Juan March, el pirata mallorquín del Mediterráneo, adquirió un viejo caserón solariego en Almería (como el que compraba rapé en la botica) y ni siquiera llegó a pisarlo.
Este viejo multimillonario y cascarrabias, que financió la munición de la Guerra Civil a Franco, vendió el inmueble sin saber que en el interior de esta casona rural con aspiraciones de Palacio, se desarrollaron reuniones políticas que marcaron el futuro de la provincia, intrigas de cortesanos y fiestas de alta alcurnia.
El Palacio del Almanzora fue siempre un gigante arquitectónico en medio de un páramo rodeado de rubia mies. Fue encargada su construcción por el X Marqués de los Vélez, Antonio Álvarez de Toledo, al arquitecto y académico Ventura Rodríguez con estilo Neoclásico. En 1860, la duquesa de Montalvo, una aristócrata más pobre que los ratones, tuvo que vender el caserón y la finca a Antonio Abellán Peñuela, un rico industrial minero de Cuevas del Almanzora, futuro Marqués del Almanzora por gracia de Amadeo de Saboya.
Además del edificio principal, embellecido con jardines versallescos, fuentes y lago navegable, el predio acogía también 47 cortijos, tres molinos harineros y tres almazaras.
En 1872, este marqués zascandil y bigotudo mandó ampliar el edificio principal convirtiéndolo en un verdadero palacete burgués con el sello del arquitecto Antonio de Falces. Allí residió junto a la su mujer, Catalina Casanova (Condesa de Algaida) durante los meses de verano, a caballo con su palacio en el Malecón de Garrucha. Del marqués, coetáneo de hacendados como Ramón Orozco o el Marqués de Salamanca, decían, emulando a Felipe II, que en sus territorios no se ponía el sol.
Amasó fortuna como nadie gracias a la plata nativa que afloraba en su mina La Atrevida, en Herrerías, en los años en los que las ubres de la sierra fueron más generosas.
Y eso le permitió vivir como un marahá, aunque sin olvidarse de los pobres. En épocas de hambruna y caciquismo, en la puerta del Palacio se ponía a repartir chuscos de pan (hasta 3.000) y no terminaba hasta que no se ponía el sol.
El ferrocarril
En los salones del Palacio, junto a puertas de roble y chimenea de alabastro, se decidió el trazado del ferrocarril del Almanzora y en las fiestas estivales, los adinerados de la época juntaban capitales uniendo a sus vástagos en matrimonios de conveniencia, con mucho chaqué y miriñaque.
El futuro marqués nació en la villa de las Cuevas en 1822. Heredó de sus padres una cuantiosa fortuna que supo hacer crecer como la levadura a fuerza de ingenio para los negocios.
Llegó a hacerse único dueño de la gran fábrica de fundición La Atrevida en el cantón minero de Las Herrería. En comandita con Ramón Orozco también constituyó la fábrica de fundición y elaboración de hierros El Martinete de Garrucha. Vinculado al Partido Liberal, Abellán Peñuela fue diputado a Cortés por los distritos de Sorbas y Vera, y senador del Reino en tiempos de Alfonso XII. Fue jefe de nacionales, en Cuevas y estaba afiliado al partido de la Unión Liberal, capitaneado por el General O’Donnell, fue perseguido por conspirador hasta el punto de tener que huir emboscado en un velero a Gibraltar.
Nuevas generaciones
Tras su muerte, en 1903 en Garrucha, con 81 años, el Palacio del Almanzora se convertiría en la residencia definitiva de su viuda, Catalina Casanova, natural de Vera, Condesa de Algaida, título concedido a instancia del Ayuntamiento de Tíjola y la Reina Regente María Cristina por las obras sociales y de caridad.
Tras la muerte también de Catalina Casanova, sus descendientes fueron perdiendo poder económico y social y terminaron vendiendo sus posesiones en Almanzora. Sufrieron los Abellán las consecuencias de la Guerra Civil trasladados ya a Madrid y cuentan que en esos años de penuria tuvieron que quemar títulos de propiedad para encender hogueras en el frío invierno.
A Antonio Abellán Casanova, le sucedió su hijo Abellán Calvet, que ostentaba el título aún en 1941. Tras un periodo de pleitos, en la actualidad el título de Marqués del Almanzora está en manos de un piloto de aviación, José Antonio Abellán y Marichalar, quien quizá no sepa ni dónde queda en el mapa el lugar donde su tatarabuelo comenzó a amasar fortuna.
Ahora la propiedad del Palacio está dividida entre varios propietarios y el toma y daca para su restauración se dilata desde hace más de una década. Mientras tanto, se desportilla su osamenta, va menguando la consistencia del patio y de las caballerizas.
Flota aún, sin embargo, en ese ambiente de moho y herrumbre que ha colonizado lavetusta edificación la memoria de lo que fue y el espíritu de sus moradores.
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