Es una historia de amor. Con más dificultades de las que habitualmente se encuentran las parejas que quieren unir sus vidas. Es una historia en la que se conjugan los detalles más inesperados y sorprendentes. Y también los que hacen que pensar en positivo siempre merezca la pena. Es la historia de Ana Santiago. Una almeriense que vive en Turre desde casi toda la vida después de que sus padres regresaran de Barcelona, a donde tuvieron que ir, como muchos en los años 50, para “buscarse las habichuelas”.
Pero la historia de Ana tiene aspectos que la hacen única, diferente. Ella es gitana y homosexual. Afirma que siempre “lo ha tenido muy claro, desde que era muy pequeña”. Pero en los años 80 “no era tan sencillo como ahora”. Desprende alegría cuando habla de su historia, porque como cuenta “ser lesbiana, siendo gitana, me ha hecho sufrir mucho”. Por no querer hacer daño a sus seres queridos prefirió guardar silencio “son otras mentalidades y yo lo entendí siempre. Mi familia se lo ha tomado bien y he tenido su apoyo, pero es verdad que cuesta asimilarlo”. Reconoce que “nunca se lo dije” y que su padre “estoy segura de que lo sabía, porque cuando salía cualquier tema en televisión relacionado con esto él me llamaba. Era un hombre muy recto”.
Confidentes
Ana encontró la complicidad de su prima y de una amiga “las únicas dos personas que sabían todo lo que yo sentía y que eran mi paño de lágrimas”. Recuerda que “pensaba que era la única del mundo que sentía eso... mis amigas tenían sus novios, pero es que yo tenía muy claro lo que quería y lo que me gustaba”. Las circunstancias “y también vivir en un pueblo” ayudó a que prefiriera no contarlo. “He tenido temor a perder a mi familia y a mis amistades, además del respeto que siempre le tuve a mi padre. Tenía miedo al rechazo”. Sus ojos brillan cuando habla de su gente, “mi padre era el pilar de la familia y no quería que pudiera sufrir, quiero mucho a mi madre, a mi hermano”. Ríe cuando dice que “era un secreto a voces” y se siente orgullosa cuando recuerda que el 23 de julio de 2011 selló su unión civil con Inma, su pareja desde 2007, en Turre. “Vendí el oro que tenía, le pedí algo de dinero a mis primos y con mi trabajo pues nos pusimos a vivir juntas. Hemos pasado muchas penas, pero estamos muy bien y eso es lo importante”. La gente de Turre “ha sido siempre muy amable conmigo, aquí no ha habido rechazo de ningún tipo, ni de gitanos, ni de castellanos. Nuestra raza lo lleva a rajatabla, pero yo no podía más, he sufrido y he llorado mucho”.
De la amistad al amor
Estuvo “perdida”, dice que “vivía en la ignorancia porque no sabía quien me podía asesorar, pero me han felicitado mucho. Además nuestra boda fue preciosa”. Y nunca quiso hacer daño a nadie “al muchacho que se me acercaba, que los hubo, nunca le hice daño”. Tener una relación con un hombre “le hubiera hecho daño a la otra persona y también me hubiera hecho daño a mi también. Por eso nunca lo hice”. Ana conoció a su pareja a través de internet poco después de perder a su padre y cuando habla de ella no para de sonreir. “Ella es gallega y trabajaba en Tenerife, nos conocimos por internet, y surgió una amistad que fue a más. Era mi confidente, nos contábamos los problemas del trabajo, nuestro día a día. Nos tirábamos las horas sin parar de hablar y lo compartíamos todo”. Inma dejó todo, su ciudad, su trabajo, “y lo hizo por mí, lo puedo decir a boca llena”. Ahora las dos buscan trabajo, “no paramos de echar un currículums” pero todavía no ha habido suerte, “solo quiero a Inma a mi lado y aunque sea, un poco de pan duro”.
Dice que es feliz, mucho, que lleva la vida que siempre ha querido llevar, que ha encontrado a una persona que es su confidente, su amiga, su pareja... y que a pesar de los pesares, volvería a hacer todo lo que ha hecho a lo largo de su vida. Una historia de amor, quizás poco común y con sufrimiento. Pero es, sin duda, una historia bonita, de las que merecen la pena.
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