Mario Martínez trabaja desde hace nueve años en la fábrica de Gádor, en labores de control de clínker, y estas serán sus últimas Navidades en el paraje de Araoz, sin saber si habrá regalos de Reyes para la familia. “Dependerá del finiquito”, dice, como quien esperaba que le tocase un trozo de carne en el rancho aguado de la Mili. Llegó Mario huyendo del cierre de la planta de Torredonjimeno (Jaén), su tierra natal, y ahora volverá a revivir ese martirio. “Ahora que me había aclimatado a Almería -porque a mí me encanta el mar y soy alérgico al olivo, fíjese qué casualidad, siendo de Jaén- aquí han crecido mis dos niños y ahora otra vez a la calle”.
El caso de Mario, de 50 años, ilustra la situación en que la se quedan sus otros 97 compañeros de faena: sin saber qué va a ser de su futuro y con una inquietante edad media de 45 años. Pero para la comarca del Andarax, no solo son los empleos directos los que se pierden, sino otros 200 indirectos, repartidos entre distintos servicios y subcontratas de municipios como Gádor, Benahadux, Alhama o Almería capital: empresas de limpieza, vigilantes jurados, movimientos de tierras, mantenimiento, tractores, electricistas, fontaneros, taxistas y hasta los bares y restaurantes como La Reja que empareda bocadillos por docenas cuando hay un parón de los hornos y hay que surtir al personal de guardia.
“Esto es un drama para el pueblo y para la comarca, la gente por la calle no termina de creérselo, no se habla de otra cosa porque la fábrica proporciona una cuarta parte de los recursos de Gádor”, expresaba ayer con tristeza Eugenio Gonzálvez, exacalde de la villa, que la conoce desde sus inicios. La mayor parte de los empleados de la fábrica son de la zona, pero también se han asentado unos cuantos que vinieron tras los cierres de Torredonjimeno y Lorca y que han incentivado la actividad económica de la comarca. La noticia se recibió en Gádor, en la tarde del martes, como cuando el Titanic chocó con el íceberg en el Atlántico Norte, sin que nadie creyera del todo que la fábrica pudiera cerrarse, tras cuatro décadas de historias compartidas.
En las paredes del área administrativa de la fábrica hay aún dibujos infantiles de las tolvas y de las chimeneas firmados por niños de seis y siete años, como Francisco González Cantón, bajo el título ‘La fábrica de mi papá’. Porque esta factoría, tecnológicamente puntera, ha sido motivo de orgullo para todos esos hijos que veían a sus padres como héroes cada vez que se colocaban el casco y el mono de trabajo y salían camino del trabajo.
Por ahora, en el pueblo, nadie entiende nada: una fábrica comprada hace solo cuatro años, rentable, con un incremento de producción del 20%, con una cantera de caliza al lado de 400 hectáreas y un embarcadero de ferrocarril para 24 vagones la hacen una perita en dulce en el sector. Cemex alega caída de la demanda y el incremento de 7 a 23 euros por tonelada de la compra de los derechos de emisiones de C02. En 2019 la cementera de Gádor pasará a la historia.
Fue en 1974 cuando el gran grupo industrial del tardofranquismo, Cementos Alba, y su representante Moreno y Alarcón, se interesaron en construir una factoría de cemento junto a esa cantera tan prometedora de caliza, en el paraje de Araoz, donde el agua fluye subterránea como en una selva. El sureste peninsular bullía y necesitaba hacer muchos edificios verticales y muchos apartamentos turísticos y el cemento era como el pan de cada día. El grupo industrial, controlado por la Banca March, compró los terrenos necesarios a la familia Cumella, dueña de las fuentes de agua, y a Paco Tero, y la fábrica empezó a funcionar en 1976, dando trabajo y esperanza a muchos hombres de la comarca que ya no tuvieron que seguir emigrando tras el desmantelamiento de los parrales y la incertidumbre aún de los naranjos. Después vinieron, Hisalba, Holcim y Cemex, que parece haber escrito la última página.
La alcaldesa de Gádor, Lourdes Ramos, ha convocado un Pleno extraordinario para este sábado para abordar con el resto de los grupos políticos y los vecinos de la localidad el cierre de la planta de Cemex que sostiene a unas 300 personas entre empleos directos e indirectos. "Ha sido la peor noticia que he recibido desde que soy cargo público", ha confesado la primera edil gadorense ante la cantidad de familias afectadas por este cierre de esta fábrica activa desde hace 42 años.
El consejero de Empleo, Empresa y Comercio, Javier Carnero, ha lamentado el cierre de la planta y se ha mostrado convencido de que los empleados comenzará a negociar su Expediente de Regulación de Empleo (ERE) extintivo, aunque se hará en la dirección general del Ministerio ya que no depende de la Junta al tener la compañía centros "más allá" de Andalucía.
El grupo político Ciudadanos Almería ha lamentado también la pérdida de trabajo en la cementera y así lo ha trasladado la portavoz de la formación naranja en la provincia, Marta Bosquet, quien ha emplazado a las administraciones a buscar una solución ante la incertidumbre de los trabajadores afectados, entre empleos directos e indirectos.
Los trabajadores, a través de las organizaciones sindicales, preparan ya un calendario de movilizaciones contra el cierre patronal, antes del comienzo de las negociaciones con el Comité de Empresa a partir del próximo cinco de noviembre. La idea de Cemex es finalizar la actividad a finales de 2018. La plantilla desarrolló ayer su asamblea tras conocer el plan articulado por la empresa, que conlleva también la paralización de su planta de Lloseta (Mallorca), en la que se han acordado los primeros pasos de cara a conseguir las mejores condiciones de negociación para aspirar a posibles traslados, reubicaciones o, en su caso, jubilaciones.
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