A los pies de la Alcazaba se percibía la emoción a medida que se acercaba la hora prevista. Todos los ojos estaban puestos en la Puerta de la Justicia, esperando que aparecieran los Reyes Magos para subirse en los dromedarios que aguardaban pacientes a sus regios jinetes. Los más intrépidos habían trepado a las peñas sobre las que se asientan las murallas como si fueran a asaltarlas, en busca de una perspectiva más amplia.
Un año más la cabalgata de la ilusión partió de la fortaleza árabe. En las miradas de muchos de los presentes fue por una tarde el castillo del rey Herodes, como si todo este sugerente espacio histórico fuese un descomunal belén viviente. sobre todo, cuando aparecieron Sus Majestades de Oriente, seguido cada cual por su séquito de pajes iluminando las últimas horas del atardecer con sus antorchas. La magia estaba servida.
El cortejo se dirigió entonces hasta la Plaza de la Constitución. Les esperaba el alcalde, Luis Rogelio Rodríguez Comendador, el obispo Adolfo González y el concejal de fiestas Mayores, Juan José Alonso. Todos querían verlos de cerca en el recorrido que les llevó hasta el edificio consistorial. Las palabras de los Reyes, pronunciadas después desde los balcones, sonaron a promesa segura de ilusión, aunque algunos, tan pequeños, apenas las entendieran.
La cabalgata partió después desde el Anfiteatro de la Rambla. Para entonces, las calles del recorrido estaban ya abarrotadas de público, con las primeras filas ocupadas por familias que llevaban una hora y media o dos cogiendo el mejor sitio.
La Banda Municipal de Música de Almería, dirigida por Juan José Navarro abrió el cortejo que comenzó a descender por la Federico García Lorca entre el bullicioso nerviosismo de los niños y la paciencia de los mayores pendientes de que los suyos disfrutaran el momento.
A los Reyes les esperaba un recorrido de gritos de júbilo, risas y aplausos, después de las emociones y sorpresas desatadas por las animaciones y las carrozas que integraban el cortejo.
Y, como es tradicional, la dulce lluvia de los caramelos, que inunda las calles de excitación infantil y de alegría.
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