Este país nuestro con la autoestima tan baja -creemos que todo lo de fuera es mejor, hasta que viajando descubrimos que no es así- se salvará por su buena gente de los estragos peores de esta crisis. No seamos tacaños en ese reconocimiento y mostremos orgullo de ello. Sin complejos. Hay pruebas de sobra.
La lista de héroes la encabezan los profesionales sanitarios, “soldados de primera línea en esta tercera guerra mundial”. Hay también soldados profesionales de la milicia y bomberos que desinfectan residencias de ancianos tipo “aparcaderos” de personas, no siempre en condiciones aceptables. Agricultores y ganaderos que siguen, por fortuna, trabajando; transportistas, elaboradores de alimentos y empleados de supermercados. Menos mal que la cadena de suministros está garantizada y que hay personal que se expone para que no falte nada esencial. Hay policías que deben lidiar con los desaprensivos que violan las normas; farmacéuticos, repartidores, basureros, taxistas, empleados de transportes públicos... Y qué decir de los trabajadores de los servicios funerarios colapsados.
En el bosque de noticias diarias sobre el impacto del coronavirus, hay algunas que golpean especialmente porque disparan la imaginación más macabra. Como la que advertía del hallazgo de algunos cadáveres en residencias de tercera edad; o la utilización del Palacio de hielo de Madrid como morgue, por saturación de tanatorios y hospitales. ¿Cómo se mide eso? Pues, por ejemplo, porque amigos en distintos países americanos, tan atentos a España siempre pero ahora más para saber qué les espera, cada vez que salta una noticia así envían un nuevo mensaje de solidaridad. Es una crisis inimaginable hace solo un mes, salpicada con noticias insólitas e impactantes, que dibujan una imagen distinta del país y de nosotros mismos. Lo nunca visto por las generaciones actuales.
Una catástrofe así sólo es posible vencerla con la colaboración de toda la buena gente. Y hay muestras diaria de ello. Taxistas que llevan a sanitarios gratuitamente; carteles en la escalera ofreciéndose estudiantes a entretener niños y a acompañar a ancianos; creadores que publican sus trabajos en abierto; gente en casa que elabora mascarillas con cualquier cosa; personas anónimas, no retratadas en prensa, que protagonizan millares de buenas obras cada día, por colaborar.
Entre las preocupaciones del Gobierno, además del frente sanitario, el principal, está el gran contingente de empleados que se quedan fuera del sistema de protección de salario. Los que se sabe y los que no constan. En trabajos de economía sumergida, no hay control. Preocupa mucho porque, en esos hogares, la frustración general puede dar paso a la desesperación. En la Italia del sur, de economía sumergida y estructuras mafiosas, el servicio secreto ha advertido de un “peligro de rebelión” al primer ministro, Conte, según filtra “Il Mattino”. Atentos.
¿Qué tiene España? “Sol, playas, alegría, seguridad y buena comida”, se decía antes. Ahora, quizás la respuesta altere el orden de descripción de los valores. Algo así: “Sanidad excelente, de las mejores del mundo; buena gente, por encima de todo; y sentimiento solidario”. Todo eso ya lo teníamos -o no seríamos el país con más trasplantes de órganos, en donación de sangre y voluntarios- pero no sabíamos valorarlo. Más autoestima. Merecida.
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