La guasa almeriense de los bares para atraer clientes

En los opíparos años 20  se puso de moda entre algunos establecimientos insertar anuncios por palabras  donde lo mismo se aseguraba que un aterrizaje fo

 Bar Regio estaba situado en la Puerta Purchena número 4 y contaba con una fiel clientela. Foto Domingo F. Mateos
Bar Regio estaba situado en la Puerta Purchena número 4 y contaba con una fiel clientela. Foto Domingo F. Mateos
Manuel León
01:00 • 08 nov. 2015

Cuando Cipriano Gázquez servía coñac y anisados tras la barra de zinc, con  su guayabera blanca impoluta, Almería era una ciudad alegre, bufona, que vivía de puertas para fuera. Eran los  boyantes años 20, con el muelle pletórico de barcos y pámpanos, con el dinero de los indianos invirtiéndose en nuevos negocios, con la Vega floreciente, con los ferrocarriles mineros a pleno rendimiento. En cada esquina, en cada velador, en cada puesto callejero, brillaba el talento para vender hasta el alma.




Y la Puerta Purchena era, en esos años borbónicos, el rompeolas de todo ese ingenio, donde buhoneros y mercachifles rivalizaban por atraer la atención del viandante, para venderle cualquier ganga como oro molido. Como ahora, decenas de loteros en las Cuatro Calles, en Almanzor o en Calle Real asedian a uno y a otro con el sueño de un viaje al Polo Norte oculto tras un décimo, como enormes mujeres africanas cargadas don fardos de tela ofrecen a los domingueros de caña y tapa pulseras y baratijas doradas.




Así también se empleaba León Salvador, el célebre charlatán que, tras hospedarse en el Hotel Simón,  armaba su tenderete en donde está ahora el Cañillo y empezaba a mostrar a los transeúntes sus relojes que siempre eran de oro de ley o plata legítima o sus monederos de níquel para señoras o los gemelos de puño. Otros como el tío de Los Lagartos vendía productos contra la calvicie o  elixires mágicos para curar el mal de ojo, como hacía la Cachocha en Mojácar, como hacían los gitanos de Macondo en la imaginación de García Márquez.




En ese ambiente de perspicacia para reclamar la atención de los consumidores, regentaba Cipriano el Bar Regio, en el número Cuatro de la Puerta Purchena. Era una vieja botillería con anaqueles repletos de González Byas  y Amontillado Inocente y una colección de jarrones en el altillo. Allí servía cafés y cerveza helada de la época a los menestrales que venían de la Vega y a los peones que  bajaban del Quemadero.




Aterrizaje violento
El bueno de Cipriano, en competencia con otros establecimientos del gremio, se inventó, con mucha guasa almeriense, la manera de atraer cliente. Lo hacía a través de los anuncios por palabras en los periódicos de la época donde insertaba avisos en primera página de este tenor: “A las seis de la tarde aterrizo violentamente en la Puerta Purchena un aparato procedente de Vich y de Serón con un importante cargamento de jamones y embutidos con destino al bar Regio para las meriendas de los toros”.




O éste otro: “Una caravana de coches de Granada con destino a la feria de almería han telegrafiado al dueño del bar Regio para que sean reservadas 3.000 meriendas para las corridas, con jamón de Serón y salchichón cular La Piara, que es la marca preferida por los inteligentes”.




Otros bares de la época se sumaban también a estos golpes de pitorreo como el bar Fontanita que anunciaba en la primavera de 1929: “El dirigible Zeppelin aterrizará en Almería en su próximo viaje para probar la exquisita cerveza Dann que se expende en el bar Fontanita”. O el bar Mexico (después Ganbrinus) que aseguraba que “terminada la reunión de la Sociedad de  Naciones, los diplomáticos visitarán Almería con el exclusivo objeto de beber  cerveza Morita”.
Otros locales como El Puente de Hierro, frente a Pescadería, o la Jamonería Andaluza se sumaron también a esta particular liga de anuncios con retranca que eran leídas con agrado por los almerienses tomando unos vinos en el mostrador.




El Regio era un bar sencillo, que sobrevivía bien con su parroquia en el centro de la ciudad. Cipriano fue uno de los primeros hosteleros que instaló un expendedor de cerveza. Tuvo la desgracia de perder a uno de sus más ardilosos camareros, Juan Ferrer Góngora, el Chiquitico, que se tiró desesperado a la desembocadura de Boquera Honda frente a la playa de Torregarcía, dejando sobre la arena la gorra y la americana. El camarero del Regio vivía en la calle La Encantada y la Asociación de Camareros se hizo cargo del cadáver, sufragando los gastos del sepelio.


Jamonería Andaluza
Cipriano era socio también de la Jamonería Andaluza, el establecimiento vecino que compartía con Francisco García Bretones. Era un local  pantagruélico, que gozaba de cierta notoriedad en esa ciudad en la que comer manjares exquisitos era, como lo ha sido siempre, uno de los principales placeres humanos.
A las cinco de la tarde, cuando se aceleraba el pulso de la ciudad, el local se llenaba de los trabajadores que salían de sus empleos, mientras en los cafés traspasados de aburrimiento bostezaban los clientes perpetuos en un aire denso de pereza. La instalación, moderna e higiénica abrió en 1928 colgando del techo deliciosos jamones filabreños, con un mostrador de mármol cubierto de quesos y sobrasadas malloquinas, tormento de menesterosos.


Lucían también las máquinas de corte rápido con lonchas simétricas y la báscula Toledo. En el lateral resplandecían vitrinas repletas de latas de conservas, mermeladas, almíbares. Remoloneaban también las perdices estofadas, la legítima mantequilla de Soria y los salchichones de Vich. El bar Regio pasó luego a manos de Francisco Cañadas López y más tarde a Juan Márquez Fernández que modernizó el servicio hasta que languideció.


Cipriano falleció 15 días después de acabar la Guerra víctima de un accidente dejando atrás toda una vida de buen humor detrás de la barra.



Temas relacionados

para ti

en destaque