Lubov Balaba llegó a España el 10 de marzo, ya que en Adra vive su hija Natalia con su marido. Antes de la guerra, había venido a visitar a su hija y estuvo con ella tres meses (la visita de ciudadanos ucranianos a los países europeos está limitada a un visado de 3 meses). En Ucrania trabajaba como limpiadora en un albergue, algo que iba a hacer cuando estalló la guerra. “Trabajé de maestra en un jardín de infancia, el salario era pequeño, pagaban la pensión mínima. Tenía que vivir con algo de dinero”, explica.
Lubov llegó de Járkov a Lviv en tren, cruzó la frontera de Ucrania con Polonia, llegó en tren a Cracovia, donde voló en avión a Alicante; allí su hija la recogió con el coche.
“No quería irme a España, esperaba que todo terminara pronto. Pero cuando los aviones volaron directos sobre Járkov y la ciudad comenzó a ser bombardeada todos los días me asusté. Los ascensores no funcionaban, y no podía bajar al refugio antiaéreo: tengo setenta años”, explica.
En junio, su hija le dio su segundo nieto y ahora Lubov ayuda a cuidar al bebé. A las nueve de la mañana lleva al mayor, de cuatro años, a la escuela. Camina una hora cerca del mar, da de comer al pequeño y pasea con él dos horas. A las dos va a recoger al nieto mayor al colegio. Les da de comer, los acuesta, se ocupa de las tareas domésticas. Pero no tiene tiempo para más. Y a su edad nadie la va a coger para trabajar en el invernadero o en un almacén.
“Nadie ayuda a los refugiados ucranianos. Nos dieron tres veces tarjetas de 50 euros para Mercadona, el Ayuntamiento de Adra nos dio cupones de alimentos a 40 euros por semana. A veces Cáritas nos dona productos. Y nada más. No tenemos más ayuda”, dice Lubov Balaba.
Entre abril y junio fue a clases de español de la Cruz Roja en Adra, pero hasta ahora casi no entiende nada. Para ella, el español no es un idioma fácil. Ella habla con ucranianos y rusos en Adra. Con los españoles solo intercambia saludos.
El español
“No puedo memorizarlo. Mi cuerpo se resiste a aprender un idioma en estas condiciones porque no planeo vivir en España. He vivido setenta años en mi país y ahora estoy en un país extranjero. Aquí hay otras costumbres. No soporto el calor, me gusta más el frío. Preparamos nuestros platos ucranianos. No me gustan las salchichas españolas con diferentes sabores, solo me gusta la salchicha de pavo, es suave, y el jamón. No como aceitunas, pero cocino en aceite de oliva: es muy bueno. En Ucrania, nuestro aceite vegetal es muy líquido, porque para ahorrar se diluye. Cuando termine la guerra, quiero irme a mi casa. La hija, mi yerno y mis nietos vendrán a Járkov para visitarme. Y a veces iré a visitarlos en Adra”, explica Lubov Balaba.
Iryna Yevchuk es de Jmelnitski, tiene 31 años y vive con dos niños en Adra desde hace nueve meses. Ella es médico de familia pero dejó su trabajo. Su marido está en Ucrania, porque la ley prohíbe salir a los hombres. Su trabajo está relacionado con el ámbito militar. Su padre tiene 54 años y está en la guerra.
Llegó a España el 8 de marzo, tras una explosión en su ciudad. Decidió sacar a Kostiantyn, de seis años, y a Veronica, de cuatro años, para que los niños no vieran la guerra. A Adra llegó por invitación de unos amigos que viven aquí desde hace veinte años.
“Nuestras abuelas eran de un pueblo. La guerra unió a la gente. Esta familia me acogió con mis hijos durante dos meses, otra familia me ayudó a encontrar un apartamento en Adra. Esta familia viajó con nosotros a Almería, ayudó a apuntar a los niños en el colegio y en la guardería. En abril, los niños ya iban a la guardería”, dice Iryna Yevchuk.
En septiembre, su hijo fue a la escuela de español de primer grado. Es muy difícil para él. Iryna preparó a su hijo perfectamente para la escuela, el niño sabe mucho, por ejemplo, qué son los antónimos y sinónimos. Pero en ucraniano. El niño no puede decir todo eso en español. Además, no entiende qué son los artículos, ya que los artículos no se usan en ucraniano. Además, desde el primer grado el niño aprende inglés.
Su vida en España no es fácil, porque está aquí sola, sin familia. Su familia está desgarrada, ya que son muchos meses los que ella vive lejos de su marido.
Actualmente está cursando su diploma de médico en español para luego aprobarlo en España. Pero ella también tiene que aprender el idioma y pasar el nivel de C1. Además, la mujer tiene que pasar el examen médico para tener oportunidad de trabajar en España en un hospital. Ahora está estudiando con otras mujeres ucranianas en Adra en cursos de español en el nivel A2.
“El mar y el calor me alegran. Es mejor que sentarse en el frío en un refugio antiaéreo. Estoy cansada de estar sola en España, ya me deprimo, por lo que mi deseo de quedarme aquí es mínimo. Para ser honesto, quiero ir a casa.n Aunque la región de Khmelnitsky no está bombardeada, pero no quiero que mis niños escuchen constantes alarmas aéreas. Y ahora hace frío en Ucrania, la energía está muy dañada. Todos aconsejan no volver a Ucrania”, dice Iryna Yevchuk.
Aquí, en Adra, Iryna Yevchuk conocí a Tetiana Borodkina de Kamianets-Podilski. Ella tiene treinta años. Llegó a España con su marido y tres niños. La ley de Ucrania permite a los hombres que tienen un documento que confirma el estado de un padre numeroso salir del país durante la guerra. Además, el marido de Tеtiana tiene 15 años de residencia española. Antes él estudió y trabajó en España, sabe el idioma. La familia tiene su casa en Kamianets-Podilski. Ellos núnca pensaron en mudarse a España, ya que hasta que comenzó la guerra ellos tenían trabajo.
“Soy la profesora de coreografía en el jardín de infancia. Mi marido trabajaba en las empresas de seguridad y construcción. Estábamos bien en casa. Pero decidimos que era mejor que los niños no vieran todo lo que estaba sucediendo. Cinco días de constantes alarmas aéreas. Los niños estaban sentados en el sótano asustados”, dice Tetiana Borodkina.
Durante dos semanas, la familia vivió en Adra en el apartamento de unos amigos, luego estos amigos les ayudaron a alquilar el apartamento en el que vive, que estaba sin muebles y en mal estado: la cama fue dada a los refugiados por españoles conocidos, algunos de los muebles tuvieron que ser comprados. La familia también pintó las paredes. El cochecito para la hija fue dado por Cruz Roja.
“Los niños extrañan mucho la casa. Fue especialmente difícil aceptar a mi hija mayor: aquí hay un país extranjero, una cultura extranjera, un idioma extranjero. Zlata se dedica profesionalmente a la gimnasia rítmica, va a entrenar, pero aquí están en un nivel completamente diferente al de Ucrania. Ella todavía está entrenando en línea, pero eso es difícil. Su nivel está bajando y eso me entristece. Pero no tengo la oportunidad de mudarme a una ciudad más grande”, dice Tetiana Borodkina.
Además, los pagos prometidos de 400 euros por persona del Gobierno de España, anunciados en agosto para los refugiados ucranianos, no han empezada a pagarse. En la família trabaja solo el marido. Tetiana lleva y recoge los niños por la escuela y los cursos. También tiene las clases de español cada día por la mañana. Por la tarde ella ayuda sus hijos con los deberes de la casa.
Otro caso similar es el de María M., quien con su hermana y su sobrina salieron de Drohóbych, que está a 90 km de Lviv, una zona de Ucrania más o menos tranquila. En Adra viven sus padres. Su padre se mudó a España hace 20 años y trabaja en una impresa qué conctrue los puntos y los almacenes.
“Vivo en el oeste de Ucrania donde prácticamente no hubo bombardeos. Pero decidí salir de mi país hasta que la situación se calmara. En principio, nada me mantiene allí. Mi hermana ha vuelto porque tiene su marido allí. Quiero volver a casa. Pero mientras está aquí, formalizó los documentos, gracias a las conexiones de mi padre, encontré trabajo en almacén. Si hubiera estado sola, no habría encontrado trabajo tan rápido. Definitivamente esperaré el invierno en España, si la situación mejora en la primavera-verano, volveré a Ucrania”, dice María M.
María M., profesora de Primaria, dice que experimentó los primeros meses de vida en España un gran estrés psicológico porque no entendía nada de lo que la gente decía a su alrededor. Ella solo captó algunas palabras familiares. Cuando trabajaba en un invernadero en el verano, tenía que adivinar el significado de las tareas y tratar de simplemente repetir los movimientos de otros trabajadores.
Los datos
Según Cruz Roja, la provincia Almería sigue liderando entre las provincias andaluzas en número de registros de refugiados ucranianos. Después de registrarse en España, muchos ucranianos a menudo se trasladan a la provincia de Almería para trabajos agrícolas. Por esta razón, en pueblos como Adra, Berja, El Ejido, incluso antes de la guerra, los ucranianos se establecieron durante muchos años. También hay muchos ucranianos en Almería la capital y en Roquetas de Mar.
Un total de 923 ciudadanos ucranianos se han empadronado en Almería a lo largo de 2022, según ha informado esta semana el Instituto Nacional de Estadística (INE). El perfil medio de los refugiados era el de una mujer con estudios superiores y menor de 40 años, que en muchas ocasiones ha llegado a España con sus hijos (el 35% de los refugiados tiene menos de 18 años), mientras que sus maridos o parejas han quedado luchando por su país.
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