Doce universidades de América, Europa y Asia, entre ellas la de Almería, han estado trabajando en el estudio de los modelos agrícolas que se desarrollan por todo el mundo y la conclusión es clara, la almeriense es la agricultura más sostenible del mundo.
Lo es especialmente por el alto rendimiento que obtiene de los recursos que utiliza, desde el agua a la tierra, porque ha conseguido un nivel de reparto de la riqueza generada mucho más equitativo que en otros modelos, gracias a la estructura de explotaciones familiares y al tamaño medio de las explotaciones.
Y lo es también por la reducción de impactos negativos tanto en el consumo de recursos como en la gestión de los residuos y restos agrícolas o en el balance ambiental, con reducciones más que notables del consumo de agua, el de dióxido de carbono o la eficiencia energética.
Dimensiones básicas Lo explica Emilio Galdeano, que dirige el equipo de trabajo de la Universidad de Almería que ha participado en esos debates con el resto de las universidades participantes: “en el desarrollo de los sistemas agrarios muy rraramente se da la confluencia equilibrada de las tres dimensiones básicas de la sostenibilidad: la económica, la social y la medioambiental”.
Confrontada con el resto de modelos agrícolas del mundo, en el caso de la agricultura intensiva almeriense los datos estadísticos que abarcan un desarrollo de más de 50 años, corroboran que una sostenibilidad desde el punto de vista holístico o global es posible, y de hecho se está produciendo desde hace ya bastantes años.
El estudio detallado de las estadísticas económicas indican el sostenimiento de un desarrollo local que ha repercutido, además, en otras actividades productivas de forma amplia, “y lo que es más singular en las décadas recientes, con ausencia o una repercusión casi nula de los programas de soporte o de subvenciones públicas.
Lo ambiental La dimensión ambiental del modelo almeriense muestra un uso eficiente de los recursos y el impacto en términos de ‘huella ecológica’, especialmente la hídrica, muy positivos. Ahí se incluyen también aspectos como el efecto albedo de los invernaderos, que suponen un aporte importante para la reducción del calentamiento global al ser los invernaderos un auténtico sumidero de dióxido de carbono, similar al de las grandes masa forestales a nivel mundial.
Otra ‘pata’ de esa consideración ambiental positiva se basa en los efectos de las prácticas de agricultura integrada -la lucha biológica contra las plagas- o la extensión cada vez más amplia de los cultivos ecológicos, que en este caso se extienden también a cultivos extensivos como los del olivar, almendro o cítricos.
Lo social Los autores del estudio destacan , de forma particular, el componente social como uno de los ejes fundamentales del éxito del modelo al tratarse de explotaciones eminentemente familiares que han contribuido, con sus organizaciones e industrias conectadas al sector agrícola, a un extenso capital social y un equilibrio incomparable en el reparto de las rentas generadas por el campo.
Es, en definitiva un ejemplo de eficiencia tanto en el uso de los recursos, de las inversiones o las innovaciones, pero también en cuanto a la reducción de impactos o en lo que se refiere a un reparto equlibrado de las rentas.
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