Jesús Barranco dirige la mayor de las alhóndigas de Almería, La Unión, y a la hora de Re-Pensar en el futuro del modelo agroalimentario almeriense advierte que la pandemia generada por el coronavirus “posiblemente ha cambiado para siempre la percepción de los ciudadanos, de los consumidores”.
Un cambio que tiene dos ejes esenciales, el primero todo lo relativo con la salud y, paralelamente, con la alimentación saludable. El segundo tiene que ver con los problemas de agotamiento de recursos que empieza a padecer el planeta y al que “es necesario poner freno si queremos seguir produciendo y viviendo en este planeta”.
La crisis sanitaria deja tras de sí varias lecciones interconectadas con los dos aspectos mencionados. Pero sobre todo tiene reflejo en un mayor grado de preocupación ciudadana en torno al lugar en que vivimos y en la forma de mejorarlo.
Barranco destaca el hecho de que antes de la pandemia algo menos del cincuenta por ciento de las personas estaban ‘realmente preocupadas’ por el medio ambiente, “pero en la actualidad, según las últimas encuestas, ese porcentaje se acerca ya al 80 por ciento, una preocupación que al final cuenta en la decisión de compra de los consumidores”.
Esa información, magnificada por el acceso a todo tipo de datos y de análisis, “está cambiando muchas realidades vinculadas con el cuidado de la salud o del planeta, porque la amenaza ya la tenemos aquí y empezamos a ver de cerca las consecuencias”.
En su opinión eso genera unas tendencias “que en estos momentos se antojan imparables” y que incluyen variables de nuevo cuño y otras no tan nuevas; entre ellas destaca la búsqueda de la sostenibilidad, la atención de la vida saludable, la incorporación de innovación o la preferencia por productos de proximidad.
Escenarios
Evidentemente esas tendencias, y las decisiones políticas que se están tomando en Europa o en España, están dando paso a una transición que tiene como meta el año 2050, “un nuevo escenario que obliga a la transformación de la economía, las formas de producir, de vender, de afrontar el desarrollo económico”.
En el caso del sector agroalimentario la batalla está abierta en torno al uso de agroquímicos, el aprovechamiento del agua, la utilización de energías renovables, la búsqueda de mejorar la productividad sin incrementar los consumos ni los costes, la erradicación de los residuos de todo tipo, incluidos los plásticos.
Barranco no teme esas nuevas exigencias, pero advierte que las normas han de homogeneizarse para evitar el descontrol y los agravios entre los diferentes modelos. “No estamos en contra de la regulación de todas esas cuestiones, pero lo deseable es que toda Europa disponga de las mismas reglas de juego para saber a qué atenerse y cómo ir hacia los nuevos modelos”.
El gran reto
Posiblemente el condicionante para esa transformación es que “no podemos parar para abordar los cambios, tenemos que hacerlo mientras mantenemos la producción, la comercialización que permita mantener cubierta la demanda de productos alimentarios básicos”.
El control de la producción o la distribución requiere a su juicio una apuesta más decidida por la Interprofesional de Frutas y Hortalizas, “que está llamada a jugar un papel decisivo a la hora de determinar la estructura de nuestro sector, controlar la producción, las fechas, los picos de demanda y el resto de las reglas del mercado para obtener una mejor rentabilidad”.
La innovación, la incorporación de tecnología o la digitalización tienen mucho que decir en esa ordenación que, por el momento, tiene ante sí el problema de unos costes disparados.
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