Francisco Fernández de 69 años de edad, metódico y riguroso en el horario, cumplía una rutina diaria sellada en la costumbre de una vida. Cada mañana visitaba la misma sucursal del Banco de Valencia en la Puebla de Vícar, donde se había ganado la confianza del cliente fiel y adinerado, e ingresaba la recaudación de la gasolinera levantada pared con pared con su negocio de transportes.
El empresario cuidaba su “pequeño imperio”, mientras vivía inmerso en una batalla familiar de denuncias y órdenes de alejamiento con su exmujer y su hija. Mantenía relación con su hijo y su nuera, pero había roto el contacto con el resto de la familia y comenzaba a verse con una chica de origen magrebí de 18 años.
Fernández se instaló en un bloque con sólo dos viviendas (una vacía) y unió en su rutina la presencia omnisciente de Fátima Z. Z. La joven acompañaba al empresario a la estación de servicio 24 horas y a la oficina bancaria y ganaba espacio en sus hábitos diarios, más distraídos, menos cuidadosos, como relataron luego los testigos.
El robo
Sin embargo, el negocio continuaba rodando y el movimiento de dinero atrajo la mirada de una banda criminal asentada en el Poniente. En enero de 2012, durante una visita a Torrecárdenas para recibir asistencia por sus problemas crónicos de corazón, un grupo de ladrones accedió a la casa y se apoderó de un botín de 15.000 euros en metálico. Fue el primer aviso. No hubo entonces arrestos y asunto quedó aparcado momentáneamente a la espera de la evolución de las investigaciones de la Policía Judicial (los agentes también examinaron el robo en la vivienda vecina en el mismo golpe criminal).
Seis meses después, el 10 de julio de 2012, su hijo Francisco y su nuera acudieron a la casa en el número 985 del Bulevar de Vícar alarmados por la ausencia de noticias, inusual en el empresario. La puerta del bloque estaba forzada y nadie entró hasta la llegada de una patrulla de la Guardia Civil de Vícar.
Los agentes subieron la escalera común hasta la primera planta del edificio y hallaron en el interior del inmueble el cuerpo sin vida de Francisco Fernández, maniatado, torturado, abandonado boca abajo en el rellano de la vivienda. No hubo oportunidad para la atención médica.
La tortura
Un crimen “con extrema violencia”, describió entonces la Policía Judicial. Las manos estaban atrapadas por cuerdas, la cara hinchada y ensangrentada por los golpes y el vientre marcado por lo que, a simple vista, podría parecer la quemadura de una defensa eléctrica. Obra de profesionales.
El impacto fue tremendo. El hijo acabó en el hospital con un amago de infarto, abatido por la muerte de Francisco Fernández, su padre. Mientras, en la estación de servicio esperaba un sobre cerrado con la recaudación del día anterior. Faltó a su cita diaria.
La Guardia Civil encendió todas las alarmas y se lanzó a la búsqueda de los responsables. Consiguió recuperar huellas dactilares en el lugar del crimen. Todas pertenecían a un joven magrebí, N. M. de 20 años de edad, internado en el centro penitenciario de El Acebuche. No mató a Francisco Fernández. Tenía la mejor coartada posible, a saber, dormía en las celdas de la cárcel de Almería. Sin embargo, conocía a los autores del robo perpetrado en la casa en enero de 2012 en el que, como después confesaría a los agentes, participó activamente.
La Policía Judicial del puesto principal de Vícar movió ficha y arrestó a dos ciudadanos marroquíes involucrados, al menos, en el asalto a la propiedad. Además, activó varias líneas de investigación y cercó el entorno de Francisco Fernández en una búsqueda tan compleja como necesaria. Todos eran sospechosos, todos estaban en el punto de mira.
Durante las pesquisas, señaló a dos ciudadanos búlgaros como sospechosos del asesinato, trazando una línea de relaciones entre unos y otros, un dibujo de conexiones enredadas.
El Juzgado de Instrucción número Dos de Almería, encargado de las diligencias, consideró insuficiente los indicios de la participación en el asesinato y, tres años después del hallazgo del cuerpo de la víctima, dictó un auto de archivo de las diligencias sin culpables. ¿Quién asesinó al empresario Francisco Fernández?
"Buscaremos a los mejores peritos del país"
Francisco Fernández (hijo) y su esposa rechazan el cierre de las diligencias y buscan la reapertura del caso para impedir que la muerte del empresario quede impune. A través de su abogado, el conocido penalista Mariano Garfias, anuncian que no cejarán en el esfuerzo para encontrar a los culpables del asesinato de “Paco”.
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