Aparte de guaperas, Mario Pérez Salmerón es un trajinante. Se ejercitó en su casa de Roquetas, desde que nació hace 36 años, viendo a sus padres repartir embutidos y fabricar cubitos de hielo para los combinados.
En 2005 se proclamó Mister Almería y se fue con una mochila llena de quimeras a ese viejo villorrio manchego donde todo el mundo aspira a obtener fama y honor.
Participó en el concurso de Mister España con su perfil romano, estudió teatro, hizo guiones de televisión que resultaban muy caros y decidió girar el rumbo de la nave de su vida y convertirse en un corriente empresario: hace dos años que abrió una tiendecita de verduras y productos ecológicos en la calle Magdalena, en el Madrid antediluviano, a un paso de Antón Martín, uno de esos economatos que aparecen siempre llenos de viejecitas colándose, preguntando mucho y comprando poco.
Pero la realidad es otra: este comercio, bautizado como La Huerta de Almería, es una de las tiendas de barrio más concurridas de la zona y abastece sobre todo a jóvenes deportistas que apuestan por la comida sana y se nutren de productos ecológicos que llegan del campo almeriense en un camión cada dos días.
Antón Martín, La Latina y Malasaña
Mario, que cuenta con el apoyo de su familia que le envían en palets el rojo tomate, el pimiento o el hermoso calabacín de Almería, explica que “esta tienda es algo más que una verdulería, es un concepto de vida saludable, de caer en la cuenta de que comer sano tiene su recompensa, ese es nuestro lema”. El acicalado comercio que regenta el almeriense apuesta por productos nutritivos, ecológicos, hace a diario zumos y batidos de frutas y expende platos caseros que sale de los fogones de un restaurante cercano que también regenta. Su apuesta es cada vez más decidida por la comida vegana y vegetariana, a la que se ha convertido el propio protagonista, como el que ingresa en una nueva religión que le da respuesta a todas sus preguntas.
Mario, este decidido emprendedor roquetero, se ha lanzado, tras el buen recibimiento obtenido, a abrir dos tiendas más: una en La Latina junto al viejo Rastro de Cascorro, donde llega al interior del establecimiento el rumor de los mercachifles y los vendedores de tebeos de segunda mano. Y otra en la zona de Manuela Malasaña, el barrio consagrado a la heroína madrileña, cada vez más de moda.
Un embajador con mandil
Allí Mario hace de embajador almeriense, como un Bisbal, que en vez de moverse en escenario, pregona, protegido con un mandil, la dulzura del Raf de Pujaire, el virgen extra del Desierto de Tabernas o la confitura de berenjena de La Gergaleña.
Almería no es Campoamargo
“Lo peor -apunta este audaz emprendedor- es cuando tienes que explicar que Almería no es Campoamargo, y responder a comentarios sarcásticos”. Añade también que “por aquí pasan muchos almerienses al ver el nombre del establecimiento y no se van hasta que no me saludan como paisano”: uno de los diez mandamientos de un almeriense de la diáspora es no dejar pasar la oportunidad de enterarse de qué hace allí otro paisano como él.
Mario, a pesar de las ventas, no quiere embalarse, quiere ir poco a poco, trayendo de Almería justo las cantidades que se venden de hortalizas y como complemento en el palet unas botellas de Cortijo del Cura por aquí, unas cajas de migas de sémola por allá o unas jarapas de Níjar, que también vende en los anaqueles.
Ahora ha puesto el ojo en el norte de Madrid, donde prevé extender su red de tiendas sanas, su Huerta de Almería, como consulados urcitanos distribuidos por la villa y corte.
“Necesitamos vender volumen para que este negocio sea rentable y creemos en este proyecto porque la gente cada vez se interesa más por comer sano”, expone.
Ajoblanco, gazpacho y salmorejo
De ahí que uno de sus productos más demandados al atardecer,- cuando el cielo de Madrid se pone del color que lo pinta Antonio López- son el ajoblanco, el gazpacho y el salmorejo casero, que va distribuyendo en tupper, como el rancho de la mili, entre los parroquianos premium.
A eso si se apuntan, entonces, esas viejecitas de segundo sin ascensor que no quieren zumos bióticos pero sí ese majado de tomate criado en un Mar de Plástico, a 500 kilómetros al sur.
Un emprendedor sin trampa ni cartón
Madrid tiene eso: que lo mismo te quiere, que te ignora. Allí salen cada día a la calle miles y miles de jóvenes, con apenas 50 euros en el bolsillo, dispuestos a conquistar la ciudad con una idea. Lo que ha hecho Mario Pérez, a punto de ser padre primerizo, abandonar (o aparcar) sus pasados sueños vinculados al mundo del espectáculo para darle forma a su idea: vender en pleno centro de Madrid, con humildad de tendero de los de antes -siempre acompañado de papelones de estraza y echando miradas de pinche de Lhardy-, las frutas, las hortalizas, los aceites y el vino de su tierra querida, sin trampa ni cartón.
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