Pocas veces una humilde oficina, un sencillo sueño como el de conceder préstamos a parraleros y naranjeros ha dado tanto de sí: 50 años de éxitos continuados, desde una provincia que no se ha distinguido nunca por ser centro financiero. Y sin embargo, Cajamar, la vieja rural almeriense, ha ido dando pasos de gigante, cimentando con hormigón armado cada una de sus incursiones por esta Península vieja.
Ahí están todos esos documentos históricos, esas fotografías amarillas para atestiguarlo, para legitimar cómo en cinco décadas se puede hacer tanto; ahí están esas viejas máquinas, esos rostros añejos que miran con emoción contenida; ahí esta la lucha de tantos hombres, agricultores, delegados, socios, empleados, que tenían que aparecer en los libros de registro acompañados del nombre de sus esposas, cuando la familia lo era todo, esos primeros apuntes contables con papel de calco, esas primeras oficinas en pueblos pérdidos. 50 años que parece no son más que el principio.
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