El cuerpo se arquea, se contrae, se expande, se desplaza en dos planos diferentes. Busca la semejanza proyectándose en el albero y, en eso, pasa la locomotora negra, viva, que es el toro bravo arrancándose desde un punto fijo en el espacio circular de la Plaza. La geometría le puede a esa termodinámica imaginaría del toro que convierte en fuerza descomunal los pastos de la dehesa, las malvas de la primavera, las algarrobas del monte mediterráneo.
¿Es una locura hablar de geometría y de termodinámica en una tarde de recortadores? Puede. Pero no es menos cierto que algo de locura anima a estos héroes a cuerpo limpioque reviven los fescos cretenses de Cnosos cada vez que anuncian sus nombres en la Plaza. La locura benigna de estos acróbatas del valor que se cruzan con el toro dejando en evidencia la fuerza de la gravedad si es preciso.
Claves
Aquí no hay trampa ni cartón. Los engaños son la propia anatomía y, en vez de temple, la velocidad y los reflejos son los argumentos de la vergüenza torera. Así lo evidenciaron ayer Irene Morales, Rocío Pulido, David Ramírez El Peque, Paquito Murillo, Julio Gómez, Fernando Gómez y Eusebio Sacristán en la Plaza de Toros de Almería, en el espectáculo ofrecido por Toropasión. Ellos fueron los artífices de esta modalidad taurina en la que correr no es de cobardes, como se suele afirmar en la Tauromaquia convencional.
Aquí, correr y saltar es de valientes porque así se pone a prueba la casta del toro, el peligro de la embestida y la torería del recortador.
La tarde de exhibición de recortadores mostró una vez más las claves de este fenómeno que está tan arraigado en una parte importante de la geografía taurina: en el centro de la Península, de donde procedían la mayoría de los interviniente y en todo el Levante.
Los recortadores demostraron en la plaza almeriense que la Tauromaquia tiene más de una cara, reivindicando así esta modalidad que exige derrochar juventud y arrojo a partes iguales, pero siempre a partir de un profundo conocimiento de las reacciones del toro y manteniendo una excelente forma física.
Estas cualidades quedaron patentes en cada uno de los pasajes de la exhibición, pero muy especialmente con el balancín. Un novillo encastado entró al juego persiguiendo a los recortadores suspendidos de las barras de este curioso artefacto, regalando al respetable un carrusel de pases aéreos a cada cual más ajustado y peligroso.
El Peque, auténtico director del espectáculo, quiso después hacer la suerte del coleo, ese recurso a veces imprescindible para evitar una tragedia. En este caso, el objetivo es demostrar la valentía y los arrestos del coleador, cosa que consguió sobradamente, con la colaboración de Fernando Gómez. El animal se empleó con raza y dio tormento a los recortadores, hasta que animoso David Ramírez logró su propósito.
Después vino el Don Tancredo, esa suerte esperpéntica de tanto predicamento literario, que inventiva de escritores de no estar documentado su origen.
Dos recortadores subidos en sendos pedestales esperaron al toro sin otra defensa que la suerte y la precavida atención de sus compañeros, siempre listos para el quite.
Los tendidos se sumaron al desenfadado sentido del espectáculo de esta tarde de recortes organizada por Toropasión, en cuyo intermedio también hubo sitio para que los niños pisaran el albero, jugando al toro entre la risa y el nerviosismo.
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