Nació y se crió en El Ejido, en una familia humilde pero rica en valores. Vivió los episodios racistas de 2000 y se construyó después una vida en Tánger. Todo ello la ha forjado como activa defensora de los derechos de migrantes, a los que ayuda a no naufragar en su travesía, hasta el punto de verse acusada por una investigación policial española justo de lo que ella denuncia, el tráfico de personas. Helena Maleno, que tiene una reconocida trayectoria como investigadora y defensora de derechos humanos, está envuelta en un proceso judicial en Marruecos, instado por las autoridades españolas, y con tintes kafkianos. Su caso está cosechando una ola de apoyo y solidaridad.
Una activista de derechos humanos acusada de tráfico de personas, ¿cuándo y cómo empezó su particular proceso?
Yo me entero cuando me entrega la notificación Marruecos a finales de noviembre, y al principio no entendía qué estaba pasando. Después nos enteramos de que fue en 2012 cuando la policía española, en concreto la UCRIF, inicia esta investigación, que traslada a Marruecos porque yo resido allí. Todo es muy oscuro después, sobre todo la parte que ha llevado España. En 2014 Marruecos le contesta a España que me han estado investigando y que no encuentra nada, y que envíe la documentación criminal que tiene. Ahí hay otro vacío porque Marruecos lo pide por los cauces legales pero España no lo pasa por la Embajada. De hecho, Exteriores no sabía nada. Me voy enterando de que llevo seis años siendo investigada sin saber muy bien cómo ni por qué. Me entero también de que este tema ha estado en la Audiencia Nacional, que un fiscal ha cerrado unas preprocesales porque entendía que no había delito. Entonces ha sido…
¿....Kafkiano?
Sí, horrible ver que he sido investigada durante seis años, horrible ver que, en realidad, no hay nada, porque no pueden encontrar nada, y, sobre todo, ha sido muy, muy duro, ver los informes de la Policía española.
¿Qué es lo que más le ha dolido?
He visto los informes de las dos policías y puedo decir sin lugar a duda que la marroquí ha respetado más mis derechos que la española.
Es duro, ¿no?
Durísimo para una persona que cree en la democracia como creo yo. Son unos informes que no están a la altura democrática que merece el pueblo español. También ha sido muy duro ver la exposición de mi familia porque todo este tiempo he sido vigilada en mis conversaciones. ¡Qué vulneración de mis derechos, de mi intimidad! Yo trabajo mucho contra la trata de seres humanos, he dado formación a jueces y fiscales, a la propia UCRIF, para la lucha contra la trata y decía, madre mía, me conocen, saben quién soy, yo he hecho el informe de trata de seres humanos que publicó el Defensor del Pueblo, ¿qué hay detrás de todo esto?
¿Cómo la describen en esos informes que usted no se reconoce?
Pues prácticamente como la traficante más grande que hay en el Mediterráneo, como un Pablo Escobar, así,…
Una Pablo Escobar de seres humanos…
Sí, sí, sí, una cosa horrorosa. Además, con insinuaciones, no con hechos probados, mezclándome con personas que ni conozco. Es todo un batiburrillo que lleva a indicar que puedo ser una de las más grandes traficantes que hay en el Mediterráneo. Luego no se me acusa de haber ganado dinero. O sea, yo soy la traficante más grande y la más tonta, porque los traficantes ganan dinero, y en los informes ni siquiera se habla de que yo me haya lucrado. Es muy grave que la policía haga este tipo de informes.
¿Se siente a día de hoy vigilada?
Me siento vulnerada en mis derechos y la negación que hizo el ministro Zoido de esos informes la vivo como una forma de tortura. Pero también como un triunfo. Durante mucho tiempo hemos dado un mensaje a la ciudadanía de que era normal, por ejemplo, que muriese gente en las playas. A través de mi caso ha habido otro mensaje, el mensaje del derecho a la vida. Gente que no tiene relación con las migraciones, o que son de ideologías políticas que defienden el control de fronteras, o los obispos, han visto que el derecho a la vida es la base de la democracia, y que no se podía justificar con ningún tipo de política migratoria. Ahí ha habido algo muy bonito, lo vimos en El Ejido, con esa moción de apoyo aprobada de forma unánime, o en Almería. En ese sentido creo que el pueblo ha estado a la altura democrática que no tienen las autoridades. No solo es mi caso. Está el de los bomberos de Proem-Aid, el barco de Proactiva, y hay hasta 45 casos en toda Europa. Nos estamos acercando a estándares muy peligrosos de países donde se persiguen no solo los derechos humanos, sino también a quienes los defienden. Espero que la democracia gane este pulso que le están haciendo otros intereses.
¿A qué intereses se refiere?
No es ni siquiera una cuestión ideológica. Ojalá fuera eso. Al final las grandes empresas de armamento europeas han entrado en el negocio del control migratorio, que mueve millones de euros. Por eso nuestra situación se ha deteriorado. Estamos hablando de unos grandes intereses empresariales que están manipulando incluso las decisiones políticas migratorias.
¿Son molestas las personas que defienden los derechos de los migrantes por intereses económicos?
Sí, estoy segurísima, y es muy triste que nuestras políticas estén al servicio de esas corporaciones, y que nuestras fuerzas de seguridad estén al servicio de esos intereses políticos que están al servicio de esos intereses económicos. A esto hay que darle la vuelta. Nosotros ponemos nombres y apellidos a las personas que están muriendo en el mar, estamos trayendo a sus familias, estamos abriendo procedimientos judiciales contra esas acciones. Entonces, claro que somos incómodas. En otros lugares del mundo lo hemos visto. Berta Cáceres es asesinada por los grandes intereses de las empresas extractivas. ¿Por qué nuestra situación se ha deteriorado tanto? Por los intereses de las empresas armamentísticas, digámoslo claro. Somos testigos de unas situaciones que se quieren ocultar, y de una instrumentalización de nuestra democracia. Nosotras queremos recuperar la defensa del derecho a la vida, tenemos servicios en el Estado maravillosos que contribuyen a esa defensa, entre ellos Salvamento Marítimo. Almería es un ejemplo para todo el Mediterráneo por sus buenas prácticas.
¿Tiene miedo?
Bueno... mi madre decía que soy muy inconsciente…El miedo está ahí, pero no soy miedosa. Soy prudente, tengo un equipo maravilloso detrás, hay mucha gente que se ha volcado y preocupada por mi seguridad. He aprendido a ser valiente. Miedo tiene la persona que se encuentra de noche en una patera, y no tiene un teléfono al que llamar para pedir ayuda. Al final yo soy una privilegiada cuando me comparan. Miedo no, prudencia. Y, sobre todo, una decisión firme de seguir haciendo lo que estoy haciendo.
¿Se ha arrepentido alguna vez de su activismo?
No, jamás, jamás.
¿Y le han flaqueado las fuerzas?
No, no, no…. A veces me he sentido cansada, pero sabía que tenía muchísima gente detrás apoyándome. Cuando fui el primer día al juez…. [se emociona]… me vas a hacer llorar… había muchas posibilidades de que terminara en prisión provisional. Ese día dejé todo arreglado y me fui con mi bolso y la foto de mi madre [se vuelve a emocionar] y, sabes, sentía como que había mucha gente en aquella sala sosteniéndome, que no estaba sola con el juez. Yo creo que esto me ha hecho más fuerte. Mi hija tiene once años y me decía, mamá, ¿tú piensas que estás haciendo lo correcto? Y le dije: sí. Pues entonces, haz siempre lo correcto. Yo estoy inmensamente agradecida a la gran solidaridad que he recibido, desde la gente que me conoce de niña a la que ha ido pasando por mi vida. Han hecho que las fuerzas no me flaqueen.
¿Ha conocido a alguno de esos traficantes reales con los que la comparan?
No, no, qué va. Esos traficantes no se acercan a nosotras. Nosotras somos testigos incómodas. Lo que hacemos es denunciar, acompañamos a las mujeres, intentamos que salgan de las redes. Es lo que yo decía muchas veces, si nosotras no podemos confiar en la policía, que nos persigue, los traficantes también nos persiguen… ¿quién nos protege? Nosotras denunciamos todas las vulneraciones de derechos, porque, al final, esas políticas de control de fronteras y esas políticas del dinero se necesitan y se retroalimentan, y nosotras estamos en medio. Pues claro que no somos como ellos. Yo sé lo que soy, una persona con una trayectoria profesional reconocida, una madre sola con dos hijos, con una familia humilde, pero maravillosa. Claro que no soy la del informe que dice la policía, la gente que me conoce lo sabe.
¿Cómo llegó a esta toma de conciencia tan poderosa?
Todo empieza por mi familia. Mi madre es una persona humilde que crio sola a dos hijas, trabajadora al máximo y que creía en la democracia y en un mundo donde no hubiera gente tan privilegiada. Y, después, El Ejido es una escuela. En El Ejido hay gente maravillosa [lo recalca], que también ha sido atravesada por el fantasma del racismo, que nace del miedo a los que son diferentes. Yo creo que lo lógico no es odiarnos. El odio es algo político, se construye desde políticas. Después yo me voy a Marruecos, mis hijos se han criado allí. El conocer gente maravillosa que se está desplazando y que han muerto durante ese camino migratorio, eso también curte. Y, sobre todo, la conciencia de que estamos en un momento en el que tenemos que seguir apostando por la Europa de los derechos humanos. Mira lo que ha pasado con los desahucios, te venden que tienes algún pequeño privilegio pero de un día para otro no vales, te expulsan del sistema como han expulsado a los migrantes.
Como ejidense vivió los episodios del año 2000, ¿en El Ejido se construyó ese odio del que habla?
Sí, estoy segurísima.
¿Y, 18 años después, se ha reconstruido la sociedad ejidense?
En cierto modo creo que sí, que la sociedad ejidense está haciendo un esfuerzo. Claro que queda mucho por hacer, el mensaje del odio se construye muy rápido y se destruye muy lento. Esa fractura fue muy importante y creo que habría que haber trabajado también con la sociedad de acogida. Ese miedo que se generó entre las muchachas, de hombres que podían violarlas y que no eran españoles. Esos mensajes calan y construyen un imaginario. Hay que trabajar muchísimo más en ese sentido, en El Ejido y en otras zonas de Almería. Está Níjar también, donde la situación es bastante tremenda.
¿Qué mundo le gustaría que vieran sus hijos?
A mí me gustaría un mundo donde los privilegios no se asentaran por el lugar donde has nacido, por ser mujer u hombre, por ser negro o blanco, sino que se cambiaran por derechos. ¿Es un mundo ideal? No, no es verdad, es un mundo posible. Cada vez hay una concentración mayor de la riqueza. A mí me gusta mucho leer a Saskia Sassen [socióloga y urbanista norteamericana], y la recomiendo. Ella habla de cómo las grandes ciudades financieras están sustituyendo a los estados, y cómo se está expulsando a las personas de esas zonas de confort. Y habla de los desahucios y de las migraciones como formas de expulsión. Es que a veces los migrantes no tienen derecho a no migrar. Entonces, no me hable usted de efecto llamada, hábleme de efecto salida. Eso no es un mundo ideal, es un mundo sostenible en el que todos esos depredadores que están terminando con los recursos naturales y están instaurando la esclavitud en el mundo no existan.
En todo caso las utopías mueven el mundo.
Sí, deben moverlo. Quién iba a pensar que las mujeres íbamos a votar, quién iba a pensar que iba a haber esa movilización el 8 de marzo y la respuesta que se ha dado a ese sistema judicial que hace sentencias cargadas de estereotipos de género. Nos toca movernos. Hay una responsabilidad de los medios de comunicación, ese papel que tienen que jugar de responsabilidad democrática, de ser referente en un derecho tan importante como la libertad de expresión y la libertad de información.
Mujeres y menores, ¿son doblemente víctimas en las migraciones?
El informe que acabo de terminar [sobre mujeres migrantes y explotadas sexualmente] me gusta especialmente porque las mujeres construyen un relato de resiliencia. Hay una feminización de las migraciones en situación de esclavitud porque hay una demanda para ser esclavas sexuales o en el servicio doméstico. Uno de los resultados más impactantes es cómo las mujeres han normalizado la violencia sexual como un precio a pagar y como una forma de adaptarse y no volverse locas. Lo que hacen es darle la vuelta, y de algo que es una tortura, construir una adaptación para poder tener un futuro mejor para sus hijos y sus hijas. Cada vez hay más niños y niñas que se mueven también y en ese movimiento se siguen violando sus derechos. Muchos llegan destrozados. Ahí tienen las administraciones públicas un reto muy importante. Los niños y niñas migrantes, cuando llegan a Andalucía, son nuestros hijos y nuestras hijas, y van a construir nuestra sociedad andaluza también.
¿Qué papel tiene la educación en la transformación de las mentalidades?
La educación es la base, y eso se nota en una sociedad. Para mí la educación debe ser pública, todo el mundo debe tener acceso en igualdad de condiciones, y una educación diversificada, porque todos los niños y las niñas no son iguales. No es solo aprender matemáticas y lengua, también es aprender en valores. Se construye una sociedad desde ahí. En las aulas no se habla lo suficientemente de racismo, de machismo, de desigualdades sociales, de desarrollo sostenible. Hay una responsabilidad de los colegios, pero también los ayuntamientos pueden ofrecer espacios y actividades. Es un proceso y se ven los resultados a largo plazo.
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