La ciudad -la provincia- se queda cada vez con menos cabinas de teléfonos, que han pasado a ser unas antiguallas del paisaje urbano. Estos días, la compañía Telefónica, a instancias del Ayuntamiento, está retirando algunas de ellas, las más céntricas como las de Puerta Purchena, Plaza de San Sebastián o Plaza Circular.
La operadora, no obstante, no las puede retirar todas, porque acaba de ser prorrogado una vez más el servicio universal al que le obliga la actual Ley de Telecomunicaciones. Un portavoz de la compañía aclaraba ayer a este periódicos que “la desaparición total de las cabinas en espacios públicos se producirá una vez entre en vigor el anteproyecto de nueva Ley de Telecomunicaciones previsto para el segundo semestre de 2021. Mientras tanto, aún quedan en Almería en torno a 70 y 260 en la provincia, que forman parte del mobiliario urbano más saboteado y objeto de pintadas y suciedad. Solo una reducida parte de las que quedan, funcionan por imperativo legal de servicio universal al que obliga el Estado. Su mantenimiento le cuesta a Telefónica unos dos millones de euros anuales en toda la red nacional.
La primera cabina telefónica de España se instaló en Madrid en 1928 y 40 años más tarde llegaron las pioneras a Almería. Desde entonces han formado parte de la vida de los almerienses hasta que, a lo largo de los últimos veinte años su uso ha ido en franco retroceso.
Pertenecen, por tanto, a un tiempo que ya no es el suyo, esos habitáculos para llamar por teléfono que otrora fueron tan indispensables para cualquier Lópezvázquez y frente a los que se formaban colas como las del médico. La historia de las cabinas telefónicas es la historia de la gente de un país, de una provincia como Almería, la historia de jóvenes que se iban a estudiar a Granada y que salían de la pensión en zapatillas a hablar con la madre o con la novia, tras insertar una moneda de 25 pesetas; o la de aquellas mujeres de cualquier pueblo de la provincia que marcaban a alguna ciudad industrial de Cataluña para hablar a gritos con algún familiar emigrante. Porque, antes, la gente se creía que cuanto más lejos estaba el receptor de la llamada, más fuerte había que hablarle para que oyera bien, como cuando inexplicablemente se le hablaba a chillidos a los extranjeros.
Hoy día cuando uno ve a una persona hablando en una cabina, es como si se encontrara con alguien montando en mula por el Paseo.
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