Un profesor de Líjar en Liverpool

Juan José Torrecillas Molina lleva trece años viviendo en Liverpool. Es profesor de Lenguas y Arte en el colegio ‘The Heath’. Cuando llegó era

Juan José Torrecillas  vuelve casa por Navidad y siempre se da una vuelta por su querida Escula de Artes.
Juan José Torrecillas vuelve casa por Navidad y siempre se da una vuelta por su querida Escula de Artes.
Eduardo D. Vicente
17:20 • 26 dic. 2015

Entre Líjar, su pueblo natal, y Liverpool, la ciudad donde vive, hay pocas coincidencias. En su pueblo todo el mundo se conoce y sabe la vida y milagros de cada familia desde los bisabuelos en adelante. En la plaza, los vecinos todavía se sientan con paciencia buscando los rayos de sol para compartir sus alegrías y sus tristezas, mientras los días van pasando lentamente. En Liverpool nadie se mira a los ojos. La gente se cruza por la calle sin tiempo para reconocer al que tiene enfrente y los días se consumen de un bocado, con tanta voracidad que si uno se descuida se le hace de noche almorzando.




Este cambio brusco entre escenarios resume lo que ha sido hasta ahora la vida de Juan José Torrecillas Molina, un almeriense que transita por el mundo con las maletas hechas, un Juan sin tierra que lleva la patria metida en la cartera y que no entiende de fronteras ni de quedarse en un lugar para siempre. 




En su vida todo es ir desde que siendo niño se tuvo que trasladar con su familia a Canfranc, donde fue destinado su padre para trabajar como dinamitero en unas canteras de mármol. 




Había conocido los lentos atardeceres en su sierra natal, había disfrutado de los veranos de playa en Almería y de los contrastes del desierto de Tabernas en los domingos de excursiones, y un día se encontró ante la majestuosidad de los Pirineos, un paisaje que le causó impresión y que le enseñó a comprender que el mundo no acababa al otro lado de la sierra de los Filabres. 




Su infancia estuvo marcada también por los años de colegio en el Diego Ventaja de Almería y por su paso por la Escuela de Artes, donde se le acentuó su vocación de fotógrafo. Su primer trabajo fue en el departamento gráfico de La Voz de Almería antes de emigrar a Barcelona para ocupar una plaza de profesor de Arte. En su etapa en la Ciudad Condal publicó su libro ‘In temporis’,  un trabajo recopilatorio de fotografías. A partir de entonces empieza su peregrinar por Europa buscándose a sí mismo con el pretexto de un trabajo. 




Extranjero En 1998 se marchó a Francia siguiendo los pasos de una mujer. Era la coartada perfecta para seguir huyendo, para continuar esa escapada en busca de nuevos horizontes que inició cuando era niño en Canfranc. Allí trabajó en un colegio hasta que le salió la oportunidad de colaborar en un proyecto en Budapest sobre la minoría húngara que vivía en otros países. Tuvo tiempo de regresar a Francia de nuevo antes de tomar la decisión de probar fortuna en Inglaterra, donde dio el salto en el año 2002. No quiso afincarse en Londres porque le parecía una ciudad fuera de Inglaterra, un escenario demasiado cosmopolita donde tal vez ya no sería posible encontrar el alma británica. “Me fuí a Liverpool porque buscaba la Inglaterra profunda, en estado puro, la más original, la más natural, donde todo el mundo no viniera de fuera”, me cuenta.




Se fue a la aventura, como otras veces, per no tardó en encontrar el trabajo que iba buscando, logrando una plaza de profesor de Lenguas y Arte en el colegio ‘The Heath’. “En Inglaterra es posible encontrar trabajo porque hay un abanico inmenso de oportunidades, un mercado variado y flexible. Si tienes capacidades seguro que trabajas y aunque tu vayas con una carrera o con unos conocimientos determinados que te empujen a un trabajo concreto, si allí ven que puedes rendir mejor haciendo otras cosa te dan esa oportunidad”, asegura. 




El día a día Juan José Torrecillas parece que ha encontrado su nido en Liverpool después de trece años. Se siente cómodo en aquella ciudad tan dura donde el tiempo te marca nada más llegar. “Para alguien que llega del sur resulta deprimente tanta oscuridad y te parece todo aquello tenebroso, tan gris, tan repetidos los días, pero yo me adapté pronto y me fue gustando”.


Su vida en Liverpool es la de un inglés más. Se levanta a las siete menos cuarto de la mañana, desayuna y se marcha al colegio. Las clases empiezan allí a las nueve y diez y se prolongan hasta las tres de la tarde. Los profesores suelen almorzar en la cantina del centro, donde es imposible encontrar un plato de lentejas, una olla de potaje con acelgas o una berza con todos sus avíos. “Te tienes que habituar a la comida basura: muchas patatas fritas con pescado; patatas con queso, tomate y judias; mucho beicón, salchichas, hamburguesas y huevos fritos...”.
Todo es distinto en Liverpool, desde el tiempo hasta la forma de ser de los alumnos, pasando por los sueldos de los profesores. “Yo ganó 2.400 euros al mes”, reconoce.


Dentro del aula la relación con los alumnos es más cerrada y el principio de autoridad se palpa en el ambiente. No existe la familiaridad que se ha instalado desde hace años en España, esa camaradería que a veces raya la pérdida de respeto hacia el enseñante. “En mi colegió los alumnos tienen que ir con uniforme, lo que ya les impone una responsabilidad añadida, como si fueran a un trabajo. Existe además mucha presión por parte de los profesores para intentar que cada estudiante consiga una meta y que cuando dejen el centro estén con posibilidades reales de que lo aprendido les sirva para encontrar trabajo”.


Vivir en una ciudad como Liverpool y en un país tan bien comunicado como Inglaterra le permite disfrutar del tiempo libre viajando, conociendo otros lugares sin perder demasiado tiempo. Esa facilidad para moverse le compensa el sacrificio que supone la rutina del horario semanal, marcado por las clases y por la brevedad de los días. Cuando llega a su casa, pasadas las cuatro de la tarde, ya es de noche. “Cuando empiezas a habituarte comprendes mejor ese dicho de que la casa del inglés en su castillo. Y es cierto. La gente se recoge y necesita tranquilidad después de un día de trabajo, disfrutar de la intimidad de su casa. Aquí no ocurre como en España, que te presentas en la casa de un amigo cuando te da la gana, le tocas en la puerta, te abre y te pone un aperitivo. En Inglaterra tienes que concertar la cita mucho antes para que puedan organizarse mejor. Somos realmente muy diferentes”, subraya.



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