Aquel día que las mujeres almerienses fueron a votar

Fue un domingo nublado de noviembre de 1933. Por primera vez en las historia, las féminas almerienses sintieron en su pecho ese instante sublime de meter el sobre en la

Maruja Sáez  y Caridad Jiménez el año en que acudieron a votar por primera vez.
Maruja Sáez y Caridad Jiménez el año en que acudieron a votar por primera vez.
Manuel León
22:16 • 14 dic. 2015

Fue un 19 de noviembre de  hace más de 80 años cuando ocurrió eso. Era un domingo encapotado,  sin la   familiar yema de huevo  en el cielo almeriense, con el señor Frías preparando los merengues en la Plaza de Ramón y Cajal, con la boca del mingitorio oliendo a zotal y matrimonios, del brazo y con paraguas, de camino a las urnas: por primera vez las mujeres almerienses votaban.




De ellas, de esas pioneras por la brega de Clara Campoamor y Carmen de Burgos, ya casi no queda ninguna para revivirlo- quizá la centenaria abderitana Isabel Lidueña o la mojaquera Isabel Zamora-, para narrar ese sentimiento inigualable de que estaban estrenando el  mundo, esa felicidad plena de sentirse, por fin, iguales alos varones en sus derechos políticos, después de décadas de humillación contenida.




Era 1933, el mismo año que Federico publicaba Bodas de sangre , inspirada en la historia de una mujer nijareña, rebelde, que lo arriesgó todo -aquí sí fue todo- por amor, el año que Caridad Jiménez resultó elegida como Miss de la Asociación de la Prensa de Almería, en aquellos bailes de carnaval que se urdían en el  Teatro Cervantes y que eran estigmatizados por el clero de la época, el año en el que Cagancho triunfó con su espada en el Coso de Vilches, con los tendidos sembrados de ojos negros y mantones de manila, el año en que los parraleros seguían inundado el mundo de uva dorada  con 1,7 millones de barriles.




No era fácil que germinara un nuevo tiempo de igualdad de sexos en Almería, con toda una serie de rémoras hijas de la época, que han seguido perpetuándose con los años, con la estrecha moral católica desaconsejando esa igualdad política, con  organizaciones como el Sindicato de Sirvientas o el de la Aguja o las Damas del Sagrado Corazón de Jesús tratando de mantener a las muchachas almerienses al margen delos escaños. Sin embargo, nada impidió que ese día,  que esa ráfaga, fuese sublime para las mujeres almerienses del momento.




La participación electoral en la provincia fue de 116.601 votantes, según el Boletín Oficial de la Provincia de Almería del 9 de diciembre de 1933, de los que más de 60.000 fueron mujeres de más de 23 años, que con sus faldas plisadas de la época, su pelo a lo garçon, dieron un vuelco al tradicional paisaje plebiscitario de patillas y bombines de fieltro.




Desde 1931, con la llegada de la República, las mujeres podían ser elegidas y afiliarse a partidos políticos como Unión Patriótica, donde había numerosas muchachas simpatatizantes, pero no podían introducir la papeleta en una urna.
En 1924, Primero de Rivera otorgó el derecho al sufragio, en elecciones municipales, a las mujeres no sujetas a la patria potestad del marido, es decir, a solteras emancipadas y viudas, pero nunca se llevó a la práctica. Fue en diciembre de 1931 cuando se rubricó en las Cortes y en 1933 cuando cristalizó en unas elecciones.




Carabineros y voceadores Esa mañana electoral de otoño almeriense, tras días de mítines en teatros y cafés, el Gobernador, José Mira Pérez, había dispuesto 57 colegios electorales en la ciudad y decenas de mujeres ansiosas por hacer algo hasta ahora prohibido esperaban en cola en las puertas del Instituto, en la Plaza Pablo Cazard, bajo la vigilancia de carabineros que velaban por el orden público. Los voceadores de candidaturas, como plañideras  a sueldo en los funerales, recorrían las puertas de las mesas electorales, tratando de influir con consignas en el voto de hombres y mujeres.




Uno de esos grupos de vociferantes estaba formado por niños de seis años que gritaban el estribillo de que ‘Votar a Lerroux o Largo Caballero es ir contra la religión y el clero’ y provocó quejas electorales. Sin embargo, no hubo alborotos de consideración, según la prensa de la época, más allá de un vecino que rompió la urna del Barrio Alto con un hacha y algunos altercados populares en el municipio de Lubrín.


Ganaron los partidos de centro derecha, agrupados en torno a la CEDA con Lorenzo Gallardo y Luis Giménez-Canga-Argüelles a la cabeza como diputados almerienses, inaugurándose lo que se denominó como Bienio Negro.


Hubo entre las izquierdas quien culpara al voto femenino de esa derechización de la República presidida por Niceto Alcalá Zamora, como La Pasionaria, quién llegó a exclamar que las mujeres habían acabado votando lo que les decía el cura. Más allá de interpretaciones, la mujer almeriense demostró ese día, por primera vez en la historia, que además de administrar un hogar, comprar vestidos en la pañería La Isla de Cuba, recibir requiebros en  los toros, bailar rigodones en el Casino o perfumarse con colonia Tabuy de Briseis, era también capaz de decidir en las urnas.

Como así ocurrió tres años más tarde, cuando su voto mayoritario le dio el triunfo en Almería al Frente Popular, tapándole la boca a  aquella Dolores Ibárruri, que tanto veló depués por las mujeres.


 



Temas relacionados

para ti

en destaque