Como escribe Julio Llamazares, “esta crisis saca lo mejor de nosotros mismos, pero también lo peor”. Es así: hay un espectáculo conmovedor de heroísmo y de solidaridad, solo manchado por brotes de odio. “La España negra” -así titula su artículo- aflora envalentonada en la desgracia colectiva. Pero sus dirigentes no aportan una sola idea, ninguna alternativa a la gestión gubernamental, con frecuencia desbordada y a veces errónea, que nos permite avanzar taciturnos hacia la salida.
La España negra tiene muchas tonalidades: desde el nacionalismo español autoritario de la postguerra, que ahora vuelve a exhibirse, a algunos nacionalismos periféricos. Quim Torra no se cansa de repetir -y todavía hay quien lo cree ciegamente- que si le hubieran dejado actuar a él, hubiera aislado Cataluña con un impacto menor de la pandemia. Si repasan lo que hizo Torra en las dos semanas aludidas, comprobarán que las pasó alentando a que miles de personas viajaran a Perpignan, donde se aparecería Carles Puigdemont. Hubo milagro y allí estaban el expresidente huido y también este predicador del confinamiento. En alguna prensa francesa se relaciona aquella peregrinación con la intensidad del brote de coronavirus en el área de Perpignan.
El mundo ha tenido la desgracia de sufrir el virus peor en un siglo con una camada de líderes estrambóticos al frente. Bolsonaro en Brasil, después de forzar la dimisión de su solvente ministro de Sanidad, ha nombrado en Justicia a un predicador presbiteriano. Boris Johnson negó la epidemia hasta que él mismo entró en la UCI. Trump recomienda inyectarse lejía, o comer pastillas de detergente, para inmunizarse, y centenares -o miles- de fanáticos siguen su macabro consejo. Y ahora Trump se empeña en atacar a China diciendo que el Covid 19 se fabricó en Wuhan, cuando la televisión catalana TV 3 ya ha dejado claro que el virus viene de Madrid. Un rótulo en pantalla así lo afirmaba; nadie le pidió al desalentado autor de la ignominia que lo retirase. Sin altas dosis de odio, y de torpeza, eso no se explica.
Pero habrá que remontar y rescatar a España del riesgo de quiebra. Las cifras de caída de la riqueza nacional y de sus perspectivas de recuperación, estremecen. Pero se superará. A ello ayudarán muchos recursos procedentes de Europa y valiosos activos, como la economía social, que representa el 13 por ciento del PIB. Para Juan Antonio Pedreño, presidente de CEPES -la patronal de la economía social- en la crisis de 2008 ya se contribuyó decisivamente al rescate. Estamos hablando de casi un millón de cooperativas en los países ribereños de Mediterráneo -desde agroalimentarias y de producción a la distribución, pasando por las cofradías de pescadores y las mutualidades- que nacen para quedarse enraizadas en el territorio y no para volar a otras regiones del mundo al ser vendidas. Los valores que las sustentan cuadran, más que nunca, con una enmienda al capitalismo descarnado que dominaba el mundo hasta esta crisis. “El núcleo de la economía social sitúa a la persona en el centro de las preocupaciones y no al beneficio puro y duro”, dijo Pedreño en el Foro Next Educación. Y añadió: ”Si en el 2008 rescatamos miles de empresas y trabajadores, así lo haremos de nuevo”. Acabó con un gran titular: “Vamos a una globalización más humanizada”. Dios le oiga.
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