juan Antonio Cortés
18:41 • 12 ene. 2025

La agenda asfixiante de hoy, la dictadura de las fuentes oficiales, los gabinetes de prensa como síntoma de la propaganda y la comunicación vertical vestida de información independiente, la proliferación de fuentes ciudadanas en las redes sociales y la alta oferta de tecnologías para no despegar el culo del asiento están provocando la sensación de que el periodismo opera una metamorfosis hacia un destino desconocido. Y de preocupante colesterol.



Los periodistas de hoy nos movemos poco. Es una señal de los tiempos. Está todo en casa. Todo a golpe de click. Pero nunca fue así. Fijémonos, si no, en la tendencia callejera de los colegas que nos precedieron. Valgan dos ejemplos (Hemeroteca Provincial) entre cientos documentados: el 21 de diciembre de 1893, un plumilla de La Crónica Meridional se desplazaba hasta el Hospital Provincial para recabar datos sobre un crimen ocurrido “en las afueras de Almería, en la calle de Granada”. Y el 19 de julio de 1931, un periodista de El Heraldo se desplazaba hasta un lugar conocido como ‘La Calerilla’, en Haza de Acosta. Se le había disparado una escopeta y el señor murió. “Inmediatamente nos personamos en el lugar del suceso”, decía el cronista.



Eran plumillas sin móvil y sin teléfono, pero con el oído muy fino. Corría el mes de mayo de 1907. La noticia, sin forma, llevaba el título de ‘Mujeres bravas’ y el subtítulo de ‘A navajazo limpio’. Diario El Radical. Un periodista se entera de que ha habido un apuñalamiento en una zona de campo de la capital y se desplaza al hospital. Allí entrevista a las dos protagonistas: dos cuñadas, agresora y víctima, que se habían enzarzado en una pelea que acabó con un apuñalamiento. En la pieza se aprecian elementos típicos del periodismo in situ: esto es, el de la crónica informativa, hoy en caída libre. Cuenta el periodista que llegó al hospital, entró en la cama número 3 “destinada a las mujeres” y habló con la agredida. Y cuenta que luego cambió de habitación y charló con la agresora. Evidentemente, los dos testimonios eran contradictorios, así que el ínclito periodista decidió caminar hasta el lugar de los hechos para preguntar a los “hortelanos”. Y eso hizo. Y, sin verter juicio alguno, hizo un relato ajustado a la realidad desde sus escenarios. Allí donde la noticia hervía. Y es que no eran pocas las veces en que el reportero explicitaba en sus crónicas hasta el número de cama donde se recuperaba el herido de un suceso. Por no hablar de la vieja costumbre de citar el nombre de los policías e incluso de los bomberos que acudían al lugar de los hechos.



Cualquier operación de confirmación periodística requería de desplazamiento a pie, cosa que no ha mucho tiempo atrás era lo habitual. Así, un periodista del Diario de Almería, allá por el año 1930, ante el rumor de que un mendigo había sido atropellado por el tren a la altura de Los Molinos, no tuvo más remedio que hacer lo que, como norma, se ha hecho siempre: acudir a la fuente original –la oficial- y, ante la falta de información, a otras fuentes alternativas –los centros de beneficencia-.



Acudir a las fuentes era tanto como decir caminar hacia ellas. O empotrarse en ellas. Retrocedemos al año 1988. Resulta que en la Diputación de Almería tenían por costumbre reunirse en Comisión Provincial los domingos y días de guardar y que el nuevo gobierno había decidido romper con el pasado. A alguien se le ocurrió abandonar la comodidad de la silla de redacción para ir a la calle Navarro Rodrigo y comprobar de primera mano que, en efecto, los señores diputados no estaban currando un domingo. Ese alguien era un periodista avezado. Y, quizás, aburrido del spleen de la ciudad.



Aún se mantiene la costumbre de cubrir los plenos, aunque se ha perdido la crónica ambiente, más interesante que el contenido plenario. Pero no debemos quejarnos. Que se lo pregunten al plumilla de La Crónica Meridional que acudió un 18 de diciembre de 1893 al Ayuntamiento de la capital a “tomar las notas” de un pleno. Allí estaba el tipo a las tres de la tarde, que era la hora fijada. Cuando llegó, la sesión había terminado. Y lo mismo le pasó “al concejal Belmonte”, que puso sus pies en el plenario a las tres menos cuarto del mediodía y ya no había nada que rascar. El alcalde se lo dijo muy claro: “La sesión había terminado”. El periodista se preguntaba dos días después “qué formalidad es esa” y especulaba con que habían adelantado la hora para que no trascendiera a la opinión pública “el asunto del Mercado”.



Hoy son las redes las que susurran rumores. Hace un siglo eran los patios de vecinos, los cafés y las campanas de las iglesias las que ponían a los periodistas tras la pista de algo. Como aquel 15 de noviembre de 1916. Ese día, un reportero de La Crónica Meridional nos contaba que, gracias al sonido que emanaba de las alturas del templo de San Sebastián (Almería ciudad), se enteró de que había señales de fuego. Pero, ¿dónde? Eso había que cotejarlo. Había que ir al sitio. Y el tipo fue siguiendo el humo. El incendio fue en un almacén de esparto de unos ingleses en la Carretera de Granada. A la crónica no le faltaba detalle. Barroca, sí, pero productiva.



La cobertura de sucesos sigue animando hoy a pisar las aceras. Como antaño, se buscan testimonios más allá de la oficialidad. En eso ha habido pocos cambios. El morbo nos va. El 22 de junio de 1929 un colega del Diario de Almería se desplazaba al número 3 de la calle Luzán de la capital. En un terrado contiguo alguien había descubierto un feto envuelto en un pañuelo negro “fuertemente atado por las cuatro puntas”. Estaba en estado de descomposición. Decía el cronista que, solo tres horas después, era detenida una mujer, “sirvienta” de la casa de unos señoricos y soltera, que, “para evitar el escándalo y las amonestaciones de sus amos, pensó en enterrarlo sin que éstos se enterasen”. Y resultó que “al verse en la imposibilidad de hacerlo como pensaba, se, vio precisada (...) a tirarlo a uno de los terrados vecinos, lo que hizo (...) desde el gallinero de la casa donde presta sus servicios, viniendo a caer en el sitio donde ha sido hallado”. La mujer fue a la cárcel, pero el periodista en ningún momento la juzgó. Ni siquiera preguntó quién era el padre, cuestión de agradecer.


Que somos necesarios se explica viendo a Elon Musk o a la inteligencia rusa filtrando fakes por doquier. O viendo el ágora de bilis y estiércol en que se han convertido las redes. Pero no todo es distopía. El periodista, relator y testigo desde hace casi cuatro siglos, seguirá siendo ese historiador estresado y meditabundo de lo cotidiano. Mientras la historia cuenta bosques, nosotros contamos árboles. Pero todos los días. Y no parece poco.


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