“Soy un humilde trabajador de la viña del Señor”. Estas fueron las primeras palabras que escuchamos de Benedicto XVI en el balcón de san Pedro, el 19 de abril de 2005, cuando salía elegido en uno de los cónclaves más breves de la historia del papado.
Una religiosa española, que trabajaba en el Vaticano, me contaba que todos los días se cruzaba con el cardenal Ratzinger en medio de la plaza de San Pedro. Siempre con una simple sotana negra, una boina y la cartera de cuero en la mano. Iba como ensimismado, pero todas las mañanas se paraba y hablaba con ella unos segundos. Era tímido, intelectual, escrutador de la verdad y de una gran humildad. "Mi impulso esencial –decía en un libro entrevista- ha sido sacar a la luz el auténtico núcleo de la fe, oculto bajo las incrustaciones, a fin de devolverle su fuerza y dinamismo. Tal impulso es la constante de mi vida". Su lema episcopal, 'Cooperador de la verdad', dice mucho de su existencia.
Cuando fue nombrado Papa, las falsas noticias y los intereses por destruirle fueron constantes. Vivimos en tiempos donde la mentira se retuerce y la objetividad pierde la cabeza. Aún hoy, en distintos medios de comunicación se insisten en ellas. Pero estamos ante uno de los Papas más sabios de la historia, y se le reconocerá como una de las grandes personalidades del siglo XX.
Recuerdo en la Jornada Mundial de la Juventud, en Colonia, escuchándole hablar de los Sabios de Oriente. Estaba con 20 jóvenes de mi parroquia, preocupado porque Benedicto XVI no tenía la desbordante humanidad y empatía que trasmitía Juan Pablo II, pero mirando de reojo vi con que atención le escuchaban y cómo quedaron impresionados de las palabras de un maestro. Y conectó en lo más profundo con ellos. Siempre buscaba lo esencial.
Se enfrentó a la lacra de la pederastia, “tolerancia cero”, con una valentía inusitada. Unos días antes de ser elegido Obispo de Roma, en el viacrucis de Viernes Santo dijo: “¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar entregados al Redentor! ¡Cuánta soberbia!”. El 14 de febrero de 2010 visitando el primer centro de Caritas de Roma, insistió que, en la búsqueda de la verdad, la iglesia debía ser pobre al servicio de los pobres. Lo que nos ocurre es que de los Papas (y de casi todo) solo leemos los titulares.
Ocho años de papado y tres encíclicas fundamentales: “Deus caritas est” (2005) “Spe Salvi” (2007), y “Cáritas in veritate” (2009) para comprender la fe desde la razón: “Fe, esperanza y caridad están unidas. La esperanza se relaciona prácticamente con la virtud de la paciencia, que no desfallece ni siquiera ante el fracaso aparente, y con la humildad, que reconoce el misterio de Dios y se fía de Él incluso en la oscuridad”. Además, nos ha dejado un cuerpo teológico inmenso, comprensible y escrito con la pedagogía del sabio. Es un Doctor de la Iglesia.
El 10 de febrero de 2013, ante la sorpresa de la cristiandad, y con una humildad solo propia de los que han sido alcanzados por la gracia de Dios, deja el Papado: “ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando.”
Nació en una familia muy humilde, pobre, el 16 de abril de 1927 Era sábado santo, y fue bautizado en la Vigilia Pascual, el mismo día. Y siempre vivió pobre. Huía de la mundanidad y del boato. Reconocer las propias raíces es fundamental para vivir en la serena verdad. Un trabajador incansable, un teólogo que sabía, como santo Tomás de Aquino, que la teología debe ser escrita de rodillas, desde la oración, pues si no queda en mera especulación. La cruz en una mano y en la otra el lápiz, como solía escribir, todo a lápiz en cuadernos, que su fiel secretario trascribía a letra impresa.
En la Jornada Mundial de la Juventud, en Madrid, estábamos hincados de rodillas en el barro, en el aeródromo de Cuatro Vientos. Una tormenta de verano, con toda la parafernalia de truenos y rayos nos mantenía calados hasta los huesos. En el estrado, de rodillas, empujado por un viento impenitente, Benedicto XVI, tan “poca cosa”, ante la magnificencia de la gran custodia de Arce, pero él estaba recogido ante su Señor. Una imagen vale más que mil palabras. Gracias y descansa en la paz del Señor, humilde trabajador de su viña.
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