Los toros mansos que desfilaron por el Paseo de la República

La Exposición-Concurso de Ganados de 1935 convirtió Almería en el Arca de Noé: yuntas de bueyes, ovejas de Karaku,  machos cabríos, potros y yeguas, piaras de cerdos, hatos d

Exposición  de ganado desfilando por el Paseo de Almería con la calle llena de gente.
Exposición de ganado desfilando por el Paseo de Almería con la calle llena de gente.
Manuel León
12:16 • 31 oct. 2015

Almería pareció la Mesta durante esos días agosteños de 1935, cuando la Avenida de la República rebosaba de hocicos, cornamentas y pezuñas.  Desde la Plaza de Ramón y Cajal - así se llamaba en esas kalendas la purchenera Puerta- bajaban en hilera reatas de mansos a quienes los gañanes ataban en corto con una maroma, antecedidos por flautistas endomingados como el de Hamelín.




En las aceras se habían erigido tribunas como las de  Semana Santa para ver la procesión  zoológica, mientras niños en pantaloncito, algunos descalzos, miraban con los ojos tan abiertos como las gorras de los músicos, bajo la frondas de los ficus y los plátanos. 




Por delante habían pasado los jinete a lomos de caballos enjaezados y detrás de los  toros almanzoreños, vendrían las yuntas de bueyes de la vega, las ovejas asiáticas de Karaku, las cabras y corderos segureños, los sufridos asnos relinchando, piaras de cerdos mirando los escaparates de Almacenes El Aguila y cerrando la comitiva, gallinas triscando en los adoquines y  hatos de patos y ocas campestres revoloteando por el civilizado centro de la ciudad. 




Fue el año de la Exposición-Concurso de Ganados organizada por los delegados almerienses de la Sociedad General de Ganaderos, el organismo  que relevó en el siglo XIX al Honrado Concejo de la Mesta creado por Alfonso X en el Medievo. Almería se llenó en esos días festivos de animales de todo pelaje, condición, como si la ciudad se hubiese transformado en el vientre del Arca de Noé. 




El Ayuntamiento, presidido por José Alemán Illán, había limpiado de inmundicia la desembocadura del cauce de la calle Blasco Ibáñez -la actual Obispo Orberá- y en los márgenes de la Rambla se aposentaron los rebaños de vacas, los lotes separados de mansos y ariscos llegados de La Mancha, los establos para potros y yeguas, las corralizas para las ovejas churras, merinas y para el cabrío, las conejeras y los gallineros, las jaulas para pienso y hasta una pequeña enfermería para el veterinario. 




Nunca hubo en la ciudad tanta variedad de animales como en esos días de la feria de ganado en los que los bares multiplicaron la demanda de pellejos de Jumilla ante la avalancha de tratos  que se cerraban en la barra con un vaso de vino y un apretón de manos. Fue esa actividad  del gremio de  ganaderos, que duró una semana, ese espectáculo de lana y pelo, de mugidos y cacareos, lo más destacado de la feria de ese año junto a los bailes en San Miguel, las verbenas del Tiro Nacional y la corrida de Miuras estoqueada por Manolo y Pepe Bienvenida en la Avenida de Felipe Vilches.




Almería, empresarios de la uva y el mineral aparte, era una ciudad acosada por la hambruna: 500 niños y 1.200 adultos almorzaban cada día en los comedores de Asistencia Social y solo faltaba un año para los aún más feroces días de los bombardeos, de las huidas a los cortijos, para que llegara el hambre pura de verdad.




La riqueza de la carne Por eso, la carne -con el permiso ahora de la OMS- era un bien preciado, casi inalcanzable como para Carpanta un muslo de pollo en un escaparate;  por eso, ver esos animales robustos de nervios y tendones, con los lomos henchidos deambulando como faraones por el Paseo, era como ver una marcha de vehículos descapotables. La posesión de animales, de bestias, era síntoma de riqueza, de patrimonio contante y sonante.  Y a Almería también llegó esa moda de las exposiciones de ganado en los años 30 y 40, que también anclaron en Tabernas, Albox, Vélez Rubio, Sorbas y hasta Ohanes.


La geografía provincial estaba adaptada a ese cuidado animal con abrevaderos, pastos y aljibes como La Chana, en la Sierra de Gádor; los Retamares, en Tabenas; los Falces, en María; Aljibe Bermejo, en Níjar;  o Los Gatos, en el Campo de Dalías.


Miles de almerienses vivían de ese oficio milenario y transhumante del pastoreo y de la ganadería, de la compraventa de mulos o bueyes, como ahora se hace con los tomates o los calabacines.


Al año siguiente, en 1936, los promotores José Guirado Rosa y Francisco Muñoz Zorrilla quisieron repetir una segunda exposición ganadera y consiguieron el permiso previo. Pero el 18 de julio se acabó todo en Almeria, como en el resto de España: los planes ilusionados para ese verano, las funciones de cine en las terrazas, los bailes en el Casino, y también esa feria pecuaria que tan alto apuntaba y que  emocionó tanto a aquellos niños almerienses en pantalón corto de hace justo ahora 80 años.



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