Más allá de lo que ocurre en el ruedo, la Feria Taurina de Almería conserva dos nobles tradiciones que le confieren un carácter especial: la de dejar los mantones de Manila sobre los tendidos -que proyecta una colorida imagen que ya es característica de esta tierra- y la merienda, un auténtico ritual para los aficionados que incluso ha llegado a atraer a la plaza a los que ni de lejos lo son.
El origen de ambas costumbres se remonta varios siglos atrás y está relacionado con la Plaza Vieja, que se dedicó a la lidia de toros antes de la construcción de la modesta Plaza de los Jardinillos y del coso de la avenida Vilches ya en 1888. Según el blog sobre Almería ‘Crónicas desde El Espejo’, las rejas de los balcones desde donde la multitud veía los festejos eran “demasiado reveladoras para el pudor de la época”, de modo que las señoras empezaron a cubrirlas con “sábanas, cortinas y lienzos que, pronto, fueron sustituidos por mantones de Manila”. “En aquel momento era un símbolo de ostentación poseer uno de estos mantones traídos de Filipinas”, apunta el periodista taurino Jacinto Castillo. Todo valía siempre que se ocultasen las piernas.
Tras la inauguración de la plaza actual, se mantuvo el hábito de colgar estos lienzos de seda ahora desde los tendidos y las gradas. De hecho, hasta hace poco tiempo se ha fomentado que no se pierda la costumbre con la puesta en marcha de un concurso de mantones en palcos.
En el libro ‘Cuando el sino es luchar contra el destino’, el abogado y escritor almeriense Juan Martínez Fernández novela otro posible origen de esta costumbre. Según el relato de este aficionado taurino, a finales del siglo XIX un almeriense recién llegado de Filipinas obsequió a su novia con un mantón. Precisamente coincidiendo con la inauguración de la plaza en 1888, ella decidió extenderlo sobre la barandilla en un gesto que fue copiado por otras mujeres ese día y los que vinieron después hasta perpetuarse en el tiempo.
Inolvidables
La costumbre de la merienda está si cabe más arraigada entre los taurinos almerienses. No en vano, “tiene su razón de ser en que la corrida histórica se prolongaba todo el día y la gente, que en muchos casos venía de fuera, tenía que comer”, señala Castillo.
Aunque algunos la tachan de poco ortodoxa, supone uno de los momentos más esperados por el público en el que se interrumpe el festejo, justo después del tercer toro, para dar buena cuenta de todo tipo de productos dulces y salados. Una de las particularidades que más llama la atención de quienes la viven por primera vez es el hermanamiento que se da en esos apenas quince minutos en los que todo se comparte.
En Almería, la Dulce Alianza es quizá el lugar más emblemático en prepararlas. Con sus manjares, ha logrado seducir al torero Enrique Ponce, que tradicionalmente compra allí sus meriendas de toros.
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